Los socios de Sánchez son los actuales hombres de negro que tienen maniatada la libertad de los españoles.
Tuvo Feijóo ayer en el Foro ABC un hallazgo oratorio: el Gobierno de España está intervenido por sus socios. La simbiosis entre Sánchez y los antisistema da como resultado lo que hoy llamamos sanchismo, que es un régimen basado en el relativismo radical. El presidente no tiene principios, ergo juega con todas las ventajas. Lo mismo le da ceder a Bildu la redacción de la Ley de Memoria Democrática que a ERC la reforma de los delitos que su líder Junqueras ha cometido. No importa que en su programa electoral no figurase ni una sola de las medidas que está tomando, ni que tampoco las incluyese en el discurso de investidura que escribió tras el pacto con toda la alfalfa anticonstitucionalista. La palabra de Sánchez no vale nada. Esa es la verdadera tragedia. Cuando el máximo responsable del Poder Ejecutivo es un amoral, el sistema se evapora, se disipa. Ninguna democracia puede progresar con sus instituciones en estado gaseoso. El cimiento del progreso es la discrepancia, ¿pero cómo se discrepa de alguien que no tiene palabra? No se puede golpear el aire. Tampoco se puede disentir de lo relativo. Sánchez es como el blandiblú, el puño socialista puede aprehender una parte de su ideología, pero siempre hay otra que se le escapa entre los nudillos. Su materia intelectual oscila entre lo líquido y lo viscoso, jamás es sólida. Por eso es tan complicado rebatir su gestión. Al tramposo se le puede descubrir, pero no se le puede ganar.
Feijóo atinó con la idea del Gobierno intervenido. Los hombres de negro vienen de Cataluña, del bolivarismo del 15-M y de las herriko tabernas. Rajoy logró eludir a los de Bruselas en aquellos tiempos lejanos de la prima de riesgo. Sánchez, en cambio, se ha traído a La Moncloa a todos los primos. Y ahora todo es etéreo en España. Tal vez el ejemplo más claro de este proceso químico de sublimación directa por elevación de la temperatura es el repertorio de reproches a los bolsonaristas por hacer algo que ellos mismos han despenalizado aquí. El asalto a las instituciones brasileñas no sería delito hoy en España gracias al insoportable relativismo moral del Gobierno. El gran peligro del sanchismo es que arrasa con la verdad, la distorsiona, la hace dependiente. Para el aparato antisistema nada es cierto salvo su opinión. Su éxito consiste en convertir en realidad incontrovertible su subjetividad y en relativo todo lo que es objetivo, porque esta es la única vía que existe para proteger su autoridad, su poder. Su privilegio. Sánchez está intervenido por unos titiriteros marginales. Sólo se puede sobrevivir a gente así siendo peor. Por eso suena tan romántica la frase final de Feijóo ayer en el foro: «Prefiero defender España desde la oposición que desarticularla desde el Gobierno». Le felicito por su pureza, pero mucho me temo que al líder del PP le va a hacer falta algo más que poesía para hacerle frente al mayor enemigo de la palabra que se ha sentado nunca en las Cortes españolas.
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