La sorprendente salida de la vicepresidenta del Gobierno el pasado viernes para intentar justificar el cambio de criterio del presidente del Gobierno sobre el delito de rebelión para los encausados por el ‘procés’ es mucho más que una desgraciada anécdota de quien se queda sin recursos para explicar lo inexplicable.
Tiene una inmensa carga de profundidad, por la que Calvo está dispuesta incluso a hacer el ridículo ante los periodistas en la sala de prensa de La Moncloa y ante la sociedad entera. Es el concepto de que no hay más realidad de la que yo creo y, por tanto, la verdad es relativa en función de esa realidad artificialmente creada.
Porque si aceptamos ese cambio de criterio entre lo que en mayo era un delito de rebelión para el líder de la oposición no lo sea cinco meses después para el presidente del Gobierno sólo por el hecho de que ahora es presidente del Gobierno se abre una forma de hacer política sobre la que no se puede objetar nada, salvo su reducción al absurdo.
Porque si seguimos a Calvo se puede justificar ahora que no se derogue la reforma laboral, o que se haya olvidado el famoso impuesto a la banca, o que el PSOE exigiera un pacto por la educación cuando gobernaba el PP y se lo pase por el arco de triunfo ahora que está en el poder.
Porque, según Calvo, da igual que Sánchez dijera cuando estaba en la oposición que nunca pactaría con el independentismo para gobernar y lo hiciera a la menor oportunidad que tuvo para llegar al poder. O que aplaudiese desde la tribuna del Congreso la dimisión de un político alemán por plagiar su tesis y él mismo no dé explicaciones ante su más que flagrante copieteo y sí admita la salida del Gobierno de una de sus ministras por lo mismo.
Decimos que estamos en la era de la posverdad y de la desinformación -no son conceptos sinónimos- y echamos la culpa a algunos medios o a las redes sociales, como si éstas tuvieran vida propia. Pero también hay muchos gobernantes que intentan tergiversar la realidad para acomodarla a sus intereses. Y esto no es sólo propio de Trump, Bolsonaro, Salvini, Farage o Le Pen. Calvo quiso distorsionar la verdad con el Vaticano y le salió mal. Y el viernes lo volvió a intentar. No son anécdotas. Es una forma trapacera de hacer política.
Vicente Lozano ( El Mundo )