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Pablo Iglesias habla de cloacas y almorranas como quien está acostumbrado a chapotear en esos ambientes o a padecerlas. Quizás piense que el castellano es un idioma que adquiere su fuerza con las expresiones más repugnantes, pero debería saber que alguien que utiliza imágenes verbales tan burdas es porque primero han pasado por su imaginación y después le han parecido adecuadas para hacer literatura política.
Creo que los socios de Pedro Sánchez en el consejo de ministros deberían haber hecho un cursillo acelerado de comunicación verbal para no desentonar del resto del gabinete, al menos en las formas, porque da la sensación de que no les ha dado tiempo a incorporar a su vocabulario expresiones adecuadas al lenguaje político convencional.
Pero no me quiero perder en consideraciones previas y por eso voy de lleno a lo mollar, que es lo que piensa sobre el periodismo y la libertad de expresión, el vicepresidente segundo del gobierno, que ha afirmado que ”nuestra democracia será mejor cuando los responsables políticos, policiales y mediáticos de esa cloaca estén en la cárcel”.
Su obsesión por meter en la cárcel a sus rivales y oponentes y sacar de ella a los condenados por la justicia, es enfermiza, y su pensamiento no se parece en nada al filósofo e historiador francés François-Marie Arouet (Voltaire) a quien se le atribuye la frase “No estoy de acuerdo con lo que usted dice pero defenderé con mi vida su derecho a decirlo”.
Los países en los que los periodistas son encarcelados por delitos de opinión son dictaduras venezolanas, rusas, brasileñas, turcas, africanas o asiáticas, que en ningún caso suponen un reflejo en el que fijarse.
Nunca he tenido tics corporativistas y en mis columnas de opinión se pueden encontrar suficientes entradas en las que me he posicionado contra las noticias falsas, la manipulación de los datos y el sectarismo de algunos medios de derecha o de izquierda que utilizan torticeramente las noticias para desinformar.
Sin embargo sostengo que no debe existir más control sobre los medios de comunicación que el que ejercen los lectores al aceptar o rechazar el producto informativo que les ofrecen, y el código penal que sanciona todo tipo de delitos.
Una vez más, y aunque incomode a quienes no soportan que se critique a la actual coalición de gobierno, insistiré que “Es la libertad la que está en peligro, imbéciles”, y no hay más que recordar a Esopo en su fábula del “Escorpión y la rana” cuando dice que es imposible que no le pique inyecte su veneno mientras le ayuda a cruzar el río, porque esa es su naturaleza.
Lo deseable es que lo gobernantes actúen con prudencia, den ejemplo en el respeto a la verdad y, cuando se sientan víctimas de una campaña de mentiras, que vayan a los tribunales de justicia donde tal vez algún día puede encontrarse con la parte contraria que también reclama su derecho a no ser engañada.
Diego Armario
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