El populismo neocomunista se ha retratado al tener que pasar de las musas al teatro
Hablando en plan barra de bar, ahora que están cerradas, podríamos decir que la principal diferencia entre el liberalismo y el marxismo -y sus derivados- es que el primero asume a las personas tal y como son, mientras que el segundo se inventa un ser humano angelical que no existe, más interesado en el bien común que en el personal. La segunda característica del socialismo doctrinario es que se presenta como una ideología que solventará todos los males y creará un paraíso en la tierra. En su encarnación clásica, el invento ha acabado siempre en represión y mediocridad económica, o pura miseria. En su versión tuneada y populista del siglo XXI suele concluir en incompetencia, demagogia intransigente e intentos más o menos exitosos de desestabilizar las democracias liberales.
En eso andamos en España. Sin embargo, la realidad es que Podemos está ya de capa caída. La era de internet deglute raudo las novedades y el circo de Iglesias se ha apolillado enseguida. Se han quedado en un espejismo televisivo, sostenido por las necesidades de Sánchez, pero cuyos votantes se están dando a la fuga. En las elecciones gallegas desaparecieron y en las vascas perdieron casi la mitad de sus escaños. En las catalanas continuará su ronda de castañazos. ¿Qué les ocurre? Pues lo mismo que a otros proyectos populistas: han tenido que pasar de las musas al teatro. Fabular desde la barrera sobre los milagros que vas a hacer resulta fácil. Pero una vez en el poder te toca probar lo que prometías, y ahí... El paso del podemismo por los ayuntamientos fue el festival de la ineptitud. Se volcaron en los gestos de su catecismo sectario, pero no sabían ni limpiar las calles. ¿Alguien añora a Doña Manuela en Madrid, o a las Mareas gallegas?
El movimiento podemita fermentó en la resaca de la dura crisis del 2008. Creció a lomos del legítimo enojo de muchas personas que vieron sus vidas zarandeadas. De buena fe creyeron en la taumaturgia de Iglesias y su clan. Pero el Profeta de «La Gente» cometió dos errores tácticos: entregarse a sus gustos de buen burgués, comprándose un casoplón en cuanto pintó algo, y convertir el partido en un cortijo manejado por él y su mujer y protegida política. Su segundo problema es todavía más básico: no trabajan. La mayoría son chicos de buenas familias de clase media y media-alta, que jamás habían tenido una nómina en un empresa. Gente de asamblea y queja perenne, pero sin hábitos laborales. De repente se vieron viviendo de la política, pero continuaron anclados en su jerga populista y sus tics pancarteros. Iglesias es probablemente el vicepresidente más vago de Europa. Él y su mujer ocupan ministerios vacíos, secretarías de Estado engordadas para cumplir con el pacto de la coalición. No dan palo al agua y el público los ha calado. El futuro del Partido Gandul serán unos quince escaños, como el PCE de antaño, pues no dejan de ser su prolongación perezosa, pueril y con coleta.
Luis Ventoso
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