CUÁNTO CUESTA SER PRESIDENTE
Cómo han cambiado las cosas. Las cosas de ser presidente, que es en lo que estamos. O no. Cuando Zapatero lucía el cargo, dijo en una entrevista de las distendidas que había «cientos de miles de personas que podrían ser presidente». Y, en aquel momento, era posible. No era difícil que los hubiera mejores. Lo difícil era encontrarlos peores.
Pero, como decía Popper, que estos días ha tenido quince minutos de fama en las redes sociales gracias a gente que no lo ha leído ni lo leerá, «siempre debemos prepararnos para los peores dirigentes». Lo cual nos lleva a la tesitura de Pedro Sánchez, cuyo problema existencial se anuda de otra forma. Ya no con una afirmación ligera, sino entre pesados interrogantes: ¿cuánto cuesta ser presidente del Gobierno? Que admite también la exclamativa: ¡cuánto cuesta ser presidente!
Del optimismo antropológico de un socialista hemos pasado no al pesimismo de otro, como debería, ni al escepticismo, porque entonces se hubiera retirado, sino a una especie de optimismo de la voluntad, que es una cosa gramsciana que se cita mucho, pero que linda por un lado con el manual de autoayuda y por el otro con el mesianismo totalitario del triunfo de la voluntad, título de aquella película de Leni Riefenstahl, pura propaganda nazi. Pero es lo que hay: la voluntad y, con ella, la precisa voluntad de traspasar los límites.
Era «con Bildu, no» y ha sido «con Bildu, sí». Por ahí anda Rafael Simancas, coanfitrión con Lastra, lanzando la falacia de la falsa equivalencia entre el partido que representa el legado de la organización terrorista ETA y el partido Vox. Y es que si el PP pacta con Vox, por qué no va a pactar el PSOE con Bildu.
Aunque, en realidad, no apuntan a la equivalencia, sino a la superioridad de Bildu sobre el partido de Abascal. Se entiende que superioridad política y moral, nada menos. Por lo demás, qué innecesario elevar a Bildu a los altares. Al PSOE le pierde el ansia por dispensar moralina, por dar la más alta nota moral a todo lo que hace, especialmente a lo más inconfesable. No pueden reconocer que se reúnen con Bildu porque no les queda otra. Han de decir que son los más impecables demócratas del mundo.
Igual con la Esquerra. No han podido negociar con el partido que llevó el peso de la organización del golpe del 1-O, como recogen los hechos probados de la sentencia del Supremo, al estilo de la Realpolitik. Podían haber dicho: vale, son golpistas, pero son nuestros golpistas. Pero no.
Tenían que beatificarlos, darles pedigrí de progresismo y meterlos en la izquierda histórica con los procedimientos que usaba Procusto para encajar a sus huéspedes en el lecho. Total, para nada. Porque a ERC lo único que le interesa, y siempre le ha interesado, es el separatismo. Y, en este instante, ganar la batalla por la hegemonía en el separatismo.
De modo que ahí tenemos a Ábalos. Con su comentario sobre la renuncia de Esquerra a la vía unilateral no se ha ido de la lengua: avisaba de que puede hacer daño. Ya lo ha hecho. Han salido los de ERC a asegurar que, por supuesto, no renuncian a nada.
Que siguen siendo los golpistas que eran. Le han devuelto el golpe a Ábalos. Pero qué mala suerte que le coincida otra vez al PSOE, en fechas delicadas, la salida del golpismo a las calles y al estadio del FC Barcelona. Su estadio y estado naturales.
Allí estaban con ese lema de «Sit and talk» que recuerda a las órdenes para el adiestramiento de perros. Aunque algo tienen los golpistas con lo de sentar a la gente. «¡Se sienten, coño!», gritó Tejero en el Congreso. Ahora quieren sentar a Sánchez, que, ya sentado, calcula cuánto nos va costar que sea presidente.
Cristina Losada ( Libertad Digital )
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