La aparición del preso en el Parlament no es inocente y tiene como consecuencias, incluso como objetivos, precisamente evidenciar que tanto sus delitos como su condena no fueron para tanto.
¿Se imaginan ustedes que el impeachment contra Donald Trump saliera adelante, el expresidente de Estados Unidos fuera inhabilitado para ejercer cargos públicos y, un par de años después, fuera entrevistado en una sala del mismo Capitolio que sus seguidores asaltaron? Parece difícil de imaginar. Pero eso es, más o menos, lo que ha pasado este martes en España. Y en directo, para que nadie se lo perdiera.
Oriol Junqueras dice que ama a los españoles. Teniendo en cuenta que se declara "el más independentista del mundo", es notorio que su objetivo vital es separarse de ellos, de todos nosotros, porque es diferente. Curiosa muestra de tan acendrado afecto. Cabría recordarle que hechos son amores y no buenas razones. Pero, en todo caso, sus palabras de hoy son lo de menos.
Porque lo más relevante es el simbolismo que encierra el regreso del exvicepresidente de la Generalitat al Parlament de Cataluñacuyas leyes se saltó a la torera junto a sus compañeros de aquel Govern inolvidable que capitaneaba Carles Puigdemont. Haya dicho todo lo que haya dicho, incluida esa forma un tanto infantil de presumir de independentista, Junqueras lo ha hecho justo en el lugar donde perpetró sus delitos, con paseíllo incluido por el hemiciclo, como Pedro por su casa.
El preso Junqueras contestaba las preguntas de Antonio García Ferreras para Al rojo vivo. No puede cuestionarse la idoneidad de la entrevista en sí misma, porque cualquier periodista que se precie querría hoy hacerla también. Quien lo niegue será un hipócrita. Pero sí se puede (y se debe) cuestionar el lugar elegido para la conversación. Porque la aparición del preso en el Parlament no es inocente y tiene como consecuencias, incluso como objetivos, precisamente evidenciar que tanto sus delitos como su condena no fueron para tanto. O que, aunque lo fueran, allí está él otra vez con normalidad, sin que a nadie parezca escandalizarle.
Ya sabíamos que vivimos en un país sin memoria. Esto es solo una prueba más. No huelga recordar, en este caso, que el líder carismático de ERC está cumpliendo una pena de prisión, aunque ahora en ese cómodo tercer grado que le permite hacer campaña electoral, por sedición y malversación de fondos públicos. Trece años de cárcel y de inhabilitación para cargo público. Sin embargo, estar preso por haberse levantado contra la legalidad no le ha supuesto caer en el ostracismo, como ocurriría en casi cualquier lugar del mundo, sino todo lo contrario.
Uno pensaba, iluso como soy, que cuando alguien entra en la cárcel recapacita sobre los delitos que perpetró, duda de si pudo haberse equivocado, incluso se arrepiente. No parece que sea el caso de Junqueras. Provocar la división que provocó en la sociedad catalana, engañar a los ciudadanos con la ilusión de esa independencia que no podía lograrse y poner sus deseos por encima de la legalidad no le ha causado esos sentimientos. Al contrario, porque está haciendo lo mismo que hacía antes. Y en el mismo sitio.
VOZPOPULI
No hay comentarios:
Publicar un comentario