lunes, 22 de noviembre de 2021

Y ahora, ¡retorno a la I República!

 Los movimientos de la España Vaciada muestran que siempre se puede ir más allá en el híper localismo

La I República fue el estrafalario, verborreico y desordenado experimento político que loqueó a España entre febrero de 1873 y diciembre del año siguiente. Allí ya se testó el crecepelo que 147 años después el PSOE pretende vendernos como solución novedosa para el problema territorial: la nación de naciones, el federalismo despendolado. Como es sabido, aquello acabó peor que mal, en puro esperpento. Sevilla se declaró República Social, Alcoy se proclamó independiente, el famoso Cantón de Cartagena… hasta el municipio manchego de Camuñas, con menos de 2.000 vecinos, se constituyó en Estado durante unos días. Contado hoy nos parece un chiste. Pero para reponer la cordura el Gobierno central tuvo que recurrir a las armas.

El auge del populismo, hijo de las heridas nunca bien curadas de la gravísima crisis de 2008 y de los cambios propiciados por internet y sus redes, provoca que en el arranque del siglo XXI retornen nocivos experimentos que dábamos por bien enterrados. Volvemos a tener un Gobierno con comunistas, como en los días del Frente Popular. Sufrimos a un Ejecutivo que cuestiona la extraordinaria Transición y ataca a los jueces. Y hasta está surgiendo un movimiento híper localista, la llamada «España vaciada», que evoca el cantonalismo del XIX, aunque sin llegar a su delirio trágico. León Ruge, Jaén Merece Más, Ávila Rexiste, Soria ya, Teruel Existe… El fenómeno presenta implicaciones políticas y puede influir en el mapa electoral, como ya explicó hace una semana El Debate (Vox, por ejemplo, sospecha que detrás puede estar la mano de La Moncloa para mermar sus votos).

Este movimiento, que puede resultar simpático a primera vista, reproduce a escala municipal el mecanismo mental de los nacionalismos disgregadores que se han convertido en el primer quebradero de cabeza de España. Por supuesto que existen problemas específicos locales y regionales que deben ser denunciados y atendidos. Pero su solución no pasa por el ensimismamiento victimista, la búsqueda de un enemigo exterior y la utopía de que el Estado lo arregle todo convirtiendo la Tierra Cha de Lugo en Silicon Valley con un AVE llegando a cada parroquia.

No: los países no prosperan cuando cada uno se mira su propio ombligo y se desentiende de un proyecto común más grande. No: no existen soluciones ultralocales en un mundo cada vez más global, donde para competir se necesita formar parte de un mercado amplio y cohesionado, como la UE, porque de lo contrario te comerás los mocos ante el empuje chino e indio. No: nadie obliga a las personas a marcharse de la que ahora llaman «España Vaciada»; se van porque el tirón de las grandes ciudades ofrece alicientes de todo tipo –laborales, culturales, deportivos, de ocio– que no brindan, ni podrán brindar jamás las pequeñas poblaciones por una elemental cuestión de tamaño. No: nunca se producirá un fenómeno masivo de retorno por el que los españoles dejarán Madrid, Barcelona, Sevilla o Málaga para volver a las deliciosas Zamora, Orense, Soria, Jaén, Teruel… aunque sin duda merecen ser bien atendidas y aunque es cierto que las posibilidades de teletrabajo de internet les brindan una nueva oportunidad.

La mejor esperanza de esa que llaman «España Vaciada» radica en una España próspera, con grandes metrópolis capaces de competir en la durísima liza global. Urbes muy potentes que tiren del país como vanguardias de creatividad y ejerzan de locomotoras económicas, irrigando toda la nación. Solo el desarrollo común del país podrá vivificar el bienestar de las capitales de provincia (por cierto, hoy cuidadísimas y de excelente calidad de vida). Nada de futuro se construirá cuarteando España en reinos de taifas municipales y apelando a una provincia subvencionada en contradicción con su casi irrecuperable realidad demográfica.

Ya sé que esto no es amable, que vende más regodearse en supuestos agravios, reivindicar las pequeñas identidades y fomentar los micro nacionalismos (ahí tienen la patochada del alcalde de Vigo, que ha inventado el Nacionalismo Luminotécnico con sus luces de Navidad, un derroche casi ofensivo cuando el precio de la luz machaca a familias y empresas y cuando sus correligionarios presumen de ecologistas). Hay que contar la verdad: jamás se ha construido una gran país a golpe de dispersión híper local.

Y por cierto: ¿Quién sufraga el fenómeno de la «España vaciada»? Nada se hace en política sin dinero. Resultaría interesante ir sabiéndolo…

LUIS VENTOSO,

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