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jueves, 10 de marzo de 2022

Putin tiene que ser juzgado antes o después por tantos crímenes atroces

 El presidente ruso, Vladimir Putin

El presidente ruso, Vladimir Putin EFE

El relato que hacen los alcaldes de algunas de las ciudades más ferozmente atacadas por las tropas invasoras rusas sobrecoge porque es una descripción espeluznante de la situación en la que intentan sobrevivir en condiciones pavorosas los cientos de miles de ciudadanos que no están integrando las fuerzas militares y de voluntarios que intentan defender cada palmo de terreno de su patria.

Son en su mayoría ancianos, mujeres y niños. Y es a esta parte de la población más débil y más indefensa a la que las fuerzas militares rusas insisten en atacar para provocar el pánico generalizado y, a continuación, disparar sobre ellos.

Los alcaldes cuentan que han sido bombardeados guarderías, hospitales, colegios, universidades, además de los centros de comunicación y las centrales que pueden, podían, suministrar a la población civil la posibilidad de protegerse del frío, de comer algo caliente con los pocos víveres que les quedan ya, de ponerse en contacto con sus familias o con personas cercanas.

Putin busca exterminar a los ucranianos porque no se han plegado a sus designios expansionistas

Ayer tarde los periódicos abrían sus ediciones digitales con la noticia de que el ejército ruso había bombardeado un hospital infantil en Mariupol, una de las ciudades bajo un asedio apocalíptico, en expresión de la Cruz Roja internacional. Había niños entre los escombros, niños a los que nadie podía rescatar bajo las bombas.

Lo que está llevando a cabo el autócrata Vladimir Putin con una crueldad inaudita es literamente una guerra de exterminio. Busca exterminar a los ucranianos porque no se han plegado mansamente y de inmediato a sus designios expansionistas. Quiere arrasar el país, con toda la población que no haya podido escapar del horror, dentro. Quiere ganar a toda costa, «pase lo que pase» le dijo hace unos días al presidente francés Emmanuel Macron.

Esta es una invasión que incumple deliberadamente todos los compromisos de los Convenios de Ginebra, porque hasta en las guerras existen unos principios que deben ser respetados por todos los contendientes según el derecho internacional humanitario. Pero para Putin, un criminal de guerra, todas esas reglas no tienen la menor capacidad de limitar su afán genocida.

Del mismo modo que existió un juicio de Núremberg, el mundo civilizado debería encontrar el modo de juzgar a este asesino

Pero del mismo modo que existió en 1945 y 1946 un juicio de Núremberg en el que fueron juzgados 22 criminales nazis de los cuales 12 fueron condenados a muerte; y que las Naciones Unidas establecieron en 1993 y hasta 2017 en La Haya un Tribunal Internacional para la antigua Yugoslavia en el que se juzgó a los responsables de los crímenes cometidos en los Balcanes, el mundo civilizado debería encontrar el modo de juzgar a este asesino cuando eso sea posible, cosa que en estos momentos no lo es porque sigue presidiendo el país y no hay el menor indicio de que pudiera ser derrocado por los suyos. Sin embargo, el mundo no debe olvidar nunca, nunca, lo que este dictador sangriento está perpetrando hoy por si hubiera un día la ocasión de someterle a juicio.

Todos comprendemos las apelaciones dramáticas y angustiadas del presidente Volodimir Zelenski cuando pide que Occidente impida, sea bajo la fórmula que sea, que la aviación rusa siga bombardeando su país de forma indiscriminada. Pero no hay más fórmula que una: que las fuerzas de la OTAN establezcan una zona de exclusión aérea, lo cual significa que entren en combate con los aviones rusos.

Eso se llamaría la Tercera Guerra Mundial, y podría llamarse guerra nuclear, con todo su tenebroso y destructor significado de ámbito planetario. Porque Putin no puede ya permitirse la libertad de suspender los ataques si no tiene una salida que lo justifique. Y no la tiene. Por eso va a continuar adelante hasta lo que él considera la victoria final, que consistirá en entrar en un país devastado y alfombrado de cadáveres.

Y no se puede descartar de ninguna manera que, acorralado como está porque la invasión que él había proyectado no se ha producido en los términos previstos, y resuelto a salir victorioso a costa de lo que sea, se decidiera con el pretexto de que la OTAN haya podido intervenir en el conflicto, a lanzar uno o varios proyectiles con carga nuclear.

Por eso es imperativo evitar ese riesgo, aun a costa de dejar solos a los ucranianos ante los ataques de la aviación rusa. La fórmula ideada por Estados Unidos según la cual Polonia pondría sus cazas Mig 29 al servicio del gobierno de Kiev a cambio de recibir F 16 norteamericanos no se ha saldado por el momento en un acuerdo positivo.

La Alianza Atlántica tiene en ese sentido las manos atadas. Ucrania no puede contar más que con el armamento que la UE y EEUU le envían por tierra. Y eso no es suficiente cuando desde el cielo se destruyen las ciudades y se asesina y se acorrala a la población civil hasta que acabe muriendo de frío, de hambre, de enfermedad o de miedo.

Un drama del que todos los seres humanos de esta parte del planeta debemos sentirnos responsables en la medida en que asistimos tan horrorizados como inactivos a la destrucción deliberada de todo un pueblo.

viernes, 10 de septiembre de 2021

Marlaska, antes gay que ministro

 

Fernando Grande-Marlaska, ministro del Interior. EP

Por mucho que ahora insistan en que el problema de la homofobia es grave y que los ataques a homosexuales se han incrementado en un porcentaje que varía en función de quien habla, es imposible para el Gobierno disimular la utilización política que está haciendo de este problema. 

El suceso que aparentemente se produjo este domingo pasado contra un joven que declaró a la Policía haber sido salvajemente agredido por ocho individuos encapuchados estuvo siendo manipulado durante dos días seguidos por el presidente del Gobierno y por su ministro del Interior Fernando Grande-Marlaska de una manera descarada por lo que tuvo de decisión de adjudicar a Vox e indirectamente al PP la creación deliberada de un clima de opinión hostil hacia el diferente.

Que todo homosexual, lesbiana o transexual vota a la izquierda es rigurosamente falso

En el caso de los grupos LGTBI sucede que la izquierda ha decidido patrimonializar la lucha por los derechos de ese colectivo, dejando así a la oposición del centro y la derecha políticas fuera del círculo virtuoso de defensa de los derechos humanos y de las libertades de cualquiera que viva en nuestro país.

Es un esfuerzo que está teniendo un éxito indudable porque parece existir en ese colectivo la convicción de que sólo con el PSOE y otros partidos de la izquierda y la ultraizquierda sus libertades están garantizadas.

Aceptar ese principio nos lleva al esperpento de considerar que todo homosexual, lesbiana o transexual vota a los partidos de ese sector ideológico, lo cual es rigurosamente falso.

Pero eso es en definitiva lo que insinuaba este lunes en televisión el ministro del Interior al lanzarse a reprochar a Vox, e indirectamente también al PP, la creación de un clima de hostilidad al colectivo LGTBI, cosa que no se sostiene. 

Cuestión distinta es que sobre el intento de adoctrinamiento de los niños en los colegios los partidos de centro y la derecha se hayan opuesto de manera frontal. Pero eso no significa que exista la menor hostilidad hacia las personas con características diferentes a las de la mayoría.

El problema del ministro del Interior es que en esta ocasión, como en otras muchas anteriores, se ha pasado de la raya y en este caso se ha precipitado de manera absolutamente irresponsable dando por acreditados hechos que estaban siendo investigados por la Policía, que nunca tuvo clara la veracidad de las acusaciones del joven supuestamente agredido.

Al ministro le ha podido más la utilización política del asunto que la exigencia de rigor a la que está obligado»

Y parece mentira que el hoy ministro haya sido juez en su vida anterior porque con su comportamiento dinamita los más elementales principios de una investigación, el primero de los cuales es no dar por hecho nada hasta que la investigación no haya concluido. Pero al ministro le ha podido más la utilización política del asunto que la exigencia de rigor a la que está obligado y su condición de gay por encima de su actuación como responsable gubernamental. 

Pero es que aquí llueve sobre mojado con respecto al señor Marlaska. No hay más que recordar las agresiones contra los diputados de Ciudadanos en la marcha del Orgullo de julio de 2019, cuando hubo manifestantes que les lanzaron lejía y compresas e incluso se les orinaron encima y que terminó haciendo que la Policía les sacara de la manifestación para evitar males mayores.

En aquella ocasión el ministro Marlaska se cubrió de gloria, como ahora se ha vuelto a cubrir, cuando la víspera de la jornada de celebración  puso a los representantes del partido naranja en la diana al criticar a quienes «pactaban de una forma tan descarada y obscena con quien trata de limitar los derechos LGTBI» en referencia a Vox. «Si alguien no entiende que eso debe tener alguna consecuencia en un sentido u otro podría calificarse de irresponsable» añadió.

Y vaya si tuvo consecuencias. Pero lo que aquí interesa es señalar hasta qué punto el ministro del Interior puso en la diana a los miembros de Ciudadanos incumpliendo así una de sus primeras obligaciones, como es la de procurar las condiciones para que toda convocatoria pública se desarrolle sin incidentes y en paz. Y, desde luego, la de no señalar culpables sin tener acreditada esa acusación.

Y no sólo hizo eso. Marlaska intentó además desmentir los hechos filtrando a algunos medios de comunicación un atestado policial falso en el que se sostenía que no constaba ninguna agresión a los miembros de Cs salvo el lanzamiento de objetos no peligrosos como «botellas de agua vacías» y en el que se aseguraba que los representantes de Ciudadanos «en ningún momento siguieron las instrucciones policiales ni sus consejos».

Sin embargo, cuando a través del Portal de Transparencia se reclamó la presentación de ese informe policial el ministerio se negó alegando razones de «seguridad nacional». Nada menos. Pero no acaba aquí la cosa. En aquella ocasión Marlaska intentó que 10 guardias civiles y otros tantos policías desfilaran de uniforme en la manifestación del orgullo. Olvidaba o ignoraba el ministro que dos leyes orgánicas prohíben taxativamente que tanto policías como guardias civiles asistan de uniforme a cualquier manifestación. 

Es del todo razonable que desde los partidos agredidos se pida su dimisión de un puesto al que no hace honor

Y una vez más no hubo modo de que el ministro hiciera pública la carta que había enviado a cada uno de los directores generales de ambos cuerpos. Ante la petición de hacer públicas esas cartas el ministerio se limitó a responder: «No tenemos nada que decir al respecto».

Conclusión: el señor Marlaska pone siempre su condición de gay por encima de su condición de ministro aunque en el caso que ahora nos ocupa, el de la agresión inventada de Madrid, ha estado acompañado de todo el sector de izquierdas empeñado en acusar a los partidos de centro y de derecha de ser enemigos de gays, lesbianas y transexuales porque algunas de estas formaciones políticas critican acerbamente el intento de adoctrinar a los niños en las escuelas.

Pero, como diría Carmen Calvo: «no, bonito, no, la defensa de los derechos de los diferentes no es exclusiva de la izquierda, no».

Por eso y por el comportamiento desastroso del señor Marlaska en éste y en  otros episodios deplorables protagonizados por él como ministro, es del todo razonable que desde los partidos agredidos se pida su dimisión de un puesto al que no hace honor y que le queda demasiado grande.

el Independiente