El único dictador vocacional y confeso que existe en las instituciones democráticas de España se llama Pablo Iglesias. Seguramente hay otros muchos ciudadanos, a uno y al otro lado del espectro político, con sus mismos impulsos y convicciones antidemocráticas, pero ninguno ostenta el poder que exhibe el vicepresidente del gobierno.
El líder de Podemos actúa con la coherencia ideológica de los liberticidas y aspira a gobernar un país en el que su ejecutivo controle, module, limite o suprima los derechos democráticos de los ciudadanos a su antojo.
Pablo Iglesias quiere hacer depender de la voluntad del gobierno el ejercicio de las libertades que la Constitución vigente nos garantiza, especialmente el derecho a una información libre, plural y vera, que es uno de los fundamentos más sólidos que existen en las sociedades dignas de respeto.
Su coherencia liberticida le ha llevado a afirmar en el Parlamento, desde el banco azul, que no es normal que “los Consejos de Administración de los medios informativos tengan más poder sobre la prensa que él que es vicepresidente del gobierno de la nación”
Su obsesión por controlar la prensa para librarse de la crítica que le hacen a él y al resto de los poderes del Estado, es la señal más palmaria de su indecencia intelectual y moral. Iglesias Turrión patrocina su Granma particular, dirigido por su “débil amiga” Dina Bousselhama, pero eso le sabe a poco y quiere extender su capacidad de censura previa al resto de los medios de comunicación porque no soporta la fotografía realista que hacen de él y de su chiringuito morado. Ya lo dijo antes de llegar al gobierno y a día de hoy no se ha apartado de su objetivo
Reconozco que tenemos una clase política manifiestamente mejorable, pero yo me conformaría con que fuesen demócratas y decentes, aunque sean mediocres y con escasas luces.
El dúo Pimpinela que forman Pedro Sánchez y Pablo Iglesias hiede y aburre, porque gobernar es algo más serio y más digno que mantenerse en el poder haciendo ojitos de reproche o no aplaudiendo las estupideces que salen de la boca de dos idiotas coherentes.
Diego Armario
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