Estamos viviendo ahora la destrucción de la propuesta de convivencia nacional que supuso la Transición a través de episodios concretos:
1) El proyecto de tergiversación de la Historia por medio de la ley de memoria histórica.
2) La corrupción de las instituciones con el final definitivo de la separación de poderes y la sumisión de la Justicia al poder político.
3) El golpe de Estado permanente e impune en Cataluña, cuando no alentado por las izquierdas.
4) La profanación de un lugar de culto, la Basílica de la Santa Cruz, en el Valle de los Caídos, utilizando para ello a las fuerzas de seguridad del Estado.
5) Muchos empiezan a poner negro sobre blanco el olor a fin de ciclo y a asalto y destrucción del sistema:
“La Barcelona incendiada de estos días es un nuevo episodio en el entrenamiento al que nos está sometiendo el independentismo. Si queréis la independencia, tendréis que contar con la violencia.
Todos quieren diálogo, pero antes aparece la pistola encima de la mesa. Quien no se aparte se arriesga a recibir un balazo, y quien se aparte, desgraciadamente, también.” (Lluis Bassets: La utilidad de la violencia)
A ratos esta batalla se nos presenta con los ropajes propios de nuestros días, nuevos derechos, nuevos lenguajes, redes sociales…
A ratos, como un regreso al pasado:
“Salvadas las diferencias del contexto histórico, la CUP y sus derivaciones desempeñan en la Cataluña de hoy el mismo papel que la FAI durante la Guerra Civil. Su objetivo no es la independencia sino la revolución.” (El ‘procés’ ha muerto, viva la revolución)
Esta es siempre una batalla empapada de mentira, de tergiversación del pasado.
Se trata de corromper la memoria para justificar pasados criminales, de modo que quienes fueron repudiados por la Historia pueden reaparecer hoy como vencedores y aun salvadores.
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