Las palabras no son inocuas. Antes al contrario, moldean el pensamiento, dan forma a las ideas, abstraen conceptos y los ordenan en el lugar que les corresponde en la mente.
Por eso debemos ser muy cuidadosos al escogerlas y por eso constituye una broma macabra, un verdadero insulto a la inteligencia, amén de un acto de complicidad innegable, repetir de manera acrítica eso del «tsunami democrático» que se han sacado de la chistera los independentistas catalanes para atribuir una connotación positiva a las medidas de presión con las que intentan imponer su pretensión sediciosa.
Acciones violentas, incívicas, terriblemente gravosas para el erario público y no menos costosas para cuantas víctimas anónimas se ven atrapadas en ellas. En definitiva, la antítesis de lo que supone y significa el término «democracia».
Ayer montaron un nuevo numerito propagandístico los cabecillas de esa plataforma ilegal, que actúa con total impunidad merced a la complicidad abierta de la Generalitat de Cataluña y a la indiferencia cómplice del Gobierno de España, responsable en última instancia de garantizar la seguridad.
La sangre no llegó al río, aunque perturbó una vez más la tranquilidad de los barceloneses y convirtió un partido de fútbol en un gigantesco altavoz destinado a propagar consignas contrarias no solo a la Nación que nos acoge a todos y la Constitución por la que nos regimos, sino a uno de los pilares esenciales de cualquier sistema democrático, llamado soberanía popular.
De manera más o menos voluntaria, más o menos inocente, las televisiones de todo el mundo, empezando por las nacionales, públicas y privadas, se hicieron igualmente cómplices de esta provocación, opuesta al espíritu deportivo, dedicando horas y horas de emisión a la exhibición de imágenes, testimonios y carteles engañosos, destinados a mostrar la existencia de un conflicto político entre dos entidades equivalentes, tan irreal como falsario.
Para ello, idéntico papel de cooperador necesario tuvo que adoptar el club anfitrión, célebre por consentir la utilización de su estadio con fines partidistas de índole separatista, sin dejar de beneficiarse de las inmensas ventajas que le reporta su presencia en la liga española.
Y, por supuesto, el ínclito presidente autonómico, Torra, quien, lejos de condenar estos hechos y llamar a su gente al orden, aprovechó la oportunidad para echar más leña al fuego. Resumiendo, una larga cadena de complicidades sirvió una vez más a los intereses del independentismo antidemocrático, sin que nadie moviera un dedo por impedirlo.
Hace meses que el Ministerio del Interior prometió poner a disposición de la justicia a los líderes de este movimiento causante de incontables actos de sabotaje. No se ha producido una sola detención. Se nos dijo que se cortarían sus vías de comunicación interna.
Siguen funcionando a la perfección, con una cuantiosa financiación de procedencia desconocida y una capacidad de movilización asombrosa.
Las manifestaciones salvajes, los bloqueos de carreteras, aeropuerto, vías férreas y calles urbanas protagonizados por sus hordas de vándalos han costado cientos de millones de euros, pagados íntegramente por transportistas, aseguradoras, hoteleros y contribuyentes indefensos, porque hasta la fecha no se ha reclamado un céntimo de responsabilidad civil a quienes se esconden detrás de esa fachada siniestra. Nadie sabe quiénes son… O sí, pero se hacen los locos.
Pedro Sánchez se ha puesto en manos de esos cafres al mendigar públicamente su investidura a la izquierda republicana que los jalea y a los herederos de ETA, maestros y pioneros en la «razón de la fuerza». Es el primero de sus cómplices. Su rehén.
Isabel San Sebastián ( ABC
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