En 1989 el "hombre de paz" fue condenado por secuestrar al empresario Luis Abaitua. Nunca pagó la indemnización que le debía. Aquí la historia de la cuenta pendiente más antigua del 'Gordo'... y las sospechas de que participara en tres secuestros más
- EL SECUESTRO DE ABAITUA. La otra liberación de Otegi
«No. Otegi nunca nos pagó». La respuesta de un pariente del empresario secuestrado Luis Abaitua Palacios es escueta y clara. Crónica le pregunta por la indemnización que Arnaldo Otegi estaba obligado a abonarles por su única condena de su etapa como pistolero de ETA, rama político-militar (ETA pm). Cien mil pesetas a medias con otro compañero de armas. Al principio, el actual coordinador general de EH Bildu, que en su reciente entrevista en el Canal 24 horas de TVE volvió a callar sobre sus inicios como encapuchado («Nosotros aceptamos que hemos generado sufrimiento en este país, pero nunca directamente porque no somos militantes de ETA»), se declaró insolvente. Pero tampoco después, cuando cobraba un sueldo generoso como parlamentario vasco, saldó su vieja deuda. Esta es la historia de la -probablemente- cuenta pendiente más antigua del «hombre de paz».
La sentencia de la Audiencia Nacional data del 24 de febrero de 1989 aunque no aparece publicada, como debería, en el portal del Poder Judicial. Los hechos juzgados habían tenido lugar una década antes: el secuestro durante diez días de Luis Abaitua Palacios, ingeniero, director de la planta de Michelin en Vitoria, de 48 años, casado y con seis hijos.
Según el fallo, a las 13.45 horas del 19 de febrero de 1979 en Vitoria, Arnaldo Otegi Mondragón (al que llamaban el Gordo y que entonces tenía 20 años) y otro terrorista llamado Luis María Alkorta Maguregi (alias el Bigotes), «dando cumplimiento a las consignas y órdenes recibidas de la cúpula de ETA pm», cogieron a Luis Abaitua, que se dirigía a su casa, le obligaron a introducirse en el coche que otros terroristas del comando habían robado, le quitaron el reloj, le taparon los ojos con «algodones y gafas oscuras» y le condujeron por diversas calles de la ciudad, «efectuando paradas y cambios de automóvil», hasta llevarlo «a un monte en las proximidades de Elgóibar», en Guipúzcoa.
Allí, en el pueblo natal de Otegi, «tenían preparado un agujero o zulo, excavado en la tierra, y que consistía en un habitáculo de 2,50 metros de largo por 1,50 de ancho y 1,80 de altura, con entrada disimulada por arbustos y ramajes». En aquel zulo permaneció Luis Abaitua cautivo y constantemente vigilado nueve días, hasta el 28 de febrero.
Esa noche, prosigue la sentencia, lo sacaron «de la cueva con los ojos vendados» y lo llevaron en coche hasta Vitoria, «donde, sobre la una de la madrugada del siguiente día [el décimo, 1 de marzo], fue dejado en libertad».
En el fallo se recoge que no consta que los secuestradores pidieran un «rescate económico o de otro tipo», ni que se hubiera puesto «condición alguna» a su liberación; que parecía más bien que «la operación obedeció a fines propagandísticos de la ideología del comando, y en relación a los conflictos laborales que afectaban a la empresa Michelin». [La hemeroteca y la familia de Abaitua completan el relato. Durante el secuestro, ETA pm exigió a la dirección de Michelin que negociara las demandas de la plantilla, o el rehén sería «ejecutado». La familia rogó a la dirección y al comité de empresa que hicieran lo posible. Ambos accedieron y un mes después se firmó el nuevo convenio, como pedía la banda].
"JUGABAN CON ÉL A LA RULETA RUSA"
La Audiencia Nacional indicó además que el raptado «recibió buen trato durante el tiempo que permaneció en el zulo». [El relato de la familia Abaitua es otro. En casa, Luis -fallecido en 1992- contaba que los terroristas habían jugado con él «a la ruleta rusa», según relató su hijo Joseba a Crónica en febrero de 2016. Durante el día le trataron de forma «neutra», incluso «amable», pero por las tardes se ponían «broncos». Le sometieron a un interrogatorio cuya grabación enviaron a varias radios. Le dijeron que era «un explotador de la clase trabajadora», le explicaron por qué merecía su secuestro, le preguntaron por cuestiones laborales de la empresa. Los terroristas hicieron públicas cuatro fotos de Luis secuestrado con un cartel del hacha y la serpiente. Por las noches llegaba lo peor. «Era algo escabroso. Mi padre me contó que, para amedrentarle, no dudaban en representar escenas truculentas como el juego de la ruleta rusa. Le hacían coger una pistola y le obligaban a dispararse. (...) Temimos que lo mataran. Él también: cuando salió nos contó que pensaba que no iba a salir con vida», desveló Joseba].
El caso es que, a lo largo de hasta cuatro sentencias, la Audiencia Nacional condenó por este secuestro a Otegi y a otros siete miembros de ETA (entre ellos, dos mujeres). Al Gordo y al Bigotes los consideraron «autores y criminalmente responsables de un delito de detención ilegal». Debían cumplir «seis años y un día de prisión mayor»» e indemnizar a Luis Abaitua «por daños físicos y morales», de forma conjunta, con «100.000 pesetas» (unos 1.333,65 euros al cambio actual). Ambos se declararon insolventes.
La obligación de pagar la indemnización civil no prescribía entonces hasta 15 años después, de modo que Otegi tuvo 15 años para saldar su deuda, hasta febrero de 2004. No lo hizo, según los Abaitua, y no por falta de dinero. Ganó un sueldo cuando, tras salir en 1993 de la cárcel, trabajó en un bar de Elgóibar. Y dio un salto importante cuando en 1995 logró un escaño en el Parlamento Vasco, en el que se mantendría hasta el año 2005. La retribución de un parlamentario como él superaba por entonces los 57.830 euros brutos anuales, según figura en los presupuestos de la Cámara vasca para el año 2004.
Aunque probablemente sus ingresos eran superiores. Vicente Askasibar, tesorero del conglomerado Koordinadora Abertzale Sozialista (KAS, subordinado a ETA), declaró en la Audiencia Nacional que en los años 90 y como «liberado» de Herri Batasuna, le proporcionaba a Otegi una nómina de 110.000 pesetas al mes.
Ahora, según su asistente de comunicación, Otegi sólo cobra 32.886 euros brutos al año como coordinador general de EH Bildu. Es su único ingreso, afirma esta fuente. En cualquier caso, el ex polimili ni siquiera tiene un inmueble a su nombre. Su mujer, Mari Juli Arregi Gorrotxategi, es la titular de un piso de 115 metros comprado en 1996 en Elgóibar y de una plaza de garaje cercana. [Con ella Otegi comparte noviazgo y militancia desde la juventud, En marzo de 1979 una nota de la Jefatura Superior de Policía de Bilbao llegó a nombrarla como parte del comando que custodió a Abaitua en su «cárcel del pueblo». Ambos son padres de dos hijos].
¿Y la deuda impagada a Luis Abaitua? En aquella época la Administración pública no actuaba persiguiendo de oficio las indemnizaciones debidas a las víctimas. Ha empezado a hacerlo ahora, hace apenas dos años, ordenando el embargo de bienes de condenados de ETA que no han abonado esos importes al declararse insolventes, aunque en muchos casos la realidad es que, una vez libres, trabajan en negro y no declaran sus ingresos.
En todos estos años ha sido la Administración quien ha asumido la deuda de los etarras y ha pagado las indemnizaciones a sus víctimas. No ocurrió con Luis Abaitua, según la familia. Ellos nunca recibieron i ndemnización alguna, afirman las fuentes consultadas.
El empresario, muy tocado por el secuestro, acabó abandonando el País Vasco y mudándose a Brasil. Luego regresó a España, aunque a Castilla y León. En la planta de Michelin de Valladolid se jubiló. En 1991 regresó a Vitoria, muy incómodo -se sentía marcado, temía que le reconocieran, que le recordaran- y un año después murió de un cáncer de pulmón. Nunca llegó a recuperarse. Durante el secuestro se sintió «tan humillado» que «perdió su brillo, se apagó, se volvió más reservado», relató Joseba. «Lo que le afectó fueron las vejaciones que sufrió en el zulo. Eso le tocó profundamente. Se sintió profundamente humillado, convulsionado como persona».
LAS OTRAS SOSPECHAS
La etapa de la que Otegi no quiere hablar está salpicada de otras actividades terroristas en las que las fuerzas de seguridad y en ocasiones sus compañeros de ETA le situaron, sin que su participación en ellas pudiera probarse judicialmente, según las fuentes consultadas de la Audiencia Nacional. El hoy coordinador general de EH Bildu fue investigado por al menos tres secuestros más, uno de ellos frustrado, y por otros ataques que datan de los años 70.
En un sumario de 1980, el Gordo fue imputado por robos y estragos de banda armada. La sentencia acabó condenando a varios terroristas en 1985, pero en octubre de 1987 se declaró el sobreseimiento libre por prescripción en lo que respectaba a Otegi.
El primer secuestro con el que se le relacionó tuvo lugar el 25 agosto de 1978. Fue el de Javier Artiach Meng, presidente de la fábrica de galletas Artiach y de Harino Panadera. Aquel día de verano en Guecho (Vizcaya), un comando le obligó a entregar 10 millones de pesetas bajo la amenaza de asesinar a uno de sus cuatro hijos. Otegi fue imputado -también junto a su compañero el Bigotes- pero no se encontraron pruebas suficientes contra él, así que el caso quedó sobreseído provisionalmente en 1988.
En febrero de 1979 llegaría el secuestro de Luis Abaitua. Cinco meses después, el 3 de julio, las fuerzas de seguridad situaron a Otegi en otro rapto malogrado: el intento de captura en Madrid del diputado de UCD Gabriel Cisneros, que milagrosamente logró deshacerse de los terroristas y salvar la vida tras ser tiroteado con una ametralladora que le hirió de gravedad en el estómago. También aquí Otegi estuvo imputado. Según las fuerzas de seguridad, Otegi y el Bigotes vigilaron a Cisneros y, cuando esa noche salió de su coche para entrar en casa, el compañero del Gordo le sujetó y, ante su resistencia, le disparó. Sin embargo, en 1990 la Audiencia Nacional absolvió a ambos por falta de pruebas. Cisneros, que murió en 2007, siempre subrayó «el tiro de Otegi» como la peor fuente de sufrimiento de su vida.
El 11 de noviembre de 1979 se produjo el secuestro de Javier Rupérez, también de UCD. Y el nombre de Arnaldo Otegi no sólo lo dieron los investigadores; también dos condenadas por el secuestro le inculparon directamente. La etarra francesa Françoise Marhuenda relató que el Gordo iba al volante del coche en el que metieron a Rupérez. Que le introdujeron en el maletero y lo llevaron hasta una vivienda de Hoyo de Pinares (Ávila), donde lo fueron vigilando entre varios, incluido Otegi. La otra condenada, Begoña Aurteneche, declaró que alojó a Otegi en su piso y le dio las llaves de su chalé en Hoyo de Pinares. Igualmente, uno de los jefes de los polimilis,José Antonio Alcocer Gabaldón (Zapatones), dijo que Otegi había intervenido en el secuestro.
La Fiscalía le acusó de depósito de armas, tenencia ilícita de explosivos y detención ilegal y pidió 29 años de prisión para él. Pero Javier Rupérez no le reconoció en el juicio, el testimonio de las condenadas no fue utilizado en la vista oral, Otegi negó su pertenencia a ETA y cualquier relación con el secuestro... Y, por falta de pruebas materiales, fue absuelto. Lo mismo ocurrió con su compañero Alkorta. Según la sentencia absolutoria, ni siquiera pudo acreditarse «que ellos fueran conocidos con los apodos de Bigotes y Gordo» ni que formaran parte del llamado comando Kalimotxo.
"POR LO MENOS ESO ES LO QUE DICE EL JUEZ..."
En el libro hagiográfico que escribió sobre él el periodista Antoni Batista, Otegi y la fuerza de la paz, el propio Otegi comenta «con un punto de ironía», según el autor: «Ahora Javier Rupérez anda diciendo a la prensa que yo debo decir si le secuestré o no. Bueno, él, que preside la Internacional Democristiana y que es el paladín del Estado de derecho y de la Justicia, tiene que reconocer que fui absuelto en este juicio. Por lo tanto, yo no le secuestré. Por lo menos eso es lo que dice el juez de la Audiencia Nacional, que a mí no me merece ningún crédito, pero que a él sí que habría de merecérselo».
Al contrario que Luis Abaitua, Javier Artiach y Gabriel Cisneros, el diplomático retirado Javier Rupérez sigue vivo. Y se ha pronunciado sobre la entrevista a Arnaldo Otegi en TVE. El ex embajador de España en Estados Unidos, de 78 años, ha lamentado en EsRadio con indignación: «Nadie le ha preguntado por lo que hizo con Cisneros ni por lo que hizo conmigo».
Arnaldo Otegi tuvo la oportunidad de dejar el terrorismo cuando el grupo al que pertenecía, ETA político-militar, se disolvió. Él eligió seguir con la sangre y pedir su ingreso en ETA militar. Después, cuando fue entregado por Francia, cumplió la condena por secuestrar a Luis Abaitua y, con los galones que en ese mundo daban la cárcel y las manos manchadas, medró en Herri Batasuna gracias al encarcelamiento de sus líderes. Hoy afirma ser un hombre de paz. «Lo siento de corazón si hemos generado más dolor a las víctimas del necesario o del que teníamos derecho a hacer», dice.
[Con información de Ángeles Escrivá].
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