Artículo de opinión publicado en Diario Córdoba,por el Dr Ramón Ribes,médico radiólogo y licenciado en Derecho.
En este artículo quiero rendir un homenaje a muchos profesionales
sanitarios ejemplares que han dedicado lo mejor de su vida profesional a
la medicina; profesionales intachables que, desde cualquier estamento
laboral de la sanidad, han contribuido a hacer que nuestro sistema
sanitario rozara, años atrás, la excelencia.
Conocí a Frutos
cuando yo tenía 5 años e iba de la mano de mi padre al hospital Clínico
San Carlos de Madrid. En aquellos tiempos, en los estertores del régimen
franquista, los profesores de la Facultad de Medicina daban clase a los
aspirantes a enfermeros y les formaban personal y profesionalmente
transmitiéndoles una sólida formación clínica. A principios de los 70
Frutos era un estudiante de enfermería que sobrevivía a duras penas en
Madrid procedente de su Belalcázar natal. Tras un breve paso por Bilbao,
Frutos recaló en el hospital Reina Sofía de Córdoba, donde lleva
trabajando más de tres décadas enseñando a muchos enfermeros y
residentes en la sala de radiología vascular. Frutos es el profesional
del que más he aprendido en mis 14 años en el hospital Reina Sofía,
nunca olvidaré con qué afecto me enseñó los conceptos básicos de la
asepsia quirúrgica, a dar puntos, a pinchar arterias femorales y
braquiales percibiendo el momento preciso en el que la punta de la aguja
atravesaba la muscular de las arterias, a colocar catéteres de
hemodiálisis y a un largo etcétera. Pero lo más importante que me enseñó
Frutos fue a amar la medicina y a su razón de ser, los enfermos. Lo que
me enseñó Frutos, mi hermano mayor, fue a hacer las cosas bien desde el
convencimiento de que, una vez automatizados ciertos hábitos, es mucho
más difícil hacer las cosas mal que bien. Sus detractores le acusan de
dispersarse; en ocasión un radiólogo veterano, que no experto, le dijo:
"Frutos, cada vez que hay problemas no estás", a lo que Frutos en un
alarde de rapidez mental le espetó: "¿No será que cuando yo estoy no hay
problemas?". He visto a este enfermero con mayúsculas salvarle la vida a
un paciente al que se le ocasionó iatrogénicamente una embolia gaseosa.
En esa situación extrema pude comprobar cómo, independientemente de los
títulos académicos, el que sabe jerarquiza a los que no saben; yo era
residente de cuarto año y, aturdido ante la inminencia del posible
desenlace fatal, me puse inmediatamente a sus órdenes. Su dominio de su
profesión es tan insultante para algunos médicos que estos tratan, ante
él, de hacer valer su título en vez de sus conocimientos con bromas del
estilo de "¿qué tal, doctor Frutos?" a las que el indómito Frutos
responde, cuando su interlocutor no ha leído la tesis doctoral, "soy tan
doctor como usted, Dr-", demostrando su rebeldía, con causa, y dejando a
buen recaudo su dignidad.
Desgraciadamente en poco más de un
lustro este profesional ejemplar se jubilará y nada quedará de él en un
sistema que olvidó hace tiempo que los recursos humanos son lo más
importante de cualquier organización y que esto es todavía más cierto en
un entorno como el sanitario. Durante todos los años que aprendí a su
lado le transmití mi ilusión por trabajar con él, algún día lejano, en
Oriente Medio, donde los recursos materiales no escasean como ocurre
últimamente en Occidente. Eran sueños de residente, sueños intuitivos
con mucho más soporte emocional que racional. La improbabilidad de que
un sueño se convierta en realidad no debe hacernos tirar la toalla sino,
por el contrario, trabajar con más tesón porque las profecías
autocumplidoras existen, tanto las positivas como las negativas. Tal vez
nuestro sueño esté ahora más cerca que nunca y podría ser que el
magisterio de Frutos traspasara nuestras fronteras.
Para
concluir, lo más destacable de Frutos es que, después de tantos años, el
sistema no ha conseguido erosionarle lo más mínimo. A diferencia de
muchos de sus compañeros de profesión, de la mía, y de todas las
profesiones que componen la nómina de un hospital, Frutos sigue siendo
el mismo joven listo y entusiasta que empezó a trabajar en el Reina
Sofía en el último cuarto del siglo pasado. Mis mejores momentos
profesionales se los debo a Frutos Alvarez, que a principios de siglo
pasó a formar parte de mi familia para siempre. Gracias, Frutos, en
nombre de todos aquéllos a los que, como a mí, has enseñado, aunque no
todos te lo hayan agradecido de forma explícita. En la España del futuro
necesitamos profesionales brillantes, entregados e incombustibles como
tú. No te imaginas lo orgulloso que me siento de ti, hermano.
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