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No bromeaba anteayer en La Sexta Noche cuando aseguré que circula por ahí una leyenda que sostiene que la momia de Franco ya no se encuentra en el Valle de los Caídos. Que hace tiempo que salió de allí rumbo desconocido. No sé si es cierta o no, intuyo que no, pero haberla, hayla. Si fuera cierta, el ridículo que haría Pedro Sánchez por sepultureros interpuestos sería planetario.
Más allá de las bromas, o no, hay que ir al fondo de la cuestión de una exhumación en la cual el Gobierno está prevaricando día sí, día también. Emplear un decreto ley para esta cuestión es pasarse por el forro de sus caprichos el artículo 86 de la Constitución, que deja bien claro que esta figura jurídica sólo se puede emplear «en casos de urgente y extraordinaria necesidad».
Verbigracia, una tragedia, un atentado terrorista o una situación económica límite como sucedió en ese 2012 en el que actuar una semana antes o una después era la diferencia entre salir adelante o incurrir en una suspensión de pagos que nos hubiera arruinado para décadas. Privar a la familia de su tan legítimo como legal derecho a decidir dónde se reinhuma al abuelo es otra cacicada de marca mayor.
Y poner fecha a la exhumación sin esperar a que dictamine la Sala de lo Contencioso del Supremo es una nueva afrenta de este Gobierno socialpodemita al Alto Tribunal. Pero más allá de estas circunstancias, entre electoralistas y totalitarias, hay que colegir que una vez más (y van 70.000 como mínimo) el izquierdista pensamiento único triunfa por todo lo alto.
Tan cierto es que no es de recibo que los restos de un dictador reposen en un espacio público como que continúa habiendo una doble vara de medir en este país en el que al centroderecha y a la derecha les espanta decir lo que piensan por miedo a que los maten civilmente.
A qué esperan Rivera, Casado y Abascal para prometer que si presiden este país todavía llamado España retirarán las calles, las estatuas e incluso el nombre de estadios a multiasesinos como Santiago Carrillo (6.000 víctimas sólo en Paracuellos), Pasionaria (inductora del asesinato de Calvo-Sotelo), Largo Caballero (sus ejecuciones se cuentan por cientos) o Companys (8.500 muertes a sus espaldas). Ya está bien de tanto doble rasero. Los malos pueden ser de derechas pero también… ¡de izquierdas!
Eduardo Inda ( La Razón )
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