Tenía que llegar. Si una parte de los catalanes, ni siquiera la mayoría, puede aspirar a separarse de España y el Gobierno los prima con consideración de socios preferentes, por qué no iban los leoneses a pedir la secesión de Castilla. Si Iceta ve naciones por la noche como el niño de «El sexto sentido» veía muertos, qué les impide al PSOE y a Podemos encontrar en la historia de León la huella pionera del viejo Reino.
Si Teruel existe y Cantabria también, y ambas pueden conseguir inversiones con el voto en alquiler de un diputado, por qué no van otras provincias a soñar con autodeterminarse en solitario. Qué tiene que ver León con Valladolid, sostienen los leonesistas. Y por las mismas, qué pinta Cartagena compartiendo con Murcia la autonomía. O Cádiz con Jerez, o Cuenca con Toledo, o Gran Canaria con Tenerife, o Málaga con Sevilla.
Ya es hora de rectificar a Javier de Burgos, un afrancesado que se inspiró en las prefecturas jacobinas, y al fin y al cabo la Constitución no fijó número ni nombre a unas comunidades que aún no existían. La pluralidad es el nuevo mantra mágico de un sedicente progresismo siempre atento al latido de las identidades colectivas. Y ensoñar, como dice el Supremo, no es ningún delito aunque la fantasía haya provocado un levantamiento golpista.
Cuando Ángel Expósito bromea con que «Cuatroca es una nación» sólo está dando voz al pálpito sentimental del alma castiza. Pero cuidadín con la coña porque cualquier día sale una asociación barrial dispuesta a erigirla en reclamación legítima.
Estaba escrito en alguna parte que aquel «carajal autonómico» de Borrell acabaría en desparrame. Cómo no va a crecer Vox, con su propuesta de cortar por lo sano, en medio de este cúmulo de disparates tribales al que la izquierda se suma con reivindicaciones victimistas que vienen a sustituir a la superada conciencia de clase.
Éstos son los nuevos progresistas, capaces de defender, al mismo tiempo y sin autorrefutarse, la igualdad de los ciudadanos y las diferencias territoriales. Les vale cualquier cosa que pueda justificar la cultura del agravio, versión contemporánea del descontento proletario.
Entre el añejo comunismo autodeterminista, el moderno socialismo identitario y el nacionalismo insurreccional republicano han forjado la triple alianza para refundar -léase destruir- el Estado. Fueros, privilegios, localismos, cantones, fielatos: la receta histórica del fracaso para los pueblos que no aprenden las lecciones del pasado.
En otro contexto político, la salida de pata de banco de los socialistas leoneses podría ser una simple anécdota de segregacionismo provinciano que la dirección «federal» reconduciría de un plumazo. Pero quién puede tener fuerza moral para desautorizarlos cuando ésta es la hora del nuevo año en que su líder está cerrando un pacto con los genuinos separatistas que dieron un golpe contra el Estado.
Ignacio Camacho ( ABC )
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