Allí donde la deslealtad y la corrupción conforman la vida cotidiana no puede existir la libertad, ni el derecho, ni el progreso, ni la felicidad, que son los valores que la oligarquía y sus secuaces capitalsocialistas siempre proclaman.
La realidad de esta época dramática y sombría la están tratando de esconder tras los engaños de los mass media venales, aunque por muchas trampas que elaboren no podrán encubrir la tragedia de una sociedad despreciada y oprimida.
Hay división y hay odio porque a la justicia la borra la impunidad, y sin justicia no puede haber armonía. Y mientras no renazca el ideal platónico del bien y la justicia, la armonía dejará paso al caos. Siempre ha habido tiempos malos, pero lo que distingue a nuestra época es sobre todo su indiferencia por el conocimiento, su abandono de los valores humanos y morales. Hemos hecho de la materia, de la tecnología y de la ciencia unos dioses a costa de denigrar la elevación del alma y la excelencia.
Cuando los partidos han dejado de ser representantes de fuerzas sociales y se han convertido en empresas encargadas de administrar el poder como agentes degradadores de las propias instituciones, cuando la política no es más que una feria y los resultados electorales pueden compararse a un balance de mercado, cuando quienes tienen competencia para hacer uso legítimo de la justicia, de la educación y de la fuerza se han vendido a los traidores o se han dejado chantajear por ellos, es irrisorio hablar de democracia.
En estas situaciones las promesas electorales suelen ser o son un fraude a la opinión pública. Quien no cumple en su etapa gubernamental lo prometido, debiera ser condenado, como mínimo, a desaparecer de la política.
Los políticos engañabobos que sufrimos se esmeran en el discurso en época de elecciones, elevando sus acentos demagógicos en su objetivo de dejar boquiabiertos, una vez más, a sus votantes, esos despistados o incívicos seguidores con derecho a voto que insisten en reelegir a quien les roba y humilla.
Pedir elecciones sin antes advertir del estrago y de la farsa a los incautos ni, más allá, regenerar las costumbres de los electores es una forma más de no entender, y mal se puede solucionar aquello que no se entiende.
Pero uno duda de que aún queden bienintencionados que no entienden, y se inclina a creer que los que insisten en el señuelo de las elecciones contando con un electorado ausente de criterios cívicos, saben muy bien que esa es la fórmula para que el Sistema actual se eternice.
Porque en un Sistema falso hasta el hueso, las elecciones justifican la democracia y la democracia les justifica a ellos y a sus abusos.
Para aprovechar regenerativamente las numerosas convocatorias electorales que se aproximan, lo primero, como digo, es empeñarse en una inexorable batalla cultural; dotar de civismo a la ciudadanía e inducirla a la defensa de los valores tradicionales occidentales y cristianos, y concienciarla de que las izquierdas resentidas y sus cómplices, mediante las consabidas mentiras y violencias, movilizarán a su electorado para radicalizarlo más aún, pues les va en ello la impunidad y la bolsa.
Y habrá que estar muy vigilantes para que el proceso electoral se desarrolle con limpieza, porque hacer trampas está en la naturaleza de los tramposos, que no se conformarán sólo con sus movilizaciones ni con sus leyes tóxicas y totalitarias, sino que procurarán por todos los medios ejecutar un nuevo pucherazo y, si se tercia, una nueva exhibición incendiaria.
Limpieza electoral y anatema del votante de derechas al PP, esas son las claves de los futuros comicios. Sólo la mayoría absoluta de VOX podría hacer regresar las aguas a su cauce. Todo voto útil debe beneficiar, pues, a VOX. Y para ello, PSOE y PP han de quedar en algo meramente residual, ya que no desaparecer.
Ese es, pues, el objetivo, por problemático que parezca. Y el ciudadano normal no puede apartarse de él un solo milímetro, tras convencerse de que lograrlo está en su mano. El secreto consiste en acertar con la papeleta.
Porque el problema que, durante la nefanda Transición, ha tenido y tiene España es que sus destructores bipartidistas nunca han sufrido gravemente, ni ante el electorado ni ante la justicia, las consecuencias de su perversidad.
Jesus Aguilar Marina (ÑTV España)
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