Los historiadores recuerdan que Barcelona se rindió el día 12 de septiembre al mediodía y no el 11 cuando comenzó el asalto final. Sin mencionar, que fue el día 14 cuando la ciudad entregó sus banderas a la Armada Real.
El Parlamento de Cataluña declaró la Diada como fiesta autonómica catalana en su primera ley tras el restablecimiento de la cámara, en 1980. El Estatuto de Autonomía en su artículo 8.3 recuerda: «Conmemora la triste memoria de la pérdida de nuestras libertades el 11 de septiembre de 1714, y la protesta y resistencia activa contra la opresión». Una fecha que muchos de los miembros de PSUC criticaron por recordar una derrota y basarse en una imprecisión histórica.
Antes de esta decisión de la Generalitat, entonces presidida por Jordi Pujol, el 11 de septiembre no tenía gran peso en Cataluña más allá de la ofrenda floral que los círculos catalanistas dedicaban anualmente al conseller en cap Rafael Casanova, presentándolo como un mártir de la caída de Barcelona. Todo ello a pesar de que en verdad murió veintinueve años más tarde (en 1743) en su domicilio tras recibir el perdón real.
Pero, aunque los catalanistas consideran la fecha de la Diada como la conmemoración de la caída de la ciudad en 1714 frente a las tropas borbónicas, muchos historiados han señalado que se trata de un error, perpetuado con la decisión de Jordi Pujol de establecer como fiesta oficial el 11 de septiembre.
Como recuerda el historiador Henry Kamen en su libro «España y Cataluña: historia de una pasión», los miembros del Parlamento de 1980 creían que el 11 de septiembre «Cataluña perdió sus libertades (entendidas con un sentido medieval de privilegios administrativos, no del concepto de libertades modernas), pero esto no ocurrió hasta el 14 de septiembre». Según especificaba el también historiador Salvador Sanpere y Miquel, «la muerte de la nación catalana», tal y como la interpretan los independentistas, aconteció dos días después de la entrada de las tropas con la rendición de las banderas de la ciudad a la Armada Real.
No en vano, la declaración de las nuevas autoridades, que con excepción de los oficiales militares eran todos catalanes, se formalizó de forma solemne el 16 de septiembre en la Casa de la Ciutat, donde el gobierno oficial de Patiño anunció la abolición del Consell de Cent y posteriormente de la Diputación.
Cuando Jordi Pujol y su partido se percataron del error histórico, algunos catalanes trataron de sugerir otras interpretaciones. Según escribió Xavier Trias en un artículo de prensa, «el 11 de septiembre de 1714, después de resistir durante todo un año un feroz y terrible asedio, al final de una larga guerra en defensa de las libertades de Cataluña, la ciudad de Barcelona se rindió a las tropas franco-españolas del Rey Borbón». Sin embargo, la afirmación de Trias también es falsa, puesto que la rendición no tuvo lugar el 11 de septiembre, sino poco después del mediodía del 12 de septiembre.
Homenaje a la decisión suicida de Casanova
A principios de julio de 1714, durante el último episodio de la Guerra de Sucesión, las fuerzas borbónicas del duque de Berwick se presentaron en las murallas de Barcelona para llevar a efecto la fase final del asedio. El general del Rey Felipe V ofreció ciertas condiciones para que la ciudad se rindiera sin derramar una gota de sangre, pero los representantes de Barcelona, encabezados por Rafael Casanova, las rechazaron porque Berwick se negaba a garantizar los fueros.
Al insistir en su empeño de resistir –aunque cada vez era más evidente que ningún ejército podría romper el sitio–, Berwick exigió una rendición incondicional. Avalaba su amenaza un ejército muy superior, compuesto por 35.000 infantes y 5.000 jinetes. Los 16.000 defensores de Barcelona, muchos de ellos ciudadanos, empezaban a ser conscientes de que no cabía rescate alguno y la mejor salida era la rendición.
En septiembre de 1714, la situación de la ciudad era ya desesperada. Berwick accedió a recibir una delegación dando por hecho que venía a ofrecer la rendición de la ciudad el día 4 de septiembre. Del fracaso de esta última reunión culpa el historiador Henry Kamen –en su libro «España y Cataluña: historia de una pasión»– directamente a Rafael Casanova. Así, «la delegación encabezada por el conseller en cap se negó en todo momento a hablar de las condiciones de rendición».
Antonio de Villarroel, general de los defensores, no encontró sentido a la decisión de Casanova y dimitió de su cargo. El día 11 de septiembre, las tropas borbónicas entraron en la ciudad, que respondió con una desesperada defensa donde se registraron miles de muertos. Poco después del mediodía del día 12, los últimos defensores se rindieron incondicionalmente y las tropas del Rey Felipe V entraron en Barcelona.
«La decisión suicida e innecesaria de no rendirse fue de Casanova», sentencia Kamen en su libro. El día del asalto final, Casanova estaba durmiendo y tras ser avisado se presentó en la muralla con el estandarte de Santa Eulalia para dar ánimos a los defensores. Herido de poca gravedad por una bala en el muslo, Casanova fue trasladado al colegio de la Merced, donde se le practicó una primera cura. Con la caída de la ciudad, el político catalán quemó sus archivos, se hizo pasar por un muerto y delegó la rendición en otro consejero.
La decisión de Casanova de resistir, cuando la caída de Barcelona era un hecho, y «tanta muerte innecesaria» enfurecieron a Berwick, que despachó de malos modos a la delegación catalana que fue a visitarlo el día 13. Como balance final, el duque estimó que murieron alrededor de 6.000 defensores, una cifra próxima al cálculo llevado a cabo por los historiadores en la actualidad.
Disfrazado de monje, Rafael Casanova huyó de la ciudad y se encondió en la finca de su hijo en San Boi de Llobregat. En el año 1719, fue amnistiado y volvió a ejercer como abogado hasta retirarse en 1737. Murió en Sant Boi de Llobregat, 29 años después de la rendición de Barcelona.
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