Pedro Sánchez se escandalizó durante el debate de su investidura por haber Inés Arrimadas llamado al transfuguismo. Lo que pasa es que a lo que apelaba la diputada naranja no era a que algún diputado socialista se convirtiera en tránsfuga.
Eso es así cuando el traidor entrega el Gobierno al adversario o permite a éste conservarlo a cambio de alguna prebenda. Para empezar, la líder de Ciudadanos no ofreció nada a cambio. Y, sobre todo, no pretendía que el supuesto tránsfuga la hiciera presidenta a ella, sino tan sólo que evitara que Sánchez entregara España a golpistas y terroristas.
El error de Arrimadas no estuvo en pedir a los socialistas que alguno traicionara a su partido. Eso es algo muy deseable en las circunstancias actuales e hizo bien la líder de Ciudadanos en reclamarlo. El error consistió en hacerlo apelando exclusivamente al patriotismo de los diputados socialistas.
Por amor a España, ningún socialista que haya pasado los filtros que el PSOE pone a los posibles candidatos va a renunciar a nada. Ahora, si lo que se le ofrece es una bicoca que cuantitativamente, medida en moneda contante, sea superior a la que espera recibir por su sumisión a ERC y a ETA, entonces sí habría una oportunidad de encontrar al traidor que España necesita para liberarse de las garras de quienes hoy quieren destruirla.
Todos sabemos que es muy improbable que ningún socialista vote en contra de Sánchez el martes que viene. Pero, de haber alguno dispuesto a hacerlo, no será por patriotismo, sino que lo hará por venalidad. Lo que tendría que haber hecho Arrimadas, si quería tener una esperanza razonable de éxito, no es tratar de despertar el patriotismo de los interpelados, dormido en algunos, muerto en la mayoría e inexistente en los que queden.
Lo que tenía que haber hecho es abrir una suscripción pública para que todos tuviéramos ocasión de financiar la traición que ansiamos los que queremos que España siga unida. El PSOE es un partido donde la corrupción es costumbre y en el que no se asciende si no se está al menos dispuesto a ayudar a ocultar las fechorías de los dirigentes.
Quienes no desean ser encubridores de sobornos, apropiaciones y cohechos no ascienden. Y al final, para tener que ser cómplice de los latrocinios de otros, muchos terminan por convencerse de que es preferible ser autor principal y beneficiarse directamente de las francachelas.
Que se lo digan si no a Javier Guerrero, director general de Trabajo de la época de los ERE, que, siendo testigo de lo mucho que se robó, decidió invertir una pequeña parte del dinero distraído en prostitutas y cocaína, hobbies a los que al parecer era un gran aficionado.
Necesitamos un socialista patriota. Pero, dado que eso no lo vamos a encontrar en el hemiciclo, lo que hay que buscar es uno con alma de traidor suficientemente venal. De esos, habrá de sobra. Lo que nos falta es alguien dispuesto a pagar lo suficiente. Como diría Ricardo Darín en Nueve reinas: «Putos no faltan, lo que faltan son financistas».
Emilio Campmany
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