Las mentiras de Sánchez merman la libertad de pensamiento y la libertad de expresión.
Al actual gobierno, así como a sus socios adjuntos y demás diosecillos carnavalescos, no les voy a desear cosa ni buena ni mala para el nuevo cambio de calendario. No soy de esos que tratan a pencazos a los que por su falsaria moral, mala combustión de actos o inútiles en quehaceres públicos, caen en desgracia existencial. Eso sí, solo a modo de recuerdo brindo con sana bellaquería, que hasta al diablo hay que untarle de arrope por si alguna vez me cobra al contado mis fermentados decires.
Dicho esto, que ruego sea tomado por mis lectores como una anécdota sin rango de ley, vengo a decirles con sorprendente preocupación que el ser humano está mutando. Lejos queda lo del murciélago o el pangolín, personajes ambos de un cuento chino en los que ya nadie cree; ahora el virus se ha convertido en persona de carne y hueso viviendo la mayoría al aire libre, otros teletrabajando, y algunos supervisando obras callejeras, pero que en número de casi 8.000 millones representamos el mayor redil de semovientes nunca conocido. Bien es cierto que alguno como este trashumante dado en llamarse Ómicron, ha sido el último en incorporarse al aprisco y a fe que lo ha hecho viajando desde Sudáfrica a Bularros del Costillar en menos de dos horas quince minutos. Algo impensable para los fabricantes del tren de alta velocidad y para asombro de la propia ministra de Sanidad, la señora Darias, que por cierto es abogada, que no médica, pero experta en mascarillas obligatorias.
Volviendo al tema que me trae, me dirijo a ustedes al estilo de Carlos Arias Navarro, allá por el año 1975: “Españoles, la democracia ha muerto” Ahora la especie humana está mutando y nosotros somos el virus y hemos dejado de ser hijos de Adán y Eva e incluso descendientes del mono así como de cualesquiera otras teorías de homínidos o demás parentescos hasta ahora relacionados. Nos han convertido en tránsfugas de la vida al uso, una especie nueva que viene a borrar toda huella del pasado; dicho sea, una estirpe sometida a obediencia hacia lenguas de difícil verso que arrancan libertad a quienes piensan en contrario. Damas y caballeros, ladies and gentlemen, la democracia ha muerto, bienvenidos a la nueva moralidad.
Créanme que cuanto peor va el mundo y éste amenaza con derrumbarse, más afloran las promesas exorbitantes. De ahí que los planes sean cortoplacistas a golpe de pan y agua para mantener una superpoblación cautiva y mansa incapaz de otra cosa que la de recibir órdenes. Ante esta deriva, entre la fragilidad de unos y la codicia de otros, han propiciado la llegada de jinetes oscuros que asolan y menoscaban la naturaleza humana, mientras que los ignotos que gobiernan el occidente, que no son más que panarras al servicio del poder absoluto, se dedican a hacer calceta contemplando la decadencia existencial de las democracias merced a las estrategias de esos dioses henchidos de zumo de uva y que a base de vahos etílicos pierden el parentesco con la honra a cambio de mayor codicia.
La democracia ha roto aguas porque el gran reinicio de la humanidad ha comenzado. Las libertades fundamentales de la clase trabajadora se quiebran por la gracia de sindicatos entregados al regusto de esas criaturas del mar de Galicia, que son magras en sustancias, repletas de patas y corazas de rechupe y asaz sobradas de precio, pero nada importa el dispendio cuando paga de gratis el gobierno. La democracia se ha roto porque en la nueva moralidad te dicen como tienes que ser, ética, política y laboralmente. La democracia se ha roto porque a la libertad de fe la malversan los encargados de vaciar el cielo de dioses. La democracia se ha roto por culpa de aquellos que perpetúan el desprecio hacia cuantos ponemos afanes por llamar a cada cosa con el buen verbo.
Ahora mismo, para poder haber democracia, tiene que haber demócratas. Y para ser demócrata hay que tener libre el pensamiento, pero toda la educación que nos dan es contraria a esa libertad de pensar; de manera que la actual y sectaria manera de educarnos o de informarnos es el medio que justifica el fin para impedir pensar por nuestra cuenta y ser cada cual quien es. Como vengo diciendo, por obra y gracia de Satanás, sus adláteres y demás gárgolas del infierno, el ser humano ha mutado y ahora somos nosotros los mandados, cuando el pueblo ha de ser siempre el soberano. Ahora bien, quienes utilizan instrumentos de viento para airear falsedades a cambio de llenar sus estómagos con dádivas y ornamentos a costa de licenciosos gobiernos, será el tiempo quien les ponga en ayuno eterno.
Les vengo a decir que yo en la ciencia confío, porque ni en Barataria vivo, ni siquiera ermitaño soy, salvo que para escribir mis letanías me refugie en un rincón de mi hogar y allí me consuele con otra dosis de la llamada vacuna para lo que haya de venir; pero insisto que la democracia ha muerto porque rota está la libertad, la concordia, la educación y el respeto. En fin, feliz Año Nuevo a mis lectores, que buena sombra les cobije y que su salud les regocije.
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