El expolio del Museo Arqueológico Nacional
Una de las ventajas de escribir un blog y no vivir de ello es que se pueden decir cosas que a muchos no gustan oír sin estar atado a las directrices de una línea editorial. Esas editoriales hacen que algunos de los sucesos más oscuros de nuestra historia reciente no son conocidos por la inmensa mayoría de los ciudadanos, y no porque no estén adecuadamente documentados, sino porque hay intereses políticos por parte de ciertas instituciones para que no se les dé publicidad. Por ejemplo, está mal visto todo lo que no sea decir que los (supuestamente) leales al Gobierno de la Segunda República durante la Guerra Civil eran unos santos varones, y a todo aquel que ose argumentar lo contrario se le tacha de franquista, fascista y no sé cuántas cosas más. Pero como los lectores del blog ya me conocen seguro que ninguno cae en el insulto fácil.
Uno de esos sucesos menos conocidos es el expolio de las monedas de oro de Museo Arqueológico Nacional (MAN) que se llevó a cabo por los gobernantes de la Segunda República durante la Guerra Civil Española. Yo me considero una persona bastante interesada por nuestro Patrimonio Histórico, y aún así no había oído hablar de semejante robo hasta hace unos meses, cuando se estuvo comentando en el blog. Luego vi que lo citaba Alberto J. Canto García en un artículo de Panorama Numismático y me puse en contacto con él para ver si me podía pasar más bibliografía al respecto. Me recomendó el artículo de Martín Almagro-Gorbea «El expolio de las monedas de oro del Museo Arqueológico Nacional en la II República Española» (publicado en Boletín de la Real Academia de la Historia CCV,1, 2008: 1-72) que me hizo llegar el propio autor por intermediación de Canto García. En el texto no citaré este artículo, pero supone mi principal fuente bibliográfica para escribir la entrada; recomiendo su lectura a cualquiera que quiera profundizar un poco más sobre este tema. Desde ya muchísimas gracias a los dos.
Como todos sabéis, el 18 de julio de 1936 parte del ejército español se levantó en armas contra el Gobierno de la Segunda República. El golpe de estado falló, pero inició una Guerra Civil que, sin duda, es el episodio más triste de la historia reciente de España. En los días posteriores al pronunciamento la situación era absolutamente caótica en España y los asaltos estaban a la orden del día. Grupos de milicianos (todavía idealizados por algunos) se autodenominaron ley en sus repectivos pueblos y muchas veces ejercían un abuso de poder: bastaba una mera sospecha para entrar en casa de cualquiera, fusilarlo y apropiarse de todos sus bienes; en el caso de las iglesias, ni siquiera hacía falta sospechar nada para sustraer todo lo que hubiese dentro de valor y prender fuego al resto. En un país en el que la envidia ha sido siempre su principal pecado, nos podemos imaginar lo que esto suponía. Intentando controlar semejantes barbaridades, el Gobierno de la Segunda República constituyo la Junta de incautación de Obras de Arte, como una manera de centralizar estas actividades, ponerlas bajo el control del Gobierno y que no quedasen a la merced del abuso de poder de unos milicianos que en muchos casos no sabían ni leer. A la postre, esto fue como pasar de los chorizos de barrio al crimen organizado.
Al empezar la Guerra Civil, el MAN contenía más de 160.00 monedas y 15.000 medallas, lo que suponía una de las principales colecciones numismáticas del mundo. De esta colección el máximo responsable era Felipe Mateu i Llopis, un joven doctor valenciano más interesado en los temas históricos y bibliotecarios que en las cuestiones políticas y militares. Viendo que el panorama se ponía cada vez más oscuro, durante ese verano los Funcionarios Facultativos del Museo fueron escondiendo algunas de las monedas más importantes del monetario en las arcas que había en la planta baja para que, si se producía un saqueo, al menos ésas se salvasen. Allí metieron los oros de los Reyes Católicos y el medieval, incluyendo la dobla de Pedro I.
Cuando la Guerra se estabilizó y el frente rebelde se acercaba más y más a Madrid, las milicias y la Guardia Nacional Republicana tomaron el poder en el MAN, detuvieron a todos sus funcionarios a finales de septiembre e incluso a alguno le fusilaron. Los objetos se embalaron y se apilaron para evitar que los alcanzasen las bombas y el museo se cerró.
La tarde del 4 de noviembre de 1936 apareció en el MAN un alto funcionarios del Ministerio de Instrucción Pública, Wenceslao Roces, junto con un Representante de la Junta de Incautación de Obras de Arte y varios milicianos armados. Desde allí llamaron a Felipe Mateu y al director del MAN y su orden era muy clara: requisar todos los tesoros de valor, y en especial las monedas de oro, que hubiese en el MAN para que pasasen a estar bajo el control de Ministerio de Instrucción Pública. Los responsables del museo eran consciente de que aquello era un expolio en toda regla y que con la excusa de proteger las monedas y que «no caigan en manos de los fascistas», las piezas que llevasen no iban a volver nunca a la colección.
Felipe Mateu fue forzado a desarrollar tan penosa labor y lo hizo lo más lentamente que pudo con la intención de ganar tiempo. Primero empezó buscando allá donde no había piezas de oro. Luego se fue a por las onzas españolas (que son grandes pero corrientes) y hacía pasar piezas de plata por ejemplares de oro y al revés aprovechando la poca luz que había por la noche. También tuvo que entregar los áureos romanos, los oros bizantinos, luego las monedas griegas… siempre intentando despistar algunas piezas aunque bien sabía que con ello se jugaba la vida. Mateu no hacía más que insistir que se anotase el peso y los ejemplares que se llevaban, pero con la escusa de que no había tiempo, lo único que se hizo fue volcar las bandejas de monedas en los gorros de los milicianos y hacer un cómputo global.
Como ya era muy tarde, dejaron la tarea y durmieron en el museo. La penosa tarea continuó al día siguiente y Mateu seguía con su estrategia de intentar despistar algunas monedas y, en otros casos, convencerles de que su valor intrínseco era mínimo. Así consiguió que los florines aragoneses y las monedas visigodas no se las llevasen. Pero en el Ministerio no entendía de trascendencia histórica y esa misma tarde volvieron a por las monedas visigodas, volcándolas de nuevo en gorros a pesar de que Mateu insistía de que muchas estaban partidas y los trozos se mezclarían. Que a un numismático amante de la historia le obliguen a participar en semejante barbarie es como si a una madre le obligan a fusilar a sus hijos.
La siguiente imagen es un extracto del acta de entrega, donde se indican los objetos que se llevaron. Como podéis ver, poco les importaba si los áureos eran de Nerón o de Trajano.
El Ministerio cerró las cajas, las precintó y se las llevó primero a Valencia y después a Cataluña, según se iba moviendo el Gobierno cuando el frente rebelde avanzaba. En Valencia se unieron con otros tesoros que el Gobierno de la Segunda República había robado a otros museos y a particulares, puesto que la política de saqueo por parte de ese gobierno no fueron hechos puntuales.
Para que os hagáis una idea de semejantes saqueos, basta con decir que el 23 de marzo de 1938 Francisco Méndez Aspe, Ministro de Hacienda, ordenaba la «nacionalización» de todas los bienes materiales en bancos privados, cajas y montes de piedad, con la finalidad de «salvaguardar los intereses de los titulares» y «garantizar en todo momento el contenido de las cajas». Eso se tradujo en que se abrieron las cajas fuertes de todas las entidades con sopletes y sin ni siquiera registrar qué es lo que había en cada una. ¿Para qué, si no pensaban devolerlo? Que nadie se crea que en esas cajas estaban las posesiones de poderosos magnates, sino que había alfileres, alhajas, relojes viejos, arras de boda… las pocas pertenencias de mínimo valor material que pudieran tener las personas humildes en una época tan penosa, y eran sus propios gobernantes los que se lo estaban robando.
Pero lo peor es que esos bienes no harían ningún bien al pueblo, sino que desde 1938, y sabiendo que la Guerra ya estaba perdida, altos cargos del Gobierno se dedicaron a sacar todo lo que pudieron a Francia. El propio Negrín (Presidente del Gobierno) reconocía en una carta del 23 de junio de 1939 que después ha sido publicada que él estaba compinchado con Méndez Aspe «conforme a un plan minuciosamente estudiado y preparado desde hacía mucho tiempo». Ese plan consistía en «asegurar en países […] todos los medios utilizables para remediar, en lo posible, el infortunio de nuestros compatriotas en la inmigración». Enorgulleciéndose de que «con cautela y rapidez, sin precipitaciones ni atolondramientos, se ha podido salvar lo que se ha salvado, resguardado por una posición jurídica lo más sólida dentro de lo viable». Y concluyendo con: «Nunca se ha visto que un gobierno o su residuo, después de una derrota, facilite a sus partidarios, como lo hacemos, medios y ayuda que ningún estado otorga a sus ciudadanos«.
Es decir, que había una mafia gobernando los últimos años de la Segunda República cuyo objetivo no era otro que sacar provecho personal de la situación y sacar de España tanto patrimonio como pudieran. Se llegó a tal punto de corrupción que Azaña cuenta cómo Méndez Aspe intentó en febrero de 1939 crear una sociedad anónima para poner todos los bienes del Estado español en el extranjero a su nombre. Esto, en román paladino, significaría crear una cuenta en Suiza en la que colocar todo lo que esa mafia hubiera sacado del país, entre lo que se encontraba toda la colección del Museo del Prado. Por eso, Azaña consideraba la actución del PSOE (al que pertenecían Negrín y Méndez Aspe) como «una política tabernaria, incompetente, de amigachos, de codicia y de botín, sin ninguna idea alta».
Esta mafia se llevó el tesoro del MAN junto con el resto de bienes expoliados a París, y allí estaba los primeros días de febrero de 1939. En total, el tesoro ocupaba más de 100 maletas, muchas de las cuales no tenían más que baratijas, pero nada se sabe a ciencia cierta. Aún así, se estima en unos 138,4 kilos de oro los que se llevaron. La idea de estos señores era llevárselo a Méjico directamente, pero tuvieron que sacarlo a toda prisa de Francia antes de que este país reconociese el gobierno de Franco, porque a partir de ese momento las autoridades francesas lo interceptarían para devolvérselo a España. Así que de París lo sacaron en barcazas hasta Rouen y de allí lo embarcaron hasta el puerto inglés de Southampton, donde les esperaba el yate de lujo Vita.
El Vita llegó a Veracruz el 1 de abril y de allí se llevó el tesoro a Ciudad de Méjico, donde pasó a estar al cargo de Indalecio Prieto, otro peso muy pesado en el PSOE que vivió estupendamente el resto de su vida en Méjico gracias a ese tesoro. A partir de ahí nada se sabe porque ha imperado la ley del silencio: ninguno de estos señores ha dicho absolutamente nada sobre qué hicieron con el tesoro del Vita; se han llevado el secreto a la tumba. Se dice que la mayor parte de las piezas de oro se fundieron aunque también se cree que algunas piezas numismáticas se vendieron en el mercado. Incluso hay quien apunta que la Hispanic Society of America se hizo con algunas.
Hoy en día a esta gentuza, lejos de considerárseles saboteadores, ladrones y expoliadores, se les está maquillando el nombre. No vale decir que eran tiempos de guerra: es un acto de sabotaje al Patrimonio de España y a ciudadanos humildes para su propio beneficio personal, abusando de su autoridad y de manera premeditada. Esto es algo que no se hizo en el bando rebelde ni tampoco en las revoluciones comunistas más salvajes (la Revolución Bolchevique, la Revolución Cultural de Mao…). Y hoy es el día en el que uno de los grandes partidos políticos de España, a la vez que pide que se investiguen los crímenes del franquismo, ponen medallas a Negrín y lo vuelven a reconocer como miembro del partido de forma honorífica. Si esto lo hubiese hecho Gila me hubiera reído, pero siendo Alfonso Guerra no le veo la gracia.
La primera foto es el aspecto del MAN en los año 30 (fuente). Los demás son trémises visigodos sacados de la próxima subasta de Áureo a nombre de Gundemaro, Suinthila, Chindasvinto y Egica. Podría haber puesto los retratos de los políticos citados, pero sólo Azaña lo merece.
Fuente: Adolfo Ruiz Calleja
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