Pues nada, ya tenemos aquí la primera consecuencia inmediata, directa, en vena, del triunfo de Pedro Sánchez en las elecciones generales: una subida de impuestos de 20.000 millones de euros.
Nada nuevo bajo el sol, lo que ya se sabía y se avisó, que no era ninguna broma que el candidato socialista siguiera al frente del Gobierno. Así que pocos lamentos y aflojar el bolsillo, sobre todo la clase media, ese 40% de la población que no llega a los 60.000 euros y que tendrá que hacer frente a esta facturilla de nada que nos ha puesto Sánchez sobre la mesa.
Porque a los ricos de verdad, no se engañen, esto les da igual, tienen su Sicav y si no se llevan su dinero a Suiza, y hacen muy bien. No es agradable pagar las ínfulas de grandeza de una izquierda que, como se ha visto, tira el dinero en Planes E o en pagar sus campañas electorales, por poner un ejemplo.
Esto era lo que, a mi juicio, se tenía que haber evitado en estas elecciones, que nos lleven de nuevo a la ruina, a la subida del paro (ya lo han advertido hoy los autónomos, que el desempleo puede incrementarse un 40%) y del déficit. Y sobre todo, que se acometa una reforma educativa que atente contra la concertada y la religión católica.
Cada momento político es distinto, a la hora de decidir a quién votar entre las opciones que más se acercan a lo que pensamos cada uno, y este, era la economía, el futuro del país y el prestigio exterior de España como país moderno, moderado y europeo.
Cuando no hay crecimiento económico, el trabajo se resiente y empieza una crisis más importante que la económica, la de valores y de la propia autoestima de la sociedad.
Todo el mundo estaba avisado, pero España ha elegido este camino, y hay que respetarlo.
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