El problema es que, en ese viaje invasivo del Rey marroquí, socio de Estados Unidos e Israel; van incluidas Ceuta y Melilla, oscuro objeto de deseo irrenunciable que ahora, con la nueva parida sanchista, parece más cercano.
Con las dos ciudades autónomas el presidente hace lo mismo que con Cataluña, y Mohamed se comporta igual que Junqueras: cree que pacifica algo; pero en realidad blanquea el objetivo y los medios para alcanzarlo.
Es cuestión de tiempo, el que Puigdemont no se dio y el catalibán de ERC, más listo, ha asumido, consciente como el moro de que el reloj corre a su favor y no hace falta meterse prisa.
A Pedro Sánchez le parece bien que Rusia invada Ucrania, siempre y cuando Rusia se llame Marruecos y Ucrania el Sáhara. No hay grandes diferencias entre Mohamed y Vladimir a efectos expansionistas.
Que sedimente primero la única «nueva normalidad» que Sánchez ha logrado en los cuatro años más siniestros de España en décadas: ruina, pobreza, división, muerte y una desmembración paulatina del país que comenzó con el descrédito de las instituciones; siguió con la legitimación de terroristas, golpistas y chavistas y puede acabar con la independencia o anexión de Ceuta, Melilla, el Sáhara, Gibraltar, Cataluña, el País Vasco y ya veremos si hasta las Baleares y Valencia, que tienen sus propios hijos de Putin dando todo el día por Odesa sea la parte.
Lo cierto es que hoy España amanece con el gas, la luz y el combustible a precio de Vega Sicilia. Con camioneros, transportistas, autónomos, agricultores, ganaderos y comerciantes en pie de guerra. Sin embajadores en Madrid de Argel y de Rabat, que hay que ser muy lerdo para enfadar a los dos a la vez. Y con el Gobierno a tortas entre su facción folclórica y su facción folclórica, que a efectos de tocar la mandolina son igual de torpes.
Y con Sánchez, eso sí, fletando el Falcon sin pagarse el queroseno para huir de España con una excusa razonable: adueñarse de la paternidad de un cambio en el procedimiento de facturación de la luz que, en realidad, ya está aprobado por la Comisión Europea desde el 8 de marzo con un Plan Energético de 26 páginas y tres anexos que el partisano de Moncloa quiere plagiar como su tesis doctoral para hacerlo pasar por suyo.
Quienes se preguntan hasta dónde está dispuesto a llegar Sánchez y se dicen a sí mismos que, pese a todo, algún límite tendrá, ahí tienen la respuesta: es capaz de insultar a trabajadores desesperados por no llegar a final de mes, llamándoles fascistas.
Y también de regalar el Sáhara a Marruecos, tras acoger clandestinamente, primero al líder polisario, con una carta escrita a escondidas con varios litros de vaselina y el pantalón deslizado hasta la innoble altura de las pantorrillas.
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