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domingo, 9 de enero de 2022

El país de los cocineros filósofos

 El país de los cocineros filósofos

Aquí se escucha más al chef mediático que hace «emulsión de percebe» que a un economista o pensador de fondo

¿Quién imparte cátedra hoy en día a los españoles? ¿Los intelectuales? No los escucha casi nadie (en parte por la cobardía de muchos de ellos ante los problemas apremiantes de la nación, pues prefieren escaquearse, no vaya a ser que pierdan una subvención, un congresillo, una canonjía, una reseña favorable en un medio «progresista»…). ¿Serán entonces los políticos el faro al que mira la sociedad? Evidentemente no, pues su valoración está a la altura del betún. ¿Los periodistas, opinólogos y tertulianos? Tampoco, pues nos encontramos casi a la par de los políticos en consideración, en parte por nuestra superficialidad y por ser rehenes acríticos de una u otra ideología. ¿Los economistas? Los números y las teorías económicas nos provocan bostezos. Entonces, ¿quién goza hoy de autoridad didáctica sobre los españoles? Pues los cocineros, que insólitamente se han convertido en los nuevos filósofos.

España ha pasado de escuchar lo que tenían que decir Ortega, Unamuno o Marañón a atender las profundas peroratas de los hermanos Roca, el chef de la cresta, Berasategui o los presentadores de MasterChef. Todos disertan como si fuesen grandes luminarias morales de nuestro tiempo. Tal vez hacemos un poco el pánfilo elevando a estos maestros de los fogones a referentes sociales. Se puede dominar la emulsión del percebe, la espuma de tortilla de seis texturas y la gelatina de pollo caramelizado a la menta en baja presión y ser igualmente una persona de conocimiento insuficiente como para impartir consejos psicológicos, morales y políticos a diestro y siniestro.

A mí me encanta ir a buen restaurante de vez en cuando, como a todo el mundo, y valoro su labor. Pero que no me esperen en un local de firma sonora y estrella Michelin, donde me van a meter un estacazo que me va a dejar temblando. Dinero que preferiría destinar a comprarme un gabán en las rebajas o a echar una mano a alguien que lo necesita. Impera en todo este nuevo culto gastronómico una enorme pedantería. ¿De verdad todos poseemos un paladar tan educado como para saber apreciar los rebuscadísimos inventos que salen de los gastro-laboratorios de estos científicos de las perolas? Confieso que yo no lo tengo. Recuerdo que en el cambio de siglo caí un día en el restaurante en Madrid de Sergi Arola, el pobre hoy en horas bajas y señalado en las listas de morosos del fisco. Pedí almejas de Carril con no sé qué… Me trajeron un plato blanco enorme, muy bonito, con una salsa verdosa, que dibujaba una espiral, y en el medio: cuatro almejas. ¡Cuatro! Cuando llegó la minuta me arrearon un facazo épico, todavía en pesetas, y lo cierto es que a media tarde me jalé por ahí un bocata de calamares, porque tenía algo de hambre. Aquel día me despedí para siempre de la alta cocina de autor. Me confesé a mí mismo la verdad: carezco de nivel para tal calibre de exquisitez. Prefiero unas almejas hechas con buena mano al modo tradicional que aquella coña marinera que allí me sirvieron. Otro tanto sucede con los vinos. Me gustaría comprobar en una cata a ciegas cuántos de nosotros somos capaces de diferenciar un caldo de 12 euros de uno de 62. Sin duda hay personas que entienden y saben valorarlo. Pero en general impera un cierto esnobismo, porque comer y beber se ha convertido en España en símbolo de una nueva finura.

En resumen, entre dejarme hasta los gayumbos en la caja para poder pagarle la minuta a Dabiz Muñoz –así lo escribe el señor– o tomarme una tortilla de patata soberbia con un estupendo vaso de vino, mucho me temo que prefiero lo segundo. Y entre escuchar las reflexiones de Pepe Rodríguez y Jordi Cruz o leer las de Montaigne y Orwell, igual hasta resulta que me quedo con lo segundo (y ustedes sabrán disculparme). Sin embargo, hoy en España se escucha más al chef mediático del «pithivier de pularda con trufa de verano y salsa de hierbas frescas» que a un economista, político o pensador de fondo. Y así de bien nos va.


lunes, 22 de noviembre de 2021

Y ahora, ¡retorno a la I República!

 Los movimientos de la España Vaciada muestran que siempre se puede ir más allá en el híper localismo

La I República fue el estrafalario, verborreico y desordenado experimento político que loqueó a España entre febrero de 1873 y diciembre del año siguiente. Allí ya se testó el crecepelo que 147 años después el PSOE pretende vendernos como solución novedosa para el problema territorial: la nación de naciones, el federalismo despendolado. Como es sabido, aquello acabó peor que mal, en puro esperpento. Sevilla se declaró República Social, Alcoy se proclamó independiente, el famoso Cantón de Cartagena… hasta el municipio manchego de Camuñas, con menos de 2.000 vecinos, se constituyó en Estado durante unos días. Contado hoy nos parece un chiste. Pero para reponer la cordura el Gobierno central tuvo que recurrir a las armas.

El auge del populismo, hijo de las heridas nunca bien curadas de la gravísima crisis de 2008 y de los cambios propiciados por internet y sus redes, provoca que en el arranque del siglo XXI retornen nocivos experimentos que dábamos por bien enterrados. Volvemos a tener un Gobierno con comunistas, como en los días del Frente Popular. Sufrimos a un Ejecutivo que cuestiona la extraordinaria Transición y ataca a los jueces. Y hasta está surgiendo un movimiento híper localista, la llamada «España vaciada», que evoca el cantonalismo del XIX, aunque sin llegar a su delirio trágico. León Ruge, Jaén Merece Más, Ávila Rexiste, Soria ya, Teruel Existe… El fenómeno presenta implicaciones políticas y puede influir en el mapa electoral, como ya explicó hace una semana El Debate (Vox, por ejemplo, sospecha que detrás puede estar la mano de La Moncloa para mermar sus votos).

Este movimiento, que puede resultar simpático a primera vista, reproduce a escala municipal el mecanismo mental de los nacionalismos disgregadores que se han convertido en el primer quebradero de cabeza de España. Por supuesto que existen problemas específicos locales y regionales que deben ser denunciados y atendidos. Pero su solución no pasa por el ensimismamiento victimista, la búsqueda de un enemigo exterior y la utopía de que el Estado lo arregle todo convirtiendo la Tierra Cha de Lugo en Silicon Valley con un AVE llegando a cada parroquia.

No: los países no prosperan cuando cada uno se mira su propio ombligo y se desentiende de un proyecto común más grande. No: no existen soluciones ultralocales en un mundo cada vez más global, donde para competir se necesita formar parte de un mercado amplio y cohesionado, como la UE, porque de lo contrario te comerás los mocos ante el empuje chino e indio. No: nadie obliga a las personas a marcharse de la que ahora llaman «España Vaciada»; se van porque el tirón de las grandes ciudades ofrece alicientes de todo tipo –laborales, culturales, deportivos, de ocio– que no brindan, ni podrán brindar jamás las pequeñas poblaciones por una elemental cuestión de tamaño. No: nunca se producirá un fenómeno masivo de retorno por el que los españoles dejarán Madrid, Barcelona, Sevilla o Málaga para volver a las deliciosas Zamora, Orense, Soria, Jaén, Teruel… aunque sin duda merecen ser bien atendidas y aunque es cierto que las posibilidades de teletrabajo de internet les brindan una nueva oportunidad.

La mejor esperanza de esa que llaman «España Vaciada» radica en una España próspera, con grandes metrópolis capaces de competir en la durísima liza global. Urbes muy potentes que tiren del país como vanguardias de creatividad y ejerzan de locomotoras económicas, irrigando toda la nación. Solo el desarrollo común del país podrá vivificar el bienestar de las capitales de provincia (por cierto, hoy cuidadísimas y de excelente calidad de vida). Nada de futuro se construirá cuarteando España en reinos de taifas municipales y apelando a una provincia subvencionada en contradicción con su casi irrecuperable realidad demográfica.

Ya sé que esto no es amable, que vende más regodearse en supuestos agravios, reivindicar las pequeñas identidades y fomentar los micro nacionalismos (ahí tienen la patochada del alcalde de Vigo, que ha inventado el Nacionalismo Luminotécnico con sus luces de Navidad, un derroche casi ofensivo cuando el precio de la luz machaca a familias y empresas y cuando sus correligionarios presumen de ecologistas). Hay que contar la verdad: jamás se ha construido una gran país a golpe de dispersión híper local.

Y por cierto: ¿Quién sufraga el fenómeno de la «España vaciada»? Nada se hace en política sin dinero. Resultaría interesante ir sabiéndolo…

LUIS VENTOSO,

martes, 9 de noviembre de 2021

¿Qué hay en la cabeza de Irene Montero?

Más que de ella, la auténtica culpa es del presidente que la mantiene ahí como ministra sin estar cualificada

Érase que se era un grupillo de activistas universitarios madrileños, profesores bisoños de liviana trayectoria, credo comunistoide y talante vital cuasi adolescente. Camiseta, botellín, marxismo camp y fábulas bolivarianas. Aprovechando la durísima resaca de la crisis de 2008, que zarandeó a multitud de hogares, montaron un partido populista antisistema engrasado por parné de aroma caribeño. Les fue bien electoralmente, pues muchas personas legítimamente enfadadas al ver cómo sus economías descarriaban se entregaron a la esperanza de lo que se hacía llamar «Nueva Política». Nacía Podemos, el partido de «La Gente», y Ciudadanos, un invento catalán de guapos oradores de pico de oro con altivas lecciones magistrales a diestra y siniestra. El éxito de ambos se nutrió además de la roña que embadurnaba entonces a PSOE y PP (caso ERE, sindicalistas trincones, las andanzas de Bárcenas, Granados, González…).

A Podemos se le vio raudo el plumero. Se desempeñaban con un osado analfabetismo numérico, pues desconocían los más elementales rudimentos de la administración, y se mostraron como una muchachada felona con su país y entreguista con el separatismo. Además, surgieron las peleas de egos. Aquello de ir todos juntos al cine arropando al paciente bebé de Bescansa se acabó presto. La pandi se fracturó. Iglesias se apoderó del cotarro y promocionó como número dos a su nueva novia, tras arrumbar en el gallinero del Congreso a la anterior, caída en desgracia tras perder el amor del líder carismático. Feminismo en estado puro.

Aun así, no habrían estado en condiciones de hacer daño de no ser por Sánchez, que les abrió la puerta del poder real. Primero les regaló los ayuntamientos de importantes ciudades, donde ofrecieron un recital de insolvencia, y después los metió en el Gobierno de la nación contra la firme promesa de que jamás lo haría. La irresponsabilidad de Sánchez convirtió en ministras a Irene Montero e Ione Belarra, carentes de la más mínima cualificación para sus cargos, y elevó a vicepresidenta a la sobrevaloradísima Yolanda Díaz, que en Galicia se presentó dos veces a candidata de la Xunta con idéntico resultado: cero escaños (y es que los gallegos la conocían bien). En cuanto a Iglesias, su valía queda certificada por el hecho de que ya está prejubilado de la política y buscando bolos televisivos con su nuevo corte de pelo de bajista de Duran Duran.

Irene Montero pretende ahora modificar la ley del aborto de Zapatero para hacerla todavía peor. Las chicas de 16 y 17 años podrán abortar sin consentimiento paterno. Aunque eso sí, su colega Alberto Garzón prohibirá en otra ley que esas mismas menores puedan ver anuncios de palmeras de chocolate, foskitos y tigretones (así está España: el azúcar importa más que la vida). Los médicos y sanitarios objetores frente al aborto serán marcados por Irene mediante un registro de sospechosos, que contraviene los derechos más básicos de los profesionales. Además su reforma incluye novedades de ramalazo friki: Irene quiere imponer por ley la píldora anticonceptiva masculina, para que haya «contraconcepción con perspectiva de género». Es un logro asombroso de la ministra, pues a día de hoy no existe tal fármaco.

¿Qué ha llevado a Irene Montero, hija de una familia española de próspera clase media y madre de tres hijos, a esa obsesión con la subcultura de la muerte y las sexualidades minoritarias? ¿Por qué todas sus palabras destilan rencor, rabia, desazón? ¿Qué bulle en esa cabeza? Es una pena tener que ocuparse de personajes tan menores. Pero el gran bromazo de Sánchez es que nos gobiernan.


LUIS VENTOSO



martes, 12 de octubre de 2021

Un madrileño con madrileñofobia

 La inquina dialéctica de Sánchez contra la ciudad donde siempre ha vivido no es más que otro pago en el mostrador del separatismo.


Tras la original decisión de Cataluña de pegarse un tiro en el pie con su cansino jaleo victimista y excluyente, Madrid se ha convertido en la primera locomotora de España. La fórmula de su éxito no es secreta: aperturismo, recetas económicas liberales, estabilidad política y una fiscalidad amigable. En Madrid nadie te da la murga con hechos identitarios y purezas de sangre gata; se consideraría un desatino, o una horterada. Los madrileños, llegados de todas partes, trabajan mucho y rápido. También saben divertirse, con una rutilante vida noctámbula, y en general se trata de gente desprejuiciada, abierta. Madrid además es doblemente solidaria con el resto de España: por las oportunidades que ofrece a todos y por su extraordinaria aportación a las arcas del Estado.

Nuestro eventual presidente del Gobierno es madrileño. Nació en la capital de España y en ella ha discurrido toda su biografía. Se crio en una buena calle de Madrid, Comandante Zorita, en una cómoda familia de clase media, que con su esfuerzo había aprovechado el ascensor social del franquismo. Pedro estudió la EGB en fino colegio de pago de Madrid (hecho que se cuida de omitir en sus biografías). Cursó Empresariales en el Real Centro Universitario María Cristina, institución de los padres agustinos asociada a la Complutense. Jugó al baloncesto en el madrileñísimo Estudiantes y de adolescente callejeaba por el Azca del break-dance. Su boda también tuvo lugar en Madrid, con ágape de copete en los jardines del Hipódromo de la Zarzuela. Su carrera política la inició como concejal en Madrid. En la tómbola de una universidad privada de Madrid resultó agraciado con su tesis doctoral cum laude. En Madrid compró su vivienda familiar y tiene a sus amigos.

Entonces, ¿a qué viene su saña dialéctica contra Madrid? Pues es bien sencillo: ha elegido a Ayuso y a su Gobierno como un pimpampum oportunista tras el que intentar distraer de sus flaquezas.

Todo empezó durante la pandemia, cuando impulsó una campaña político-mediática para presentar a Madrid como el averno del covid-19, mientras pasaba de puntillas, por ejemplo, sobre la pésima gestión de la Generalitat separatista. Después, más madera. Madrid es homófobo (algo curioso, cuando se ha convertido en meca de los gais de toda Europa). Madrid es un paraíso fiscal (algo curioso, cuando existen dos comunidades, País Vasco y Navarra, que disfrutan de una auténtica bicoca fiscal y otra, Cataluña, siempre alzaprimada y a cuyo dictado se han dibujado todas las financiaciones autonómicas). En Madrid se han cargado la sanidad pública (algo curioso, pues hoy ostenta la mayor esperanza de vida de España). Madrid es insegura y violenta (algo curioso, cuando todos los estudios la sitúan entre las metrópolis más seguras).

La nueva campaña va de que hay que trasladar a otras regiones algunos organismos estatales ubicados en Madrid. No es un debate nuevo y podría abordarse, pero en serio (personalmente soy partidario de meter Estado a saco en Cataluña y el País Vasco, incluidas algunas instituciones). Sin embargo, Sánchez no lo plantea de manera articulada y reflexiva. Flagelar a Madrid es tan solo parte de su tributo en el altar de los separatistas antiespañoles que le permiten pernoctar en La Moncloa. Apena ver al presidente del Gobierno de España, el madrileño Sánchez, cargando contra la capital de España. No le lloverán los aplausos cuando un día, tras dejar la presidencia (todo se acaba), pretenda tomarse un cortado o una cañita en algún bar de ese Madrid que hoy vitupera.

LUIS VENTOSO

domingo, 4 de abril de 2021

Illa, de la incompetencia al desbarre


Uno de los pasteleros de los acuerdos con ERC acusando de ‘fanatismo’ a Ayuso

Luis Ventoso

Salvador Illa, que el mes próximo cumplirá 55, nació en un pueblo barcelonés del interior, estudió en los escolapios, luego se licenció en Filosofía e hizo el máster del IESE. A los 29 años empezó a vivir de la política como alcalde de su pueblo, La Roca. Cuentan que en general se desempeñó bien, con una idea que dinamizó la zona: montar un gran ‘outlet’. Pasada la etapa municipal siguió chupando del bote en carguillos que le iba buscando el PSC, que lo acabó nombrando secretario de organización. En fin, un ‘apparatchik’ socialista catalán sin mayor historia... hasta que en enero de 2020, Sánchez lo eleva a su umbral de incompetencia al nombrarlo ministro de Sanidad, ramo del que tenía un nivel de conocimiento similar al de Lionel Messi sobre la filosofía de Spinoza. Su ignorancia absoluta sobre su cartera le daba igual a Sánchez, pues la sanidad estaba transferida a las comunidades y el ministerio era una carcasa vacía, poco más que un instituto público de buenos consejos. La verdadera misión de Illa, de talante sosegado, buenos modales, flequillo atusado y gafas a lo Clark Kent, era mantener bien engrasadas las relaciones con los separatistas catalanes, los partidos del golpe de 2017 que sostenían a Sánchez. Pero entonces se produjo un terrible bromazo del azar: una pandemia universal que nos pilló con un Gobierno más bien amateur y panfletario y con un ministro carente de preparación alguna para semejante reto. Pasó lo que tenía que pasar: lo hicieron de pena. No dieron una en el frente clínico (peor dato mundial en contagio de sanitarios, chapuzas en la compra de material, uno de los cinco países del mundo con mayor tasa de mortalidad, respuesta tardía y mensajes contradictorios). Pero además faltaron a la verdad -nos engañaron sobre los expertos y nos siguen mintiendo con las cifras de muertos- y utilizaron la tragedia sanitaria para un ejercicio de propaganda entre empalagoso y abusivo y para restringir derechos y libertades de manera harto discutible. Por último, cuando vieron que el problema los desbordaba se lavaron las manos y se lo empaquetaron a las comunidades.

El primer síntoma de la embriaguez de poder es creerte tu propia propaganda. Y Sánchez acabó dando por bueno el mito del ‘gran gestor Illa’, cuando simplemente había resultado un incompetente que hablaba en susurros. Lo envió a Cataluña como profeta del cambio, pero gobernarán los radicales separatistas de siempre. Illa, abatido, transita olvidado por la grillera de la política catalana. Pero ayer reapareció en Madrid en un mitin de apoyo a Gabilondo. El hombre del supuesto ‘seny’ y talante se sumó a la obsesión del Orfeón Progresista con Ayuso, tachándola de ‘desleal’ y acusándola de ‘fanatismo’. Todo un poco ridículo viniendo de uno de los pasteleros de los acuerdos con ERC, que como es bien sabido se trata de un partido leal, nada fanático y siempre al servicio de España. A Illa, con su currículo de éxitos, lo que mejor le sentaría sería disfrutar de las bondades del silencio. Tener al menos la dignidad de callarse.


miércoles, 10 de febrero de 2021

Iglesias, con Rusia contra España

 

Cuando llegue el próximo desafío catalán, que llegará, costará buscar apoyo foráneo

Luis VentosoLuis Ventoso

La más célebre maldición china, en realidad apócrifa e inventada por diplomáticos británicos, reza así: «Ojalá que vivas tiempos interesantes». Por desgracia en España ya sufrimos ese conjuro. Unos tiempos demasiado interesantes, que huelen a desgobierno. Cuando los mandatarios separatistas catalanes declararon a la brava una república independiente en 2017, el Estado logró pararlos por cuatro motivos: 1. El oportuno discurso cortafuegos del Rey. 2. La unión contra el golpe de todos los partidos constitucionalistas, incluido el PSOE, pues entonces Sánchez apoyó el 155 (aunque hoy padezca amnesia). 3. La mayoría de la sociedad catalana en realidad no quería la independencia. 4. El éxito de la diplomacia española, que logró que la intentona de Junqueras y Puigdemont no fuese secundada

 por ningún país serio. Todas las potencias dejaron tirados a los insurrectos.

Pero cuando llegue el próximo desafío de un gobierno separatista catalán, que llegará, sudaremos para encontrar respaldo foráneo. La razón es sencilla: ¿Qué país va a apoyar la unidad de España cuando su propio Gobierno está aliado con los independentistas y cuando ese Ejecutivo incluso cuenta con un vicepresidente que apoya vías ilegales de ruptura? Mientras las televisiones oficialistas nos hipnotizan con el caco Bárcenas, pues viene bien para acabar de hundir al PP en las elecciones catalanas (doce minutos ayer en el arranque del telediario TVE), siguen ocurriendo asuntos graves relativos al primer problema de España, que es la unidad nacional. La pasada semana, Borrell, jefe de la diplomacia de la UE, visitó Moscú y criticó el impresentable encarcelamiento del opositor Navalni. El perenne ministro ruso de Exteriores, el habilidoso y taimado Lavrov, le respondió comparando a Navalni con los sediciosos catalanes, a los que presentó como «presos políticos». Nuestra ministra de Exteriores, Laya, le dio réplica y de manera muy acertada recordó a Lavrov que España es una democracia plena y que aquí no hay presos políticos, sino políticos presos.

Pero el vicepresidente más holgazán de Europa, de profesión sus bolos mediáticos, ha concedido de inmediato una entrevista a «Ara», periódico independentista, asegurando que en España «no hay plena normalidad democrática» y clamando por la liberación de los presos. Iglesias aboga además por un referéndum de independencia, que vulnera el orden constitucional que prometió respetar y defender. La felonía es absoluta: un vicepresidente contra los intereses de España y contra la postura de su ministra de Exteriores, que da la razón al régimen autoritario de Putin (donde los opositores son encarcelados, cuando no les da por envenenarse casualmente). Cómo será el disparate que hasta el gran Ábalos ha suspirado diciendo que las declaraciones «no tienen ningún sentido». Con un presidente normal, Iglesias ya estaría a estas horas prejubilado en el pazo de Galapagar por traicionar a su país, a su Constitución y a sus propios compañeros de Gobierno. Pero tenemos a quien tenemos..