sábado, 14 de noviembre de 2015

¡On garde! ¡Nos importa!

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No podemos tener Libertad, Igualdad y Fraternidad sin Seguridad” (Garry Kasparov)
La expansión del Estado Islámico es una de las más brutales y violentas pruebas de que vivimos tiempo de guerra global, implacable y permanente. El islamismo armado (yihadismo) y el avance genocida del Estado Islámico y sus ramificaciones nos obligan a reconocer esta realidad. El escenario ya no se circunscribe a Oriente Medio y no podemos necesitar más pruebas para ser conscientes de que se extiende bajo nuevas formas y por nuevas latitudes con idéntica agresividad. Miles de jóvenes que viven integrados en nuestras sociedades occidentales ya son parte o están deseosos de serlo de la yihad global.  Debemos combatirlo sin excusa, con total contundencia y toda decisión.
Existe un problema dentro del Islam que radica en su aspiración central, incompatible con toda clase de sociedad abierta y democrática, de regir la vida social en su integridad. Esta aspiración y no sólo los métodos más o menos extremos para alcanzarla, es el núcleo del problema. La corriente ideológico-religiosa de la que se nutre el yihadismo, sin duda y sin matices está enraizada en el fundamento mismo del Islam. Por ello cualquier crítica que se hace al yihadismo procedente del islam “institucionalizado” (y no olvidemos que no existe autoridad única de referencia en este sentido) se centra específicamente en la condena a los métodos usados pero sin entrar jamás en el verdadero fondo del asunto, consciente, sin duda de que es terreno vedado en el que el islamismo tiene su razón de ser.
La concepción original del islam es totalizante y no es meramente espiritual, ni privada. Y sí, es el Islam. La más cruenta reacción islamizante nace en la propia cuna del islam, en la Península Arábiga: el wahabismo (o salafismo), principal corriente fundamentalista sunita de la que surgen, entre otros, Al Qaeda, Boko Haram, Estado Islámico y los talibanes. Se nutre de unas doctrinas ascéticas extremas que predican la absoluta unidad y centralidad de Alá.
El acento no podemos ponerlo, pues en las intromisiones político-militares de las potencias occidentales en el mundo musulmán que algunos alegan para explicar todo lo que nos está pasando. Conviene no olvidar que las primeras reacciones islamistas anteceden en mucho a estos fenómenos y constituyen un rasgo permanente de la evolución de su propia historia: “Alá es nuestro fin, el Profeta nuestro guía, el Corán nuestra constitución, la yihad nuestro camino y la muerte por Alá nuestro objetivo supremo”.
Tengamos algo muy presente, el islam nació para conquistar y gobernar el mundo. La doctrina del islam trata del conjunto de la sociedad (no en un término espiritual ni abstracto) y de un reino que es terrenal y por lo tanto de este mundo que aspira a dominar. Mahoma fue jefe político-militar y creador de un orden social determinado.
La lucha ofensiva del Islam, ha empezado y la pregunta es cómo vamos a reaccionar. Para el islam una sociedad no regida por la sharia (ley islámica) es inaceptable, como la democracia, precisamente porque se basa en la soberanía popular, que contraviene la soberanía total y absoluta de Alá que los hombres únicamente deben limitarse a reconocer y aplicar.
Ya no sirve apiadarnos de los muertos, de sus familias, de los franceses, de la humanidad…  Ya no sirve “Je suis Charlie” o “Pray for Paris”. ¡On garde!.
Es hora de defender nuestra forma de vida, nuestros valores, nuestra libertad  -la misma que nos costó siglos de sufrimiento alcanzar- de aniquilar cualquier posibilidad futura de nuevas barbaries como la de ayer en París. Es el momento del coraje más que de la tristeza. No basta el inmovilismo de los lamentos, las palabras y la buena voluntad. Tenemos los medios económicos, militares y la tecnología suficiente para combatir este terrorismo y fulminar  todo lo que lo aprovisiona y le da soporte. Usémoslo. Será probablemente muy duro y costoso, pero es el único modo de sobrevivir.
Las agresiones de este tipo sólo se pueden neutralizar. Si nos limitamos a la inacción, podemos darnos por muertos

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