Sánchez va a soltar a un montón de asesinos etarras sin tomarse la molestia de informar siquiera a las víctimas.
En 2003 publiqué ‘Los años de plomo’, cuyo título se convirtió en sinónimo del período más sanguinario en la historia de ETA. El libro recogía diez entrevistas realizadas a víctimas en su mayoría anónimas, protagonistas de experiencias tan terribles en lo personal como vergonzantes para cualquier sociedad dotada de dignidad. En el prólogo de la obra, destinada a recoger la memoria en carne viva de esas gentes, yo escribía: «Fueron años de sangre, violencia y claudicación frente al terror, en los que el miedo se abatió sobre las conciencias y una amnesia tan deliberada como colectiva abocó al olvido el profundo sufrimiento de las víctimas... Fueron para esas personas tiempos de soledad e injusticia, de vergüenza sobrepuesta a la impotencia,
tiempos en los que los depredadores etarras ocuparon los desvelos de los responsables políticos y los escaparates mediáticos, mientras sus presas eran relegadas a los desvanes más inhóspitos de una sociedad que prefería mirar hacia otro lado… Años de plomo calibre 9 mm. Parabellum, densos como el silencio cómplice que cayó alrededor de los asesinados...».
Han pasado casi dos décadas. Yo ya no vivo con guardaespaldas, porque en 2011 los etarras nos perdonaron la vida a cambio de sustanciosas contrapartidas políticas, pero el resto de mis palabras mantiene una dolorosa vigencia que el Gobierno de Pedro Sánchez alimenta a diario con sus acciones. La penúltima, esa maniobra traicionera y vil de la que informaba ayer ABC, consistente en derribar las barreras establecidas por Ejecutivos más decentes y allanar el camino a la liberación prematura de terroristas encallecidos, que ni se han arrepentido de sus crímenes ni cumplirán íntegramente sus condenas, tal como prometieron cuando era popular hacerlo dirigentes de diversos colores, incluidos los socialistas.
Estamos en 2022 y al plomo ha seguido la ignominia. Muchos de mis entrevistados han fallecido y se ahorran la humillación de ver cómo la historia se repite, los gobernantes centran de nuevo sus esfuerzos en satisfacer las exigencias de la banda, reconvertida en partido político socio preferente del inquilino de La Moncloa, y los españoles callan, al igual que hicieron en los ochenta y buena parte de los noventa, preocupados por otros asuntos como la economía o el Covid. Otros vivimos para seguir denunciándolo.
En la breve introducción a ese grito desgarrado, evidentemente inútil a la luz de lo que está pasando, yo señalaba también que entre 1975 y 1990 se produjeron incontables negociaciones entre representantes gubernamentales y jefes terroristas, se aprobaron dos amnistías y se tomaron múltiples iniciativas relativas a ETA, ninguna de las cuales contó jamás con la opinión de la otra parte; la que ponía las lágrimas después de cada atentado. Tampoco en eso hemos cambiado. Sánchez va a soltar a un montón de asesinos sin tomarse la molestia de informar siquiera a las víctimas.
Años de infamia. Tiempo de injusticia.
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