Los militares tienen ideas claras, han de tenerlas y, en la Infantería de Marina, adaptarse con rapidez a lo inesperado es casi lo normal. Tal vez por eso, un 18 de noviembre, hace ya veinticinco años, uno de sus batallones fue capaz de detener un golpe de Estado.
Fue un 18 de noviembre, hoy hace veinticinco años, una mañana fría y lluviosa como a menudo son las de otoño en los Balcanes. El sargento Juan Luna, perteneciente al III Batallón de la Brigada de Infantería de Marina desplegado en Trebinje (Bosnia y Herzegovina) con la IFOR (OTAN Implementation Force), había acudido a Latsva, Cuartel General del VII Cuerpo de Ejército Serbio-Bosnio, para escoltar a un oficial de Estado Mayor a quien se había autorizado desplazarse a Mostar. Al salir de la dependencia, observó el sargento que le seguían varios vehículos militares, entre ellos un blindado BOV, un movimiento que no había sido autorizado.
Sin enlace radio en VHF debido a la configuración del terreno, Luna no logró informar de ello a su comandante de batallón, teniente coronel Fojón. Estaba pues solo, pero alerta. Lo que no podía saber es que, aquel día, su decidida actuación haría fracasar el golpe de estado del general Grubac, comandante del VII Cuerpo, contra la presidenta Plavsic, una asonada que, de haber tenido lugar, hubiese causado un gran número de víctimas civiles inocentes y perjudicado imprevisiblemente el Plan de Paz de Dayton.
Debidamente instruido antes de salir de Trebinje, Luna sabía que la situación política era difícil. La presidenta Plavsic había dispuesto el relevo de los generales Mladic y Grubac, fieles a la idea de una «Gran Serbia» y por tanto opuestos al cumplimiento de los Acuerdos de Dayton, que la IFOR tenía como misión implementar. Ante la resistencia de ambos generales a entregar el mando, la tensión político-militar se estaba agravando a ojos vistas. El teniente coronel Fojón había alertado a su unidad y tomado medidas preventivas por lo que pudiese pasar.
La carretera de Latsva, muy estrecha, discurre paralela al río. Al llegar a un alto, el sargento se detiene para tratar de enlazar por radio e instar a los vehículos serbios que regresen al punto de partida, pero el oficial que le acompaña grita a sus compañeros que continúen la marcha. Luna se da cuenta de que, si algo parecía ir mal, ahora va muy mal, y asume instantáneamente la decisión de detener aquel movimiento sospechoso. Ordena pues a su conductor, cabo 1º Juan Domínguez, adelantar a la columna y éste procede con gran destreza, resistiendo las embestidas del blindado que destrozan el costado del Hummer en su intento de arrojarlo al barranco. Al fin, logra ponerse en cabeza y atravesarse en la carretera impidiendo el paso.
El sargento y sus seis infantes de marina desmontan de los vehículos y se dirigen a los vehículos serbios, comprobando que están ocupados por cuarenta hombres armados. Entre ellos, reconoce al general Grubac, que pretendía llegar a Trebinje para alzar contra la presidenta a la brigada allí acuartelada. Tras un momento de gran tensión, aparece en escena una patrulla motorizada del batallón preventivamente desplegada para controlar el paso que, apuntando a los serbios con una ametralladora pesada 12,70 y un lanzamisiles TOW, decide la cuestión.
Aquello no fue la defensa del Castillo del Morro de La Habana, al mando del heroico Luis de Velasco, ni el ataque frontal del II Batallón a la Peña de Somorrostro, que forzó las defensas de Bilbao. Los hombres del sargento Luna volvieron todos a casa sin que aquel día sonase un solo disparo, pero con su resuelta actuación lograron cumplir la misión que su acertada iniciativa asumió. El orgullo de vestir el uniforme azul y rojo de los héroes que les antecedieron sin duda les hizo despreciar el peligro. Su profesionalidad y un adiestramiento duro y exigente hicieron el resto.
El hoy subteniente Luna luce sobre el uniforme una Cruz con distintivo azul por Méritos en Operaciones de Paz. Podemos preguntarnos por qué no se concedieron Cruces con distintivo rojo a él y a sus hombres –a quienes, por cierto, con incalificable cicatería, no se recompensó– cuando los hechos referidos constituyeron una destacada acción de guerra, independientemente de cómo llamemos en politiqués a las operaciones de las Fuerzas Armadas en el exterior. «Preferimos morir a matar», diría con inimitable bondad el ministro José Bono unos años después. Pero la razón de ser de las Fuerzas Armadas no es otra que combatir llegado el caso y vencer.
Echando la mirada atrás, me veo como jefe de Estado Mayor de la brigada despidiendo en el verano de 1996 a aquel bravo III Batallón al mando del teniente coronel Fojón con destino a Bosnia. Con orgullo recuerdo hoy en particular al sargento Luna y a sus hombres, el mejor exponente del valor, resolución y profesionalidad de su unidad. Los militares tienen ideas claras, han de tenerlas y, en la Infantería de Marina, adaptarse con rapidez a lo inesperado es casi lo normal. Tal vez por eso, un 18 de noviembre, hace ya veinticinco años, uno de sus batallones fue capaz de detener un golpe de Estado. Un titular que no fue.
- Agustín Rosety Fernández de Castro es general de brigada (Ret.), CIM
El Debate
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