El terror izquierdista hizo huir a la feminista liberal que logró el voto femenino en España
Sin duda alguna, la consecución del derecho de voto para la mujer en España tiene un nombre propio: el de Clara Campoamor, diputada feminista y liberal.
El papel de Clara Campoamor en la conquista del voto femenino
Fueron las intervenciones de Clara Campoamor las que resultaron decisivas para lograr la aprobación del voto femenino en las sesiones parlamentarias del 30 de septiembre y del 1 de octubre de 1931 en las Cortes constituyentes. Para ello tuvo que replicar a la socialista Victoria Kent, que se oponía al derecho de voto para la mujer. Unos meses antes la dirigente del PSOE Margarita Nelken publicó un alegato contra el voto femenino, bajo el argumento de que eso implicaría “realizar uno de los mayores anhelos del elemento reaccionario”.
La izquierda intenta apropiarse de su figura
A pesar de que Clara Campoamor era liberal y mostraba un claro rechazo al socialismo y al comunismo, la izquierda ha intentado apropiarse de su figura. Así lo ha hecho el PSOE. En septiembre del año pasado, la ministra portavoz del Gobierno, la socialista María Jesús Montero, se refirió a Clara Campoamor diciendo que “huyó de España tras el Golpe de 1936”.
Cronológicamente es una afirmación correcta, pero a decir verdad la diputada feminista huyó de la izquierda por temor a ser asesinada por socialistas o comunistas. Tras su marcha a Suiza, publicó un libro en francés titulado “La révolution espagnole vue par une républicaine” (La revolución española vista por una republicana”). En él relató la terrible experiencia vivida tras la victoria del Frente Popular y el terror izquierdista del bando republicano.
El relato de Clara Campoamor sobre la violencia y las ilegalidades del Frente Popular
En dicha obra, Campoamor denunció la violación de la legalidad por parte del propio Gobierno izquierdista del Frente Popular salido de las elecciones de febrero de 1936:
“Los partidos republicanos llegados al poder tras el triunfo electoral, aunque estuvieran en minoría en la coalición de izquierdas, agotaron sus fuerzas y su crédito moral en dos tareas ingratas: una consistió en hacer concesiones a los extremistas quienes, desde el 16 de febrero, celebraban su triunfo con incendios, huelgas y actos ilegales como si tuvieran que luchar contra un gobierno enemigo. El otro objetivo de los vencedores fue alcanzar lo antes posible los puestos superiores del Estado, pasando por encima de todas las reglas establecidas y, tirando por tierra, sin la menor preocupación de honestidad política, los principios de continuidad que un régimen que nace debe conservar, si aspira a durar”.
«Se incendiaron iglesias, se mató a sacerdotes, mujeres e incluso vendedoras de caramelos en las calles»
Campoamor comentaba que “se violó la Constitución republicana y en una sesión, fugaz como un relámpago, la mayoría parlamentaria hizo desaparecer las últimas huellas de respeto y consideración que la opinión pública había guardado para las leyes y las instituciones republicanas”. Más adelante, explicaba cómo se fue deteriorando la situación tras la victoria izquierdista en las elecciones de febrero de 1936:
“El gobierno era cada día más incapaz de mantener el orden público, eso sin hablar de la grave situación creada en Madrid por las huelgas de las que hemos hablado. En el campo, los ataques de los elementos revolucionarios contra la derecha, los miembros del Partido Agrario y los radicales, y en general contra todos los patronos, se multiplicaron. Se apropiaron de las tierras, apalearon a sus enemigos, atacaron a todos sus adversarios, tratándolos de «fascistas.» Incendiaban iglesias y edificios públicos, en las carreteras del sur paraban a los coches, exactamente igual que en las épocas del bandolerismo, exigiendo a los ocupantes una contribución en favor del Socorro Rojo Internacional.
Se organizaban masacres contra gentes de la derecha bajo pretextos pueriles. Así es como el 5 de Mayo se hizo correr la noticia de que damas católicas y sacerdotes mataban a niños distribuyéndoles caramelos envenenados. Un ataque de locura colectiva se adueñó de los barrios populares, donde se incendiaron iglesias, se mató a sacerdotes, mujeres e incluso vendedoras de caramelos en las calles. En el barrio de Cuatro Caminos se asesinó cruelmente a una joven francesa profesora de una escuela”.
Campoamor tachó de «crimen de Estado» el asesinato de Calvo Sotelo
Tras relatar el asesinato del diputado derechista José Calvo Sotelo el 13 de julio de 1936 en Madrid, que Campoamor califó de “crimen de Estado”, la feminista señalaba que “el gobierno se quedó indeciso e inactivo”, y añadía: “Se escandalizaron en Madrid al ver que Moreno, el teniente de la Guardia de Asalto que dirigía a los que mataron a Calvo Sotelo, así como Condé, paseaban libremente por las calles. Una parte de los oficiales de asalto habían hecho saber al ministro del Interior y presidente del Consejo, Casares Quiroga, que este cuerpo no permitiría que se aplicara un castigo a los autores del asesinato”.
«Socialistas y comunistas eran dueños de verdaderos arsenales de armas y de municiones»
Clara Campoamor vivió el comienzo de la Guerra Civil en Madrid, ciudad bajo el control republicano. En el capítulo V señalaba hasta qué punto la izquierda se había preparado a conciencia para la guerra: “Socialistas y comunistas eran dueños de verdaderos arsenales de armas y de municiones cuidadosamente escondidas. Sólo los sindicalistas y los anarquistas poseían menos”. En el capítulo VIII, sobre el comienzo de la guerra, apuntaba: “las milicias socialistas y comunistas ya estaban organizadas. Eran instruidas militarmente, desde hacía tiempo y a escondidas de los mandos, por oficiales, entre otros por un teniente del cuerpo de ingenieros”.
Campoamor añadía: “Estas milicias marxistas, organizadas con vistas a la revolución de octubre de 1934, habían seguido desarrollándose, y el triunfo del Frente Popular no hizo sino hacer pública su existencia. Armadas y en cerradas filas habían desfilado en Madrid el 1 de mayo, con motivo de la fiesta del trabajo, provocando refriegas con los fascistas”.
«Desde los primeros días de la lucha, ha reinado en Madrid un amargo terror»
Sobre la situación en la retaguardia republicana, Campoamor contaba lo siguiente: “Desde los primeros días de la lucha, ha reinado en Madrid un amargo terror. A primera vista, la opinión pública ha sucumbido a la tentación de atribuir a los anarquistas las violencias cometidas en las ciudades, sobre todo en Madrid. La historia dirá un día si se les ha cargado a ellos solos con estos hechos de manera justa. En todo caso, les corresponde a los gubernamentales, sin distinción, asumir la responsabilidad”.
Campoamor escribía que en Madrid “los anarcosindicalistas se han preocupado de abastecerse de armas y de municiones para la «lucha final» y de «limpiar» la capital de la República de los fascistas, más o menos auténticos en primer lugar, seguidamente de los republicanos, e incluso de los marxistas”. Tras describir algunos más de los despropósitos que tenía que sufrir la población a causa de los sindicalistas, la feminista añadía: “¡La guinda de ese encantador caos la constituían cinco o seis bombas de dinamita que cada día los huelguistas colocaban en edificios en construcción para hacerlos saltar por los aires!”
Campoamor relató como el terror izquierdista se extendió cada vez a más víctimas
Era lógico que Campoamor tuviese miedo por su seguridad. Ella había sido diputada del Partido Republicano Radical, contra el que el PSOE había organizado el golpe de Estado de 1934, cuando el radical Lerroux decidió integrar en su gobierno a algunos miembros de la coalición de derechas que había ganado las elecciones generales de noviembre de 1933. En su libro, Campoamor explicaba cómo se fue extendiendo la persecución política en la zona republicana:
“Al principio se persiguió a los elementos fascistas. Luego la distinción se hizo borrosa. Se detenía y se fusilaba a personas pertenecientes a la derecha, luego a sus simpatizantes, más tarde a los miembros del Partido Radical del Sr. Lerroux, y luego -error trágico o venganza de clase- se incluyó a personas de la izquierda republicana”.
Campoamor sabía que estaba en peligro, y por ello huyó a Suiza a comienzos de septiembre de 1936. En el apéndice del libro explica así su decisión:
“Dejé Madrid a comienzos de septiembre. La anarquía que reinaba en la capital ante la impotencia del gobierno, y la falta absoluta de seguridad personal, incluso para las personas liberales -sobre todo, quizá, para ellas- me impusieron esta medida de prudencia… Si la gran simpatía que se siente siempre por la situación de los que se defienden, puede llegar hasta explicar los errores populares, esta misma simpatía rechaza llegar hasta el sacrificio, oscuro e inútil, de la propia vida. Se sabe también que los autores de los excesos, o los que los han dejado cometer, encuentran siempre cómo disculparse, aunque sólo sea pretendiendo que hay que juzgar a las revoluciones en su conjunto y no en sus detalles, por muy elocuentes que sean. ¡Y yo no quería ser uno de esos detalles sacrificados inútilmente! No quise irme sin llevar conmigo a mi anciana madre de ochenta años de edad y a mi sobrinita, únicas personas que estaban a mi cargo”.
Aunque Campoamor lo solicitó en varias de ocasiones, el régimen de Franco no permitió su regreso a España. Murió en Lausana, Suiza, el 30 de abril de 1972, sin haber podido regresar a su Patria.
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