sábado, 6 de marzo de 2021

Victoria Kent: el discurso de una diputada socialista y feminista contra el voto femenino

 

«Es peligroso conceder el voto a la mujer», dijo en las Cortes republicanas

Victoria Kent: el discurso de una diputada socialista y feminista contra el voto femenino

Las feministas de izquierdas tienen la costumbre de decir que las mujeres deberían agradecer la igualdad de derechos al feminismo (en concreto al de izquierdas).

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Una liberal a favor del voto femenino y una socialista en contra

Donde más claramente quedó expuesta la división del feminismo en España fue en el debate sobre el voto femenino en las Cortes de la Segunda República, el 1 de octubre de 1931. En aquellas Cortes había dos mujeres: la feminista liberal Clara Campoamor defendió el voto femenino. La feminista socialista Victoria Kent se opuso a él. Kent pertenecía al Partido Republicano Radical Socialista (PRRS), que en las elecciones constituyentes de junio de 1931 se presentó en coalición con el PSOE en la Conjunción Republicano-Socialista.

El discurso de la socialista y feminista Victoria Kent contra el voto femenino

En las páginas 360 y 361 del Diario de Sesiones de las Cortes Constituyentes nº48 del 1 de octubre de 1931 (ver PDF) se puede leer el discurso de Victoria Kent contra el voto femenino. Lo incluyo a continuación por su interés histórico y porque deja en evidencia las afirmaciones del feminismo de izquierdas que se atribuye la autoría de los derechos de la mujer, incluso del derecho al voto:

“Señores Diputados, pido en este momento a la Cámara atención respetuosa para el problema que aquí se debate, porque estimo que no es problema nimio, ni problema que debemos pasar a la ligera; se discute, en este momento, el voto femenino y es significativo que una mujer como yo, que no hago más que rendir un culto fervoroso al trabajo, se levante en la tarde de hoy a decir a la Cámara, sencillamente, que creo que el voto femenino debe aplazarse. Que creo que no es el momento de otorgar el voto a la mujer española. Lo dice una mujer que, en el momento crítico de decirlo, renuncia a un ideal.

Quiero significar a la Camara que el hecho de que dos mujeres, que se encuentran aquí reunidas, opinen de manera diferente, no significa absolutamente nada, porque, dentro de los mismos partidos y de las mismas ideologías, hay opiniones diferentes. Tal ocurre en el partido radical, donde la Srta. Campoamor figura, y el Sr. Guerra del Río también. Por tanto, no creo que esto sea motivo para esgrimirlo en un tono un poco satírico, y que a este problema hay que considerarle en su entraña y no en su superficie.

En este momento vamos a dar o negar el voto a más de la mitad de los individuos españoles y es preciso que las personas que sienten el fervor republicano, el fervor democrático y liberal republicano, nos levantemos aquí para decir: es necesario aplazar el voto femenino. Y es necesario, Sres. Diputados, aplazar el voto femenino, porque yo necesitaría ver, para variar de criterio, a las madres en la calle pidiendo escuelas para sus hijos; yo necesitaría haber visto en la calle a las madres prohibiendo que sus hijos fueran a Marruecos; yo necesitaría ver a las mujeres españolas unidas todas pidiendo lo que es indispensable para la salud y la cultura de sus hijos. Por esto, Sres. Diputados, por creer que con ello sirvo a la República, como creo que la he servido en la modestia de mis alcances, como me he comprometido a servirla mientras viva, por este estado de conciencia es por lo que me levanto en esta tarde a pedir a la Cámara que despierte la conciencia republicana, que avive la fe liberal y democrática y que aplace el voto para la mujer. Lo pido porque no es que con ello merme en lo más mínimo la capacidad de la mujer; no, Sres. Diputados, no es cuestión de capacidad; es cuestión de oportunidad para la República. Por esto pido el aplazamiento del voto femenino o su condicionalidad; pero si condicionamos el voto de la mujer, quizás podríamos cometer alguna injusticia. Si aplazamos el voto femenino no se comete injusticia alguna, a mi juicio. Entiendo que la mujer, para encariñarse con un ideal, necesita algún tiempo de convivencia con el mismo ideal. La mujer no se lanza a las cuestiones que no ve claras y por esto entiendo que son necesarios algunos años de convivencia con la República; que vean las mujeres que la República ha traído a España lo que no trajo la monarquía: esas veinte mil escuelas de que nos hablaba esta mañana el Ministro de Instrucción pública, esos laboratorios, esas Universidades populares, esos Centros de cultura donde la mujer pueda depositar a sus hijos para hacerlos verdaderos ciudadanos.

Cuando transcurran unos anos y vea la mujer los frutos de la República y recoja la mujer en la educación y en la vida de sus hijos los frutos de la República, el fruto de esta República en la que se está laborando con este ardor y con este desprendimiento, cuando la mujer española se dé cuenta de que sólo en la República están garantizados los derechos de ciudadania de sus hijos, de que sólo la República ha traído a su hogar el pan que la monarquía no les había dejado, entonces, Sres. Diputados, la mujer será la mas ferviente, la más ardiente defensora de la República; pero, en estos momentos, cuando acaba de recibir el Sr. Presidente firmas de mujeres españolas que, con su buena fe, creen en los instantes actuales que los ideales de España deben ir por otro camino, cuando yo deseaba fervorosamente unos millares de firmas de mujeres españolas de adhesión a la República, cuando yo deseaba miles de firmas y miles de mujeres en la calle gritando “¡Viva la República!” y “¡Viva el Gobierno de la República!”, cuando yo pedía que aquella caravana de mujeres españolas que iban a rendir un tributo a Primo de Rivera tuviera una compensación de estas mismas mujeres españolas a favor de la República, he de confesar humildemente que no la he visto, que yo no puedo juzgar a las mujeres españolas por estas muchachas universitarias que estuvieron en la cárcel, honra de la juventud escolar femenina, porque no fueron más que cuatro muchachas estudiantes. No puedo juzgar tampoco a la mujer española por estas obreras que dejan su trabajo diariamente para sostener, con su marido, su hogar. Si las mujeres españolas fueran todas obreras, si las mujeres españolas hubiesen atravesado ya un periodo universitario y estuvieran liberadas en su conciencia, yo me levantaría hoy frente a toda la Camara para pedir el voto femenino.

Pero en estas horas yo me levanto justamente para decir lo contrario y decirlo con toda la valentía de mi espíritu, afrontando el juicio que de mí puedan formar las mujeres que no tengan ese fervor y estos sentimientos republicanos que creo tener. Es por esto por lo que claramente me levanto a decir a la Cámara: o la condicionalidad del voto o su aplazamiento; creo que su aplazamiento sería más beneficioso, porque lo juzgo más justo, como asimismo que, después de unos años de estar con la República, de convivir con la República, de luchar por la República y de apreciar los beneficios de la República, tendríais en la mujer el defensor más entusiasta de la República. Por hoy, Sres. Diputados, es peligroso conceder el voto a la mujer. Yo no puedo sentarme sin que quede claro mi pensamiento y mi sentimiento y sin salvar absolutamente para to sucesivo mi conciencia. He ahí lo que quería exponer a la Cámara”.

Rechazaban el voto femenino por miedo a que las mujeres no votasen a la izquierda

Lo que planteó Victoria Kent fue una tesis abiertamente antidemocrática: no conceder el voto a las mujeres por miedo a que votasen algo que no era del agrado de la izquierda. Kent no fue la única socialista que lo manifestó. En un libro de cuatro capítulos publicado en julio de 1931, la también socialista Margarita Nelken, primera diputada del PSOE unos meses después, escribió“Poner un voto en manos de la mujer es hoy, en España, realizar uno de los mayores anhelos del elemento reaccionario”.

La derecha ganó las primeras elecciones con voto femenino y el PSOE contestó con un golpe de Estado

El verdadero motivo por el que Kent y Nelken se oponían al voto femenino quedó en evidencia dos años después. En las elecciones generales de noviembre de 1933, las primeras en las que votaron las mujeres, ganó el centro-derecha. Menos de un año después de esas elecciones, en octubre de 1934, el PSOE encabezó un golpe de Estado como respuesta a la entrada en el gobierno de ministros de la coalición de la derecha que había ganado las elecciones.

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