Avicena o Ibn Siná (como fue llamado en persa y en árabe) nació en el año 980 en Afshana (provincia de Jorasán, actualmente en Uzbekistán). Cuando tan sólo contaba con 17 años ya gozaba de fama como médico por salvar la vida del emir Nuh ibn Mansur. Puede ser considerado el inventor de la traqueotomía, cuyo manual operatorio sería precisado por el célebre cirujano árabe Abū el-Kasis de Córdoba. Libros: El canon de medicina, El libro de la curación, Poema de la medicina
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domingo, 21 de julio de 2019
sábado, 19 de mayo de 2018
Medina Azahara II
El título de la columna responde a que es la segunda vez que abordamos algún aspecto relacionado con Medina Azahara. En enero de este año lo hicimos con motivo de la presentación de la candidatura para que la vieja ciudad palatina de los Omeyas fuera declarada Patrimonio de la Humanidad. (Puede leerse aquí: http://www. josecalvopoyato.com/Inicio/ medina-azahara- josecalvopoyato/). Decíamos entonces que durante mucho tiempo Medina Azahara fue una ensoñación perdida, incluso confundida con los restos de la Corduba romana. Fue hasta que los eruditos renacentistas, con Ambrosio de Morales a la cabeza, aportaron las primeras pistas, no se supo que se trataba de una joya de la arquitectura califal. Luego, fue necesario esperar hasta las primeras décadas del siglo pasado -hace algo más un siglo- para que se iniciaran las excavaciones y un lento proceso de restauración que, siendo tarea de titanes, avanza a trompicones y con inversiones muy inferiores a las que requiere una obra de tan colosal envergadura. El paso del tiempo ha estado marcado por la lentitud y la pasividad de las diferentes corporaciones municipales que han tolerado un proceso de parcelación urbanística que ha afectado de forma grave su entorno.
Ahora Medina Azahara ha dado un paso muy importante en la consecución de su objetivo de ser Patrimonio de la Humanidad, tras el informe favorable de Icomos. Pero ese informe está acompañado de dos advertencias. Una de ellas nos parece menor y, teniendo en cuenta que el organismo en cuestión no se ha caracterizado en otras ocasiones por su rigurosidad -recuérdese lo que decía su directora Begoña Bernal a propósito de la apertura de una puerta en la Mezquita-Catedral-, no parece algo grave. Nos referimos a los efectos del agua sobre la piedra caliza con que se labraron los sillares y otros elementos arquitectónicos de la ciudad palatina. Ese problema es algo que sufren centenares de importantes monumentos y sitúan a Medina Azahara como uno más entre los muchos a los que han que protegerse, en la medida de lo posible, de los ataques de esos agentes que son propios del paso del tiempo.
La segunda advertencia es mucho más preocupante. Está referida a las parcelas que rodean al monumento y que, en otro momento en que se buscó la declaración patrimonial, fueron esgrimidas por el mencionado organismo como un obstáculo insalvable para obtener dicho galardón. Pero ya se sabe… “donde dije digo, digo Diego” y pelillos a la mar. Porque es cierto que de un tiempo a esta parte se ha detenido el proceso de parcelación, pero no lo es menos que no se ha avanzado prácticamente nada en ese terreno. A diferencia de la advertencia sobre los efectos del agua, afrontar el problema de las parcelaciones tiene una fuerte connotación social. Tanto que los planes de expropiación planteados otro tiempo fueron abandonados y, desde hace algunos años, se ha apostado por un control paisajístico, que no deja de ser un parche para tapar el problema con una pantalla.
Celebremos el paso dado, muy importante para alcanzar la calificación de Patrimonio de la Humanidad, pero no perdamos de vista que dicha declaración conlleva obligaciones. Medina Azahara es una ciudad monumental y en más de un siglo, las inversiones realizadas han sido verdaderamente exiguas para que lo que ese monumento demanda. Esperemos que, una vez logrado el empeño, el dinero que ha llegado con cuenta gotas fluya con más generosidad. Como decíamos hace unos meses, Medina Azahara lo merece
(Publicada en ABC Córdoba el 19 de mayo de 2018 en esta dirección)
domingo, 4 de febrero de 2018
Medina Azahara
Los grandes autócratas que han detentado un gran poder han tratado siempre de poner distancia entre ellos y el común de los mortales. Lo hizo su Católica Majestad Felipe II quien al construir un templo para Dios y una tumba para él, alumbró una de las grandes maravillas arquitectónicas de todos los tiempos: el monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Otro tanto hizo quien ha pasado a la historia como el autócrata por excelencia. Se le atribuye la frase: «El Estado soy yo». Es posible que Luis XIV de Francia, su Majestad Cristianísima, no dijera jamás tal cosa, pero su trayectoria vital señala que pudo hacerlo perfectamente. El autócrata francés construyó Versalles. Un palacio donde quedara reflejado el esplendor y la magnificencia de un monarca que ejercía el poder forma absoluta. También la autocracia fue la nota dominante de quien subió al poder como octavo emir independiente de Al-Andalus y pocos años después se proclamó califa de los creyentes (929). Nos referimos a Abderrahmán III al Nasir, el primer califa de Al-Andalus. Si Felipe II construyó el monasterio de El Escorial y Luis XIV el palacio de Versalles, el andalusí construyó, a partir del 936, la ciudad palatina de Medina Azahara.
La leyenda dice que para ofrecerla a una de sus concubinas que se había convertido en su favorita: Azahara y así quedaría explicado de forma poética el nombre de la ciudad califal.
La realidad es mucho más prosaica. Su construcción, como en el caso de Felipe II y de Luis XIV, responde a un planteamiento político. La dignidad del califa, como las de ambos monarcas cristianos, exige, tras la proclamación del califato, un símbolo del poder de su titular. Medina Azahara es el más acabado ejemplo del poder del califa y al igual que el monasterio de El Escorial o el palacio de Versalles se encuentra fuera de la ciudad que ostenta la capitalidad del Estado, pero a una distancia que le permita su control. La ciudad palatina de los omeyas andalusíes se construirá a poco más de una legua —unos siete u ocho kilómetros— al oeste de Córdoba y se provecharán las primeras estribaciones de Sierra Morena.
A diferencia de San Lorenzo de El Escorial y Versalles, Medina Azahara quedó arruinada cuando en torno al 1010 el poder de los omeyas desapareció y llegó el fin al califato cordobés. La destrucción llevada a cabo por las descontroladas turbas cordobesas fue completada por el rigorismo religioso de los almorávides que arrasaron lo poco que había quedado en pie de aquella maravilla que asombraba a quienes, a veces desde lugares muy lejanos, llegaban a la corte califal. Su destrucción hizo que durante mucho tiempo se convirtiera en cantera de la que Córdoba se proveía de materiales constructivos. Tal fue la destrucción que incluso se perdió la memoria de su existencia y sus pobres restos quedaron ocultos por la maleza serrana que había vuelto a rebrotar.
Durante mucho tiempo Medina Azahara fue una ensoñación perdida, incluso confundida con los restos de la Corduba romana hasta que los eruditos renacentistas aportaron las primeras pistas de ser la ciudad palatina de los omeyas. Hace ya más de un siglo comenzó un proceso de excavación y recuperación de la que fue joya de la arquitectura civil omeya. Tan lento que ha permitido, ante la pasividad de las autoridades cordobesas, la parcelación ilegal y el destrozo urbanístico de su propio entorno. Ahora se presenta su candidatura para ser declarada por la Unesco «Patrimonio de la Humanidad», pese al prolongado desapego sufrido a lo largo del tiempo, Medina Azahara merece ese reconocimiento.
(Publicada en ABC Córdoba el 27 de enero de 2018 en esta dirección)
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