Excelentísimo Pablo Iglesias
Que Sánchez obligue al Rey a mostrar su aprecio por Pablo Iglesias, con su firma en el BOE, es más que una cruel ironía: convierte el abuso en un derecho y encima lo premia formalmente
El BOE publicaba para terminar el año unas deliciosas líneas atribuidas al Rey y dirigidas a Pablo Iglesias, demostrativas de que hasta en el prospecto de un fármaco hay lugar para la lírica si se pone pasión al describir la manera de introducir correctamente un supositorio:
«Queriendo dar una muestra de Mi Real aprecio a don Pablo Iglesias Turrión, a propuesta del Presidente del Gobierno, y previa deliberación del Consejo de Ministros en su reunión del día 28 de diciembre de 2021, Vengo en concederle la Gran Cruz de la Real y Distinguida Orden Española de Carlos III. Felipe R.».
Más allá del indiscriminado uso de mayúsculas a destiempo, quizá licencia poética para rematar la greguería, las escasas cinco líneas del Real Decreto 1124/2021 resumen una época mejor que Las Historias de Heródoto.
Tenemos a un Rey obligado por un presidente a convertir su solemne firma en un mero trámite blanqueador de sus decisiones. Tenemos también a un presidente jugando con el BOE como un mono con un rifle cargado.
Y tenemos, finalmente, a un partisano de pega aceptando una distinción que, sin ser nobiliaria, le eleva de clase: en adelante, legalmente, Iglesias Turrión tendrá el tratamiento formal de Excelentísimo, consagrado por una orden de origen y espíritu militar, monárquico y religioso a la vez.
La inscripción en el Boletín Oficial del Extado, con X, del galardón al fundador de Podemos puede parecer un asunto menor, pero encierra todos los arcanos de la nueva política, que siempre es la más vieja de todas: una colección de sinvergüenzas gobernando para ignorantes, que diría Pérez-Reverte con su habitual sutileza, pareja a la de un elefante entrando en una cacharrería.
Zapatero dejó quebrado el país y una mentira, en forma de déficit oculto, que en cualquier humilde pyme hubiera comportado una querella por administración desleal, evasión, robo o cualquiera de los delitos económicos que prevé el Código Penal.
Suya es también la semilla germinal del populismo, con su estupidez inclusiva y su sectarismo excluyente que excavó los primeros centímetros de una trinchera culminada por Podemos desde la que también dispara Pedro Sánchez.
Pero ahora surca los cielos buscando la paz chavista en el mundo y es consultado en no pocos foros de España como si supiera de algo, como si mereciera algún respeto, como si deber un millón fuera un abuso pero deber mil millones un mérito pensionado.
Iglesias era un profesorcillo de medio pelo antes de entrar en política y forrarse con ella; Sánchez un enchufado en Bruselas con menos experiencia laboral que el sastre de Tarzán; Zapatero un diputado de provincias desde edad veinteañera y todos ellos vivirán el resto de sus vidas, sin embargo, con una prosperidad inversamente proporcional a las ruinas que dejan.
Pero que además le obliguen al Rey a elevarlos a categoría de grandes hombres de Estado es, más que una cruel ironía, el síntoma definitivo del exceso en el que estamos instalados: la única citación que se merecen es de un juzgado, pero la que reciben es de la Casa Real para agradecerles los servicios prestados.
Lo próximo será nominar a Otegi a Premio Nobel de la Paz.
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