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sábado, 7 de diciembre de 2019

Maltrato a la Constitución por parte de Pedro Sánchez y su banda.



Maltrato a la Constitución por parte de Pedro Sánchez y su banda.



Cada día hay más indecencia a la Constitución. El 41 aniversario de la Constitución será recordado como el más amargo de la democracia. Este aniversario es constitucionalmente, anticonstitucional por su insinuación a terroristas, sectarios y bandidos comunitarios. Nunca como hasta ahora había sido tan cuestionada la vigencia del ordenamiento legal que desde el 6 de diciembre de 1978 sanciona la libertad y la igualdad de todos los españoles. Más allá del debate sobre la necesidad de su reforma -que no puede plantearse sin aclarar previamente en qué extremos, para qué fines y con qué mayoría-, hoy lo urgente no es incurrir en el marco mental del separatismo señalando deficiencias susceptibles de enmienda, sino reivindicar el orden democrático que nos ha permitido disfrutar del periodo más largamente próspero y pacífico de nuestra historia.

Bajo ningún concepto deberíamos resignarnos a la total degradación de la cultura de la Transición, por más que las señales de agotamiento del sistema a nadie se le ocultan. El auge del populismo y el desafío en vigor del secesionismo han desatado una crisis de Estado que conviene reconocer para mejor afrontarla. Esa crisis tiene muchos padres, pero ya deberíamos ser capaces de identificar una causa principal: la contumacia en la deslealtad del nacionalismo y la necesidad que ha tenido de sus votos el bipartidismo para completar mayorías de gobierno, aumentando sus cesiones hasta vaciar de presencia del Estado las zonas controladas por nacionalistas.

Esta deriva ha alcanzado el grado de exaltación bajo la presidencia de Pedro Sánchez. Ningún otro gobernante se había atrevido a tensionar tanto las costuras de la democracia del 78, tratando de normalizar por la vía de los hechos consumados alianzas e hipotecas que hasta su llegada se habían considerado infames. Vivimos un momento político en que el presidente en funciones del Gobierno de España provoca un titular cuando afirma que su negociación con ERC para granjearse el respaldo a su investidura se desarrollará dentro de la ley y será pública. Que se sienta obligado a advertirlo resulta revelador de su fama pero no supone siquiera garantía de nada, habida cuenta del deleznable valor de la palabra de Sánchez. Un político que hizo campaña contra el separatismo y que tras abrir las urnas fue a depositar la llave del gobierno en la cárcel de Lledoners, donde cumplen pena los condenados por sedición. Por debajo de los fastos constitucionales de hoy, proseguirá la humillante subasta al precio indigno de no recurrir las resoluciones desafiantes del Parlament o de pactar una institucionalidad paralela como la mesa de partidos que exigen ERC y Junts per Catalunya, partidos responsables de la mayor agresión al orden constitucional desde el 23-F.

El protocolo que conmemora la Constitución resulta hueco si no compromete a sus protagonistas. Hoy es un día para rechazar tanto la beligerancia de los antisistema como la hipocresía de los oportunistas, y para renovar la lealtad a los valores sobre los que se erige nuestra convivencia.

 Blog de Juan Pardo.

Constitución y mentiras

Utilizar la Carta Magna como coartada argumental para blanquear a quienes la desprecian y desean la fractura de la nación es un ejercicio de cinismo por parte del PSOE.

Pedro Sánchez utilizó ayer el aniversario de la Constitución para exigir al resto de partidos que se subordinen a sus demandas para poder conformar una investidura, en lugar de elogiar a la Carta Magna como la auténtica herramienta que ha permitido la convivencia en España durante 41 años. Sánchez apeló al «pacto entre diferentes» y al «espíritu de entendimiento», pero solo como coartadas sentimentales para que el resto de fuerzas políticas le permitan gobernar a capricho con solo 120 escaños. Cuando Sánchez defendió ayer la «vigencia y fortaleza» de la Constitución, debió ser más convincente y menos retórico. Primero, porque si es cierto que la Carta Magna está vigente -y por suerte para España, así es-, Sánchez tiene un auténtico problema con el PSC, que pretende recuperar el «derecho a decidir» y la consideración de Cataluña como «nación». Y en segundo lugar, porque si, además de estar vigente la Constitución está «fuerte», Sánchez debería recordar que el artículo 155 existe, que su negociación de gobierno se basa en tres partidos como ERC, PNV y JpC con proyectos rupturistas de España, y que no hace falta ningún «relator» para dar fe de la proclamación de absurdas repúblicas. Ayer, a la misma hora que Sánchez elogiaba la Constitución, los CDR, la nueva «kale borroka» a la catalana, quemaron en público ejemplares de ella. Debería ser suficiente indicio para él del chantaje que pretenden imponer Torra, Puigdemont, Urkullu y Junqueras, con quien se sigue negociando la investidura entre barrotes. Utilizar la Constitución como coartada argumental para blanquear a quienes desprecian la Carta Magna y desean la fractura de la nación es un ejercicio de cinismo, porque por mucho intento que haga el PSOE para maquillar la realidad, lo que proponen los separatistas no cabe en la Carta Magna ni con fórceps.
En la misma línea se pronunció ayer la presidenta del Congreso, la socialista catalana Meritxell Batet, durante su discurso con motivo del Día de la Constitución. Su apelación a «integrar» en la Constitución a todo aquel que se sienta «excluido» resultó casi enternecedora. El PSOE pretende hacer creer que es capaz de domar al independentismo con tal de gobernar a toda costa. No ha aprendido aún de los errores pasados de Zapatero y del propio Sánchez. Pero ahí empezaron y acabaron las expresiones de generosidad política del PSOE ayer. Lo demás sigue siendo ocultación y falta de transparencia sobre sus cesiones al separatismo para asegurar la investidura. Una mentira. Por eso Batet recurrió a reivindicar mantras de la izquierda como la exclusión social, el feminismo o el medio ambiente con tal de desviar la atención. El PSOE se ha propuesto hacer vivir a los españoles en una ficción y sojuzgarlos con sus inquietantes maniobras de ingeniería social y fractura ideológica.
Editorial ABC

LA CONSTITUCIÓN ESTÁ AMENAZADA


Este aniversario de la Constitución no es uno más. Porque nunca como hasta ahora había sido tan cuestionada la vigencia del ordenamiento legal que desde el 6 de diciembre de 1978 sanciona la libertad y la igualdad de todos los españoles.
Más allá del debate sobre la necesidad de su reforma -que no puede plantearse sin aclarar previamente en qué extremos, para qué fines y con qué mayoría-, hoy lo urgente no es incurrir en el marco mental del separatismo señalando deficiencias susceptibles de enmienda, sino reivindicar el orden democrático que nos ha permitido disfrutar del periodo más largamente próspero y pacífico de nuestra historia.
No deberíamos resignarnos a la total degradación de la cultura de la Transición, por más que las señales de agotamiento del sistema a nadie se le ocultan. El auge del populismo y el desafío en vigor del secesionismo han desatado una crisis de Estado que conviene reconocer para mejor afrontarla.
Esa crisis tiene muchos padres, pero ya deberíamos ser capaces de identificar una causa principal: la contumacia en la deslealtad del nacionalismo y la necesidad que ha tenido de sus votos el bipartidismo para completar mayorías de gobierno, aumentando sus cesiones hasta vaciar de presencia del Estado las zonas controladas por nacionalistas.
Esta deriva ha alcanzado el grado de paroxismo bajo la presidencia de Pedro Sánchez. Ningún otro gobernante se había atrevido a tensionar tanto las costuras de la democracia del 78, tratando de normalizar por la vía de los hechos consumados alianzas e hipotecas que hasta su llegada se habían considerado infames.
Vivimos un momento político en que el presidente en funciones del Gobierno de España provoca un titular cuando afirma que su negociación con ERC para granjearse el respaldo a su investidura se desarrollará dentro de la ley y será pública. Faltaría más, señor Sánchez.
Que se sienta obligado a advertirlo resulta revelador de su fama pero no supone siquiera garantía de nada, habida cuenta del deleznable valor de la palabra de Sánchez. Un político que hizo campaña contra el separatismo y que tras abrir las urnas fue a depositar la llave del gobierno en la cárcel de Lledoners, donde cumplen pena los condenados por sedición.
Por debajo de los fastos constitucionales de hoy, proseguirá la humillante subasta al precio indigno de no recurrir las resoluciones desafiantes del Parlament o de pactar una institucionalidad paralela como la mesa de partidos que exigen ERC y Junts per Catalunya, partidos responsables de la mayor agresión al orden constitucional desde el 23-F.
La liturgia institucional que conmemora la Constitución resulta hueca si no compromete a sus protagonistas.
 Hoy es un día para rechazar tanto la beligerancia de los antisistema como la hipocresía de los oportunistas, y para renovar la lealtad a los valores sobre los que se erige nuestra convivencia.


¡ VIVA CARTAGENA !


Hoy celebramos el Día de la Constitución en un parlamento en el que de los 350 Diputados elegidos 121 declaran no estar de acuerdo con nuestra Carta Magna. Por eso no es de extrañar que los que quieren demoler nuestra ley de leyes, trocear España en pequeñas republicas balcánicas, cambiar nuestra estructura de Estado, abolir la monarquía, sacarnos de Europa, y convertir nuestra nación en un parque temático con más prohibiciones que libertades y menos dignidad de la que hasta ahora gozamos, se froten las manos mientras observan cómo los escaños del parlamento español cada vez están ocupados por políticos cuya única misión es cobrar un buen sueldo por demoler el sistema.
De todas formas yo sigo creyendo en la fortaleza de una nación  que sobrevive a pesar de sus gobiernos provisionales prolongados en el tiempo como fórmula de permanencia en el poder de un político que no consigue formar gobierno a pesar de que vende baratos los sillones del Consejo de ministros.
A los 121 diputados están en grupos desde los que declaran su desafección a nuestra carta Magna, hay que sumar otros que dicen respetarla pero que  si se lo ordena su jefe  cambian de opinión en un plis plás.  Por eso la ceremonia de hace unos días en la que debían jurar  prometer el acatamiento de la Constitución para adquirir la condición de diputados  fue un espectáculo valleinclanesco y no por la imagen del parlamentario de mayor edad que presidió la sesión sino por el esperpento que una vez más se vivió allí.
¡Por España! ¡Por la República! ¡Por los presos! ¡Por la Independencia! Fueron algunas de las fórmulas que se emplearon. Faltó un ¡Viva Cartagena! hasta que le tocó el turno a un triste Gerardo Pisarello  que se había vestido para la ocasión  con traje, camisa y corbata al más puro estilo de los políticos de la antigua República Democrática de Alemania. Sólo le faltaba el abrigo y el sombrero, porque hasta el gesto adusto indicaba que se había tomado en serio el trámite y se sentía observado desde el más allá por Erich Honeker.
Le dedicó su promesa de cumplir la Constitución a las Trece Rosas y, como nadie puede estar en la cabeza de nadie, ignoro si tuvo alguna reserva mental sobre qué artículos de nuestra Gran Ley está dispuesto a conculcar o si volverá a pelear desde algún balcón  por evitar que se exhiba la bandera constitucional española, como ya hizo hace unos años en el Ayuntamiento de Barcelona.
Cuando se abusa  de la verborrea por ver quién devalúa más el nivel de una promesa seria,  cualquier excepción es bienvenida, y yo reconozco que el recuerdo de las Trece Rosas es más digno que el que hacen los independentistas a sus colegas encarcelados por golpistas.
Diego Armario