domingo, 21 de julio de 2019

Medina Azahara nos habla

La antigua ciudad palatina no deja de hablarnos tras su muerte.
 Imagen nocturna de Medina Azahara, Patrimonio Mundial de la Humanidad - ÁLVARO CARMONA
Se cumple el primer año de la declaración de Medina Azahara como Patrimonio de la Humanidad y siguen descubriéndose tramos de aquella fantástica ciudad, como las portadas exteriores de acceso a su gran plaza de armas. Medina Azahara parece querer seguir viva para ofrecernos cinco enseñanzas.
Primera, su importancia histórica. Es la gran ciudad que funda Abderramán III en el 936, en el culmen de su poder, poco después de proclamar el Califato Omeya de Córdoba, cuando controlaba dos terceras partes de la Península Ibérica, el Norte de África, por donde llegaba oro del Sudán, y gran parte del Mediterráneo Occidental. Si el poder es, también, una imagen, no cabe duda de que Medina Azahara venía a proyectar esa imagen, principalmente frente a sus mayores enemigos, el Califato Fatimí norteafricano.
Segundo, sus leyendas. Aunque Medina Azahara significa la ciudad brillante, no es menos cierto que hermosas leyendas la adornan. Como que fue edificada como ofrenda del califa a su favorita, Azahara; o que por ella plantó de almendros el monte próximo para que, al florecer, complaciesen la añoranza que su amada tenía de la nieve; o el supuesto túnel que unía Medina Azahara con la Mezquita Aljama en Córdoba.
Tercera, la importancia arqueológica. Medina Azahara ocupó un rectángulo amurallado de 1.500 metros de largo por 745 de ancho, con salones, residencias, edificios oficiales y espacios de recreo. Se trajeron mármoles de Cabra y Tarragona, maderas de Cartago y Túnez y mosaicos de Constantinopla, trabajando más de diez mil obreros. Solo desde 1911 se comenzó a excavar y descubrir un yacimiento que no ha dejado de sorprender.
Olvido
Cuarta, la clave de la responsabilidad. La conservación, estudio y difusión de Medina Azahara son responsabilidad de la Junta de Andalucía desde que se le trasfirieron las competencias del Estado. Pero no es menos cierto que las demás administraciones deben colaborar y los cordobeses conocerla y sensibilizarnos de su importancia.
Quinta, las lecciones que nos brinda: lo efímero del poder y el daño de la violencia fratricida. La nueva y opulenta ciudad duró lo que el Califato, menos de 100 años, y una cruel guerra civil la arrasó en el 1010, cuando los bereberes la destruyeron y saquearon en la revolución contra la dinastía Omeya. Manuel Pimentel lo resume con acierto y lirismo: «Córdoba nunca terminó de aceptar que el gran califa eligiera a la joven y bonita Medina Azahara para irse a vivir allí, abandonando a la vieja ciudad, que encajó mal el golpe. Y ya se sabe de lo que es capaz un amor despechado, ya sabemos de la potencia destructora de los celos del abandono. Una furia inusitada, una rabia incontenida, un odio fratricida entre las propias facciones cordobesas destrozaría Medina Azahara y aniquilaría el Califato».
Luego cayó sobre ella el manto del olvido durante largos siglos. Es una pena que no se cuente el final de Medina Azahara en el vídeo con el que se recibe a los visitantes. Porque la antigua ciudad palatina no deja de hablarnos, incluso tras su muerte.




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