viernes, 8 de febrero de 2013

Frutos Alvarez Gónzález

Artículo de opinión publicado en Diario Córdoba,por el Dr Ramón Ribes,médico radiólogo y licenciado en Derecho.


En este artículo quiero rendir un homenaje a muchos profesionales sanitarios ejemplares que han dedicado lo mejor de su vida profesional a la medicina; profesionales intachables que, desde cualquier estamento laboral de la sanidad, han contribuido a hacer que nuestro sistema sanitario rozara, años atrás, la excelencia.
Conocí a Frutos cuando yo tenía 5 años e iba de la mano de mi padre al hospital Clínico San Carlos de Madrid. En aquellos tiempos, en los estertores del régimen franquista, los profesores de la Facultad de Medicina daban clase a los aspirantes a enfermeros y les formaban personal y profesionalmente transmitiéndoles una sólida formación clínica. A principios de los 70 Frutos era un estudiante de enfermería que sobrevivía a duras penas en Madrid procedente de su Belalcázar natal. Tras un breve paso por Bilbao, Frutos recaló en el hospital Reina Sofía de Córdoba, donde lleva trabajando más de tres décadas enseñando a muchos enfermeros y residentes en la sala de radiología vascular. Frutos es el profesional del que más he aprendido en mis 14 años en el hospital Reina Sofía, nunca olvidaré con qué afecto me enseñó los conceptos básicos de la asepsia quirúrgica, a dar puntos, a pinchar arterias femorales y braquiales percibiendo el momento preciso en el que la punta de la aguja atravesaba la muscular de las arterias, a colocar catéteres de hemodiálisis y a un largo etcétera. Pero lo más importante que me enseñó Frutos fue a amar la medicina y a su razón de ser, los enfermos. Lo que me enseñó Frutos, mi hermano mayor, fue a hacer las cosas bien desde el convencimiento de que, una vez automatizados ciertos hábitos, es mucho más difícil hacer las cosas mal que bien. Sus detractores le acusan de dispersarse; en ocasión un radiólogo veterano, que no experto, le dijo: "Frutos, cada vez que hay problemas no estás", a lo que Frutos en un alarde de rapidez mental le espetó: "¿No será que cuando yo estoy no hay problemas?". He visto a este enfermero con mayúsculas salvarle la vida a un paciente al que se le ocasionó iatrogénicamente una embolia gaseosa. En esa situación extrema pude comprobar cómo, independientemente de los títulos académicos, el que sabe jerarquiza a los que no saben; yo era residente de cuarto año y, aturdido ante la inminencia del posible desenlace fatal, me puse inmediatamente a sus órdenes. Su dominio de su profesión es tan insultante para algunos médicos que estos tratan, ante él, de hacer valer su título en vez de sus conocimientos con bromas del estilo de "¿qué tal, doctor Frutos?" a las que el indómito Frutos responde, cuando su interlocutor no ha leído la tesis doctoral, "soy tan doctor como usted, Dr-", demostrando su rebeldía, con causa, y dejando a buen recaudo su dignidad.
Desgraciadamente en poco más de un lustro este profesional ejemplar se jubilará y nada quedará de él en un sistema que olvidó hace tiempo que los recursos humanos son lo más importante de cualquier organización y que esto es todavía más cierto en un entorno como el sanitario. Durante todos los años que aprendí a su lado le transmití mi ilusión por trabajar con él, algún día lejano, en Oriente Medio, donde los recursos materiales no escasean como ocurre últimamente en Occidente. Eran sueños de residente, sueños intuitivos con mucho más soporte emocional que racional. La improbabilidad de que un sueño se convierta en realidad no debe hacernos tirar la toalla sino, por el contrario, trabajar con más tesón porque las profecías autocumplidoras existen, tanto las positivas como las negativas. Tal vez nuestro sueño esté ahora más cerca que nunca y podría ser que el magisterio de Frutos traspasara nuestras fronteras.
Para concluir, lo más destacable de Frutos es que, después de tantos años, el sistema no ha conseguido erosionarle lo más mínimo. A diferencia de muchos de sus compañeros de profesión, de la mía, y de todas las profesiones que componen la nómina de un hospital, Frutos sigue siendo el mismo joven listo y entusiasta que empezó a trabajar en el Reina Sofía en el último cuarto del siglo pasado. Mis mejores momentos profesionales se los debo a Frutos Alvarez, que a principios de siglo pasó a formar parte de mi familia para siempre. Gracias, Frutos, en nombre de todos aquéllos a los que, como a mí, has enseñado, aunque no todos te lo hayan agradecido de forma explícita. En la España del futuro necesitamos profesionales brillantes, entregados e incombustibles como tú. No te imaginas lo orgulloso que me siento de ti, hermano.

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