El 17 de septiembre de 1787 la Convención de los Estados Unidos aprobaba la Constitución de ese país, formada por sólo siete artículos escritos originalmente en cinco páginas. En los tres años siguientes fue ratificada a nivel popular en cada uno de los 13 estados que formaban entonces la Unión. Durante casi dos siglos fue mejorada con 27 enmiendas, la última de ellas aprobada en 1992. Hoy en día es la Constitución nacional vigente más antigua del mundo.
Nadie puede negar que Estados Unidos es la democracia consolidada más veterana que existe. El país sólo ha vivido un serio conflicto interno, la Guerra de Secesión, entre 1861 y 1865, y desde este último año cuatro de sus presidentes han muerto asesinados, pero al lado de la sucesión de golpes de Estado, de guerras civiles, de regímenes varios y de inestabilidad institucional que ha vivido España en los dos últimos siglos, los Estados Unidos parecen un remanso de paz políticamente hablando. Hoy en día es la mayor superpotencia mundial y tiene un poderío industrial y comercial sin precedentes. Llevo muchos años consultando medios estadounidenses y nunca he visto a nadie reclamando una nueva Constitución, y eso que la actual tiene 227 años.
¿Necesitamos una Constitución nueva cada 30 años?
En España, sin embargo, tenemos que soportar, por ejemplo, a un alto cargo de la Junta de Andalucía diciendo que la Constitución Española -que él juró para ocupar su cargo- es una “mierda” y afirmando que cada generación debería votar su propia Carta Magna, como si un país pudiese ser sometido a revisión total cada 20 o 30 años. Que un paleto con coche oficial diga estas imbecilidades puede parecer algo aislado, pero creo que a estas alturas a todos nos sobran ejemplos en la memoria de políticos que viven de un sueldo público y que se han hartado de cuestionar la ley fundamental de nuestra democracia. A menudo, ese cuestionamiento procede del hecho de que los críticos de turno quieren ver a España desmembrada o convertida en un régimen parecido al de Cuba o al de Venezuela, y para eso la Constitución les estorba. Quienes hemos tenido que sufrir los abusos de poder de cierta clase política, en especial la que se alinea con las tesis nacionalistas o con las exigencias de que España sea una dictadura progre, podemos atestiguar cuán a menudo esos enemigos de la Constitución lo son también de España y de la Libertad. Si ésos piden que se reforme la Constitución o incluso que se apruebe otra distinta que satisfaga sus caprichos ideológicos y sus ansias de poder es porque les gustaría una Constitución que redujese a cenizas tanto a España como a la Libertad.
Una conquista de nuestros padres y abuelos que deberíamos celebrar
Somos muchos los que estamos agradecidos a la generación de nuestros padres o abuelos por tener la altura de miras de superar el sangriento enfrentamiento que vivió España en el siglo pasado, encontrando un modelo político basado en la concordia y que ha hecho posible el más largo periodo de democracia que ha vivido nuestra Nación en toda su historia. Obviamente, la Constitución de 1978 no es perfecta -España y los españoles tampoco lo somos- y sería bueno reformarla, pero no en el sentido que quieren sus enemigos, sino para mejorarla y fortalecer a España y a nuestros derechos frente a los abusos de poder y los caprichos nacionalistas. Con todo lo crítico que puedo ser con su actual redacción, desde luego prefiero mil veces la Carta Magna que votaron mis padres y abuelos antes que una norma mucho peor como la que nos impondrían quienes más llevan a gala odiar esta Constitución. Por eso, aunque considere que hay mucho que mejorar -igual que en tantas cosas de mi Patria-, quiero cerrar estas líneas celebrando esa conquista que lograron nuestros mayores, una conquista democrática que merece nuestro respeto y que merece la pena celebrar:
¡Viva España y viva la Constitución!
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