El indulto es la cláusula no escrita de un pacto negociado a despecho de la razón, de la dignidad y de la justicia
Algo grave sucede en un país cuyo presidente del Gobierno considera una «venganza» las sentencias del Tribunal Supremo. Curioso criterio que compartirán sin duda muchos presos cuyas peticiones de indulto han ido a parar al sumidero. Convictos que no se han alzado contra la Constitución ni han intentado fracturar las bases de convivencia del Estado, y que tienen motivos para sentirse objeto de un flagrante agravio. Pero, claro, ellos no han podido negociar un pacto para sostener a un líder al frente de un poder precario. A ver quién les convence ahora de que la política no hace acepción de personas y les niega a unas los privilegios que concede a otras. Así funciona. Como un mercado de favores en
el que lo importante consiste en disponer de una posición lo bastante cómoda para garantizarse transacciones satisfactorias. El resto es desparpajo y retórica. Los que hacen falta para presentar un acto de arbitrariedad como un generoso, indoloro gesto de concordia.
El precio de la investidura de Sánchez era, entre otras contrapartidas, el de la gracia a los dirigentes separatistas. En esa cláusula no escrita reside la posibilidad de que este Ejecutivo pueda dirigir una legislatura relativamente tranquila. A despecho de la razón y de la justicia. «Me fío de su necesidad, no de su voluntad», dijo hace poco Rufián en el Congreso, con esa crudeza de quien se sabe dueño de la situación y de los tiempos. El mensaje era nítido: se han acabado los pretextos. El presidente está en aprietos y los soberanistas son conscientes de que el mandato depende ahora de ellos. Le toca cumplir sin remedio. Hay que poner en la calle a los reos y ya pueden los expertos en propaganda ir inventando tesis y argumentos para justificar como mejor sepan el desafuero. Explicaciones que no van a colar, no cuelan de hecho, pero es lo de menos. Al independentismo le traen al fresco los principios del Estado de derecho.
Y Sánchez se va a humillar. Ya ha empezado a balbucear ese patético relato de la concordia de saldo. Si la opinión pública no estuviese tan familiarizada con sus engaños, en vez de vergüenza casi cabría sentir lástima de verlo pasar este trago. Hay un montón de funcionarios, juristas, profesores y abogados, buscando la manera técnica, procesal, de edulcorarlo. No podrán. Es demasiado indecoroso, demasiado denigrante, demasiado vejatorio, demasiado amargo. No para él sino para los ciudadanos cuya inteligencia está menospreciando. Ese indulto es en realidad un insulto a la nación entera, la que vivió en abierta zozobra los días del referéndum y la revuelta. Y muchos españoles, incluso de entre los que contemplan con cierta simpatía al Gobierno de izquierdas, van a rechinar los dientes cuando vean salir a Junqueras con menos de un tercio de la condena. Conocida la factura de la Presidencia, falta por ver la de esta ofensa. Se pagará en papeletas.
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