Pablo Iglesias se quitará otra más de sus máscaras en el próximo congreso de Podemos (Asamblea Ciudadana Estatal lo llaman para mantener la épica revolucionaria). Pocas máscaras le quedan ya desde que hace casi seis años irrumpiera en la vida política española con la creación de Podemos.
De aquella foto de los cinco fundadores de 2014 solo él permanece, al frente de un partido de corte leninista, cada vez más centralizado y controlado con mano férrea y sin controles por él en persona y una pequeña camarilla de fieles incondicionales.
Luis Alegre se retiró antes de ser purgado -como le ocurrió a Bescansa y a Errejón– y Monedero, salpicado por la posible financiación a través del régimen chavista, se quedó en un segundo plano ejerciendo de ideólogo.
Sin nadie que pueda reprocharle su meteórica conversión en uno más de la casta -palabra que hace tiempo dejó de ser usada como insulto por el partido morado-, Iglesias no necesita ya disimular ni esconder que aquel discurso del que se revistió para regenerar la vida política no era sino un disfraz que le proporcionaría altas cotas de poder, en su partido y en el Estado.
Dejó de vivir en el popular barrio de Vallecas en Madrid -cuando buscaba no perder el contacto con «la gente»- para instalarse en un lujoso chalé en la sierra valorado en más de 600.000 euros. Pasó de insultar a las fuerzas del orden a exigir vigilancia de la Guardia Civil en su casa las 24 horas del día.
Imploró ser vicepresidente de un Gobierno del PSOE, formación a la que reprochaba su pasado corrupto y criminal («el partido de la cal viva»). Y olvidó sus acusaciones de nepotismo y enchufismo partidista para poder colocar a dedo a su pareja como portavoz de Podemos en el Congreso y exigir que formase parte también del Consejo de Ministros.
Ahora, cuando revalide su poder orgánico, podrá normalizar en los nuevos estatutos dudosas prácticas que él e Irene Montero han convertido en habituales de facto, incluida la del posible cobro de sobresueldos, como denunció un ex abogado del partido. Hace tiempo que el discurso regenerador de Podemos es una gran farsa.
Así, en el nuevo código ético, se arriarán banderas emblemáticas como la de limitar los ingresos (Pablo Iglesias e Irene Montero llevan ya tiempo cobrando más del valor de tres salarios mínimos); se podrán acumular cargos (ambos compatibilizan sus actas de diputados con sus puestos en el Gobierno ); y, en previsión de no bajarse ya del coche oficial, será posible estar más de 12 años en un mismo cargo de responsabilidad.
Al más puro estilo bolivariano, Pablo Iglesias está completando su larga marcha particular, desde la trincheras callejeras en las que pedía asaltar el Parlamento hasta las moquetas mullidas de poder.
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