Todo sirve para fortalecerse en aras de avanzar hacia la secesión mientras se exprime la vaca española
Es triste ver como un funcionario retiraba ayer la bandera de España para que el presidente catalán compareciera solo con la senyera. Es una imagen que muestra el disparate nacional. No hay duda de que las cosas se han hecho rematadamente mal desde que se aprobó la Constitución y estamos ante un efecto no deseado del Estado de las Autonomías. La situación actual es una catástrofe. España vive instalada en un desorden institucional y sufre a unos independentismos y nacionalismos cada vez más crecidos que se dedican al chantaje sistemático del gobierno de turno. Cuando sus votos no son necesarios, se dedican a invernar a la espera de su oportunidad, algo que siempre llega. Durante décadas, unas autonomías han sido leales con el conjunto, aunque han reclamado recursos y competencias, algo razonable, mientras que otras se han dedicado a promover, con mayor o menos intensidad, la secesión. El caso más grave es Cataluña, pero no hay que olvidar la situación en otros territorios. A esto hay que añadir las formaciones regionalista que exacerban el victimismo para conseguir compensaciones y fortalecerse electoralmente.
Los seres humanos somos egoístas y es evidente que se ha trasladado la idea de que lo importante es pensar en la respectiva comunidad autónoma. No hay duda de que parten de una posición ventajosa las que están gobernadas por independentistas o nacionalistas, porque tienen una mayor capacidad de chantaje. Al final, las dirigidas por populares o socialistas acaban siendo siempre leales al bien común. La voracidad de las otras no tiene límite, porque todo sirve para fortalecerse en aras de avanzar hacia la secesión mientras se exprime la vaca española y se venden los productos en el suculento mercado nacional. El caso catalán es sangrante. El desprecio a la bandera española muestra el nivel que se ha alcanzado. Lo lógico hubiera sido que Aragonés informara sobre la mesa de diálogo con las dos banderas a sus espaldas, como había hecho Sánchez. Nadie hubiera entendido que pidiera que se retirara la senyera. Estaríamos ante un escándalo mayúsculo. La parte positiva es que el presidente del Gobierno estuvo firme y claro. Las posiciones son muy distantes y nada se puede negociar o aceptar al margen de la Constitución. Es algo evidente, pero es bueno recordarlo cuantas veces sea necesario.
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