Cuando el socialista sin afiliar, Ángel Gabilondo aspiraba a arrebatar a Ayuso el sillón presidencial de la Comunidad de Madrid, tuvo la infeliz idea de girar al centro diciendo que “no gobernaría Madrid con este Pablo Iglesias”. Días después, en un debate electoral televisado, el mismo infeliz, al ver frustrado su viaje al centro, dijo dirigiéndose al mismo Pablo Iglesias: “Pablo, tenemos doce días para ganar las elecciones”. ¿Hay mayor desfachatez y descaro? El infeliz Gabilondo se quitó la máscara y hoy es Defensor del Pueblo. Preferimos la defensa del Atleti antes que este Gabipéndulo.
Tras dos años de extravío del Gobierno de coalición, en España han sucedido muchos y variados episodios relevantes. En el estricto ámbito de la política gubernamental destaca, por encima de todos, el que la mentira se ha elevado a método de gobierno. Parafraseando a Jean François Revel, la primera de todas las fuerzas que dirigen el Consejo de Ministros es la mentira. Mintieron en los albores del coronavirus para que el feminismo se desparramara por las calles, prosiguieron más tarde con la patraña del número de fallecidos para tapar su ineficacia, nos echaron aquellas trolas de que no iban a dejar a nadie atrás, de que saldríamos más fuertes, de que juntos venceríamos al virus. Siguen en modo trapisonda y en el balance de estos dos años la mentira aparece como la partida de mayor superávit.
En ese balance de debe y haber hay otras partidas igualmente inquietantes: nefasta cadena de desaciertos y traspiés, intentos solapados de desmontaje constitucional, amenazas chulescas de censura contra las libertades, presión fiscal confiscatoria sobre la riqueza y desafiante ante el ahorro y, sectarismo en el reparto de los fondos europeos y, por supuesto, caos permanente e insistente descontrol en la gestión de la cosa pública. Pero lo más preocupante para la vida nacional es la tenebrosa y perversa concepción que la coalición socialcomunista alberga sobre la democracia. Pudo apreciarse en aquél ataque a la libertad de expresión en Vallecas. También en aquellas frases intimidatorias, rayanas con la amenaza: “Nunca volverán a formar parte del Consejo de Ministros de este país” o “Si llegasen a gobernar, tendrían huelgas y movilizaciones masivas”, dirigidas a la oposición por dos vicepresidentes del Gobierno. En todo ello se concentra una endiosada y totalitaria visión de la democracia. Legataria de aquella otra perniciosa y degradante idea que sostuvo la Pasionaria cuando le espetó en plenas Cortes de la II República a Calvo Sotelo: “Usted ha hablado aquí por última vez”.
Raymond Aron escribió que el sistema democrático consiste básicamente en aceptar la oposición, practicar la tolerancia y el respeto a todos y admitir la competencia pacífica con miras al ejercicio del poder. Que tras más de cuatro décadas de democracia, tengamos que padecer a políticos guerracivilistas que solo conocen de la democracia su sombra, resulta nefasto y peligroso para la convivencia y la concordia. Más que viajar al centro, hay que volver a la reconciliación entre los españoles. Pero con políticos excéntricos, ese reto se torna imposible
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