Los muertos no votan pero sus asesinos sí, y por esa razón Arnaldo Otegui le ha pedido a sus colegas de fechorías que aún están en la cárcel cumpliendo condena por sus tiros en la nuca, y sus bombas lapa, que se afilien a Bildu y paguen la cuota.
Me parece normal ese llamamiento a cerrar filas sin pistolas que les ha hecho el jefe de la banda a sus presos, porque cada político se dirige a la parroquia donde tiene su caladero de votos, y salvo algunos arrepentidos de haber asesinado a inocentes, lo más probable es que los que mataban sean como la cabra que tira al monte, sobre todo cuando están viendo que los que deberían defender la memoria de sus víctimas ahora son sus colegas.
“El gordo” – que es el alias con el que se referían sus compañeros de ETA a Arnaldo Otegui cuando llevaba capucha y pistola en los secuestros que perpetraba – ha ganado unos kilos de satisfacción al leer el reproche que PP, Ciudadanos y VOX, le han hecho una vez más al gobierno por tenerlo de socio, porque sabe que esas quejas caen en el vacío de los gritos inútiles.
Sinceramente creo que la memoria de las victimas solo permanece entre sus deudos que cada día se encuentran más solos y abandonados por los gobiernos, porque el oportunismo político en España en los últimos años nos está llevando a aceptar que morir por un disparo de un terrorista o por un virus extranjero puede ser considerado como causa natural de deceso, y un número molesto en la estadística.
Siempre me ha interesado la historia de la criminalidad porque es una fuente inagotable de inspiración para la literatura y el cine, pero no todo el mundo es capaz de escribir “Patria” , cargado de dignidad y de respeto a la memoria.
Lo que ha sucedido en España con el terrorismo de ETA no ha sido una victoria de los asesinos contra la sociedad, sino un cobarde abandono táctico del estado de derecho que se ha aliado con ellos pactando la paz cobarde de los indecentes que nunca respetaron la memoria de sus mayores.
A Otegui y sus colegas les ha unido el olor a pólvora quemada la muerte, los brindis y la borrachera después de cada asesinato o estrago. A algunos políticos, con compañeros y amigos enterrados durante años casi a hurtadillas, les une hoy una sensación de vómito difícil de contener.
Diego Armario
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