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lunes, 30 de diciembre de 2019

AÑO ACIAGO PARA ESPAÑA



En un futuro cercano, 2019 será recordado como un año aciago para España, durante el cual fueron sembradas o abonadas muchas de las malas yerbas imposibles de arrancar una vez arraigadas. Un año de traiciones, engaños, división, vergüenza y claudicación, de la mano de un Pedro Sánchez tan sobrado de ambición y narcisismo como falto del más mínimo escrúpulo. Un año para el olvido, si no fuera porque 2020 se presenta todavía peor.
Este 2019 sombrío ha encumbrado a los separatistas hasta cotas de poder que jamás habrían esperado alcanzar. En el pasado, cuando todavía disimulaban su auténtica vocación secesionista, conocieron el placer de pedir y obtener prebendas a cambio de completar mayorías.
Pero lo de ahora no tiene precedentes. Un presidente en funciones hincado de hinojos ante ellos, suplicando su respaldo como si no hubiesen perpetrado un intento de sedición juzgado y condenado en los tribunales, era algo que ni Junqueras ni Puigdemont se habrían atrevido a soñar.
Un Partido Socialista entregado a sus exigencias, a pesar de su actitud abiertamente desafiante y sus amenazas explícitas de reincidir, es algo que supera con creces cualquier expectativa por su parte y cualquier indignidad en lo que atañe a un líder nacional. Ni los independentistas podían llegar más alto ni el gobierno de la Nación caer más bajo. O sí.
Porque no satisfecho con humillarse y humillarnos ante dos criminales convictos, reos de sedición y malversación, Sánchez ha hecho lo propio con un terrorista llamado Arnaldo Otegui, a quien ha entregado las llaves de la comunidad foral de Navarra y un estatus de respetabilidad que vulnera no solo los derechos más elementales de las víctimas, sino el honor de una sociedad que supo resistir a pie firme los embates de la banda asesina.
Lo que no consiguieron matando lo obtienen ahora de un ególatra cuyo voraz apetito de poltrona traspasa todas las barreras morales. De nuevo, ni ETA podía aspirar a más ni el Ejecutivo español quedar en algo tan miserable.
Al reclamo de estos éxitos no hay ratón que se abstenga de asomar la cabeza, a ver si suena la flauta, entre todos destruyen al león y el país se llena de caudillos satisfechos en sus respectivas taifas. Los leoneses de izquierdas no quieren ser castellanos, los de Teruel alzan la voz, los valencianos y baleares, dirigidos por coaliciones en las que manda la marca local del independentismo catalán, que es quien paga la fiesta con el dinero de nuestros bolsillos, se alejan de la casa común para acercarse a los «països» de la ensoñación pujolista…
El objetivo es reescribir la historia a la inversa, retroceder en el tiempo hasta lo peor de la Edad Media, desgarrar las costuras de una Nación centenaria con el fin de obtener cada cual su pedacito. Y mientras tanto ¿qué hace el hombre que juró guardar y hacer guardar la Constitución? Alentar ese proceso perverso a fin de alcanzar su mezquino minuto de gloria.


Sobre este telón de fondo el sistema de pensiones se encamina al precipicio pidiendo a gritos una reforma, que Sánchez rehúsa acometer por miedo a perder el favor de su escudero Pablo Iglesias. La deuda pública se dispara. El plagio se consagra como método de obtención de un doctorado, cuando el doctorando es del PSOE.
La corrupción deja de ser repudiada, porque ahora salpica de lleno a la izquierda, y con el fin de tapar la que llena de mugre a Podemos ponemos Interior y Exteriores al servicio de Evo Morales. Lo dicho; un año aciago.

Isabel San Sebastián ( ABC )

sábado, 7 de julio de 2018

Vender España para gobernarla

Pedro Sánchez ya ha empezado a saldar cuentas con quienes le han garantizado una pensión vitalicia.

La gran paradoja de nuestro sistema de representación parlamentaria es que otorga un poder decisorio determinante a grupos cuya razón de ser es precisamente destruirlo. Dicho de otro modo, aboca a los aspirantes a gobernar España a vender su ser y su esencia en el empeño de auparse hasta el timón de mando. Y como los dos grandes partidos llamados a vertebrar la nación no han sabido o no han querido corregir esta anomalía letal, el país se encamina hacia el abismo, empujado por separatistas expertos en extorsionar a líderes cuya ambición pesa en la balanza del quehacer infinitamente más que el patriotismo.
El caso de Pedro Sánchez es paradigmático, aunque dista de ser único. Hace lustros que PSOE y PP se turnan en La Moncloa a costa de ceder cuotas de nuestra soberanía a nacionalistas insaciables, que antes de cobrar el último pago de su constante chantaje ya están exigiendo una cantidad mayor. Nada les basta. Ningún tributo o humillación satisface su voracidad, causa y a la vez efecto de su existencia en el escenario político. De ahí que resulte tan infame como pueril arrastrar la dignidad nacional ante ellos. Cualquier cesión, por ignominiosa que resulte, únicamente conseguirá ganar algo de tiempo. Unos segundos en el reloj de la historia, que se traducirán más pronto que tarde en una pérdida irrecuperable de cohesión territorial, riqueza colectiva e igualdad entre los españoles, inversamente proporcional a la chulería creciente de esos caudillos locales.
El presidente menos votado de la democracia ya ha empezado a saldar cuentas con quienes le permitieron cumplir su sueño de garantizarse una pensión vitalicia. Los presuntos golpistas presos han sido acercados a casa, donde han sido recibidos por los suyos, responsables de gestionar las cárceles, con los honores reservados a los héroes. Igual que los terroristas de ETA, a quienes se dedican danzas rituales de respeto, como si en lugar de pegar tiros por la espalda o detonar coches bomba a distancia hubiesen hecho algo que requiriese algún coraje. Nada nuevo bajo el sol. Tanto en Cataluña como en el País Vasco los sacudidores de árboles y los recogedores de nueces llevan décadas repartiéndose los papeles, con el propósito común de dinamitar la unidad de la nación española. Lo grave, lo imperdonable, es que se lo consienta quien juró cumplir y hacer cumplir la Constitución como requisito indispensable para acceder a su cargo.
Sánchez no se molesta ni en salvar las formas. Está dispuesto a recibir al independentista Quim Torra con una agenda abierta a escuchar cualquier propuesta, incluida la de cometer un delito de sedición con la celebración de un referéndum inconstitucional. Según Meritxell Batet, permitirá que a través de su persona se pisotee nuestra honra, con tal de obtener el nihil obstat de los diputados independentistas a su candidato a dirigir RTVE. Eso sí; todo en nombre del «diálogo» y el «progresismo». ¡Si no fuese para llorar, sería de carcajada!
Hace un par de semanas, Ciudadanos presentó en el Congreso una proposición destinada a cambiar la ley electoral de manera que sea imprescindible alcanzar un mínimo del tres por ciento de los votos a escala nacional para alcanzar representación en dicha cámara. Se quedaron solos. Los secesionistas, como es lógico, votaron en contra. De aprobarse esa modificación, perderían el poder arbitral que detentan. Lo que ya no es tan comprensible es que se opusieran igualmente a la reforma socialistas y populares, supuestamente defensores de la Carta Magna. Salvo que, como parece, antes de entregar una baza semejante a los de Rivera prefieran seguir vendiendo España por parcelas.
Isabel San SebastiánIsabel San SebastiánArticulista de Opinión