El relato que hacen los alcaldes de algunas de las ciudades más ferozmente atacadas por las tropas invasoras rusas sobrecoge porque es una descripción espeluznante de la situación en la que intentan sobrevivir en condiciones pavorosas los cientos de miles de ciudadanos que no están integrando las fuerzas militares y de voluntarios que intentan defender cada palmo de terreno de su patria.
Son en su mayoría ancianos, mujeres y niños. Y es a esta parte de la población más débil y más indefensa a la que las fuerzas militares rusas insisten en atacar para provocar el pánico generalizado y, a continuación, disparar sobre ellos.
Los alcaldes cuentan que han sido bombardeados guarderías, hospitales, colegios, universidades, además de los centros de comunicación y las centrales que pueden, podían, suministrar a la población civil la posibilidad de protegerse del frío, de comer algo caliente con los pocos víveres que les quedan ya, de ponerse en contacto con sus familias o con personas cercanas.
Putin busca exterminar a los ucranianos porque no se han plegado a sus designios expansionistas
Ayer tarde los periódicos abrían sus ediciones digitales con la noticia de que el ejército ruso había bombardeado un hospital infantil en Mariupol, una de las ciudades bajo un asedio apocalíptico, en expresión de la Cruz Roja internacional. Había niños entre los escombros, niños a los que nadie podía rescatar bajo las bombas.
Lo que está llevando a cabo el autócrata Vladimir Putin con una crueldad inaudita es literamente una guerra de exterminio. Busca exterminar a los ucranianos porque no se han plegado mansamente y de inmediato a sus designios expansionistas. Quiere arrasar el país, con toda la población que no haya podido escapar del horror, dentro. Quiere ganar a toda costa, «pase lo que pase» le dijo hace unos días al presidente francés Emmanuel Macron.
Esta es una invasión que incumple deliberadamente todos los compromisos de los Convenios de Ginebra, porque hasta en las guerras existen unos principios que deben ser respetados por todos los contendientes según el derecho internacional humanitario. Pero para Putin, un criminal de guerra, todas esas reglas no tienen la menor capacidad de limitar su afán genocida.
Del mismo modo que existió un juicio de Núremberg, el mundo civilizado debería encontrar el modo de juzgar a este asesino
Pero del mismo modo que existió en 1945 y 1946 un juicio de Núremberg en el que fueron juzgados 22 criminales nazis de los cuales 12 fueron condenados a muerte; y que las Naciones Unidas establecieron en 1993 y hasta 2017 en La Haya un Tribunal Internacional para la antigua Yugoslavia en el que se juzgó a los responsables de los crímenes cometidos en los Balcanes, el mundo civilizado debería encontrar el modo de juzgar a este asesino cuando eso sea posible, cosa que en estos momentos no lo es porque sigue presidiendo el país y no hay el menor indicio de que pudiera ser derrocado por los suyos. Sin embargo, el mundo no debe olvidar nunca, nunca, lo que este dictador sangriento está perpetrando hoy por si hubiera un día la ocasión de someterle a juicio.
Todos comprendemos las apelaciones dramáticas y angustiadas del presidente Volodimir Zelenski cuando pide que Occidente impida, sea bajo la fórmula que sea, que la aviación rusa siga bombardeando su país de forma indiscriminada. Pero no hay más fórmula que una: que las fuerzas de la OTAN establezcan una zona de exclusión aérea, lo cual significa que entren en combate con los aviones rusos.
Eso se llamaría la Tercera Guerra Mundial, y podría llamarse guerra nuclear, con todo su tenebroso y destructor significado de ámbito planetario. Porque Putin no puede ya permitirse la libertad de suspender los ataques si no tiene una salida que lo justifique. Y no la tiene. Por eso va a continuar adelante hasta lo que él considera la victoria final, que consistirá en entrar en un país devastado y alfombrado de cadáveres.
Y no se puede descartar de ninguna manera que, acorralado como está porque la invasión que él había proyectado no se ha producido en los términos previstos, y resuelto a salir victorioso a costa de lo que sea, se decidiera con el pretexto de que la OTAN haya podido intervenir en el conflicto, a lanzar uno o varios proyectiles con carga nuclear.
Por eso es imperativo evitar ese riesgo, aun a costa de dejar solos a los ucranianos ante los ataques de la aviación rusa. La fórmula ideada por Estados Unidos según la cual Polonia pondría sus cazas Mig 29 al servicio del gobierno de Kiev a cambio de recibir F 16 norteamericanos no se ha saldado por el momento en un acuerdo positivo.
La Alianza Atlántica tiene en ese sentido las manos atadas. Ucrania no puede contar más que con el armamento que la UE y EEUU le envían por tierra. Y eso no es suficiente cuando desde el cielo se destruyen las ciudades y se asesina y se acorrala a la población civil hasta que acabe muriendo de frío, de hambre, de enfermedad o de miedo.
Un drama del que todos los seres humanos de esta parte del planeta debemos sentirnos responsables en la medida en que asistimos tan horrorizados como inactivos a la destrucción deliberada de todo un pueblo.
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