SANSÓN PUIGDEMONT
Carles Puigdemont ha perdido todas las batallas contra el Estado español: no ha logrado la república catalana, ni el reconocimiento internacional, ni las inversiones extranjeras (al revés, son las empresas catalanes las que se marchan), y si no se sienta en el banquillo de los acusados es porque huyó en el maletero de un coche. ¿Qué puede hacer en un lugar de nombre tan sombrío como Waterloo?
Pues lo que corresponde a un carácter tan destructivo como el suyo: cerrar toda posibilidad de diálogo, incluso con Sánchez, si no es para negociar la independencia, que sabe que no puede darle. En otras palabras, visto su fracaso, busca hundir España, con Cataluña dentro, como Sansón hundió el templo de los filisteos. No lo digo yo, lo ha dicho Duran Lleida: «Hace mucho que no se veía en Europa un proceso de autodestrucción como éste».
Conociéndole, sin embargo, sospecho que escapará en coche o a caballo, en el último minuto, al no tener madera de mártir, y que se presente a las elecciones europeas indica que piensa seguir zascandileando. ¿A que no se atreve a reclamar la «Cataluña francesa»?
Puede ser elegido, pero tendrá que jurar el cargo en Madrid para tomar posesión de su escaño en la Eurocámara, y en Barajas le espera una orden de detención. Si se presenta será que no le queda otra carta que jugar y rodeado de periodistas extranjeros.
Pero la Justicia española está demostrando que no le asustan los periodistas ni los jueces extranjeros, con quienes puede medirse en plan de igualdad. Por si ello fuera poco, la purga que el president errante ha hecho en su partido de los que se dan cuenta de la locura en que les ha metido y quieren volver a la línea de Pujol, que tan buenos frutos dio a Cataluña, reduce su base electoral, en vez de ampliarla.
Aunque, de momento, la rauxa se impone al seny en el independentismo, donde el miedo a ser llamado «traidor» congela la moderación. Son muchos años de lavado de cerebro, de «España nos roba», de «somos más europeos, más inteligentes, más ricos, más todo», halagador y narcisista.
¿Desaparecerá algún día? Sin duda. La realidad se encargará de enseñarles que nadie es superior a los demás y las mentiras no pueden mantenerse eternamente, hoy sobre todo, con las patas más cortas que nunca.
Pero la forma de tratar a un Puigdemont que sólo acepta hablar de independencia no es el diálogo, sino enfrentarle a su situación de prófugo de la Justicia que intenta dinamitar el espíritu y la letra de una Unión Europea dispuesta a acabar con sus viejos demonios de guerras y fronteras.
En realidad, deberíamos agradecer a Puigdemont que haya mostrado de la forma más grotesca que el problema catalán es sólo eso: catalán. Ellos lo crearon, ellos deben resolverlo. Lo único que podemos hacer el resto de los españoles es desear que el seny no sea sólo memoria histórica.
José María Carrascal ( ABC )
viñeta de Linda Galmor
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