Si suicidarse es un delito, matar a un inocente debería ser socorrido con matar a quien le mató. Argumentaba Urkullu en defensa de ETA, que más de 10 años de prisión para un etarra era matarle en vida. Por eso, Lendakari, por eso; marioneta de BILDU, nadie puede deponer la vida de un inocente, ¿Quién le preguntado a un bebe si quiere ser abortado? No hay derecho sin deber correlativo. Si existe derecho a la educación es porque padres y gobernantes han de (poseen el deber de) proveer a ese derecho. Los derechos no son conejos que salen de la chistera a de un prestidigitador, responden a hechos, se relacionan con deberes. Nadie puede exigir la ayuda al suicidio, pues nadie está obligado a facilitarlo, por mucha compasión que sienta. Existe el deber de socorro, no el deber de homicidio, aunque se le denomine con el eufemismo de eutanasia (buena muerte). No hay buena muerte sin justicia, y justicia es la voluntad de dar a cada uno lo suyo. Lo “suyo” del enfermo o del moribundo es la medicina, el afecto, la compañía, los cuidados paliativos, que ha desarrollado eficazmente la medicina actual.
No es bueno el encarnizamiento terapéutico, ni se puede obligar a emplear medios desproporcionados para mantener la vida, pero no es lícito quitar la vida de nadie por acción u omisión simplemente porque el interesado (o sus familiares o facultativos) lo solicite.
Una ley de eutanasia es un abuso de poder, pues ninguno, tampoco el Estado, posee un derecho de vida o muerte sobre los ciudadanos.
La ley de eutanasia es ilegal. No es recta ordenación de la razón: es desorden torcido de un falso sentimiento de compasión, que encubre el afán de aligerar el erario público, disminuir el número de comensales, enriquecer a trabajadores de la muerte... Y no está dirigida al bien común. La eutanasia no protege al enfermo ni al moribundo. Los pone entre la espada y la pared, los conmina a solicitar su eliminación, los acucia con conciencia de sobrantes.
La eutanasia es un abuso de unos parlamentarios que han perdido el norte, que se sienten investidos del derecho a decidir sobre el bien y el mal, que suplantan el papel de Dios. La eutanasia atenta contra la dignidad de la vida humana. Cierra el círculo abierto con el aborto, hace ya 35 años en el caso de España. El legislador se juzga autorizado para permitir que se eliminen seres humanos antes de su nacimiento, y ahora permite el homicidio con excusa de compasión.
La eutanasia pervierte la medicina, la profesión médica. Un médico es un sanador, no un verdugo. La medicina conlleva sentido de justicia. Eso significa, en latín, la palabra “médico”: el que indica lo que es justo, lo que está en el “medio”: entre la crueldad (encarnizamiento) y la compasión homicida (eutanasia). ¿Dónde están los médicos ante la ley de eutanasia? ¿Dónde está el juramento hipocrático? ¿Dónde sus protestas, sus manifestaciones, sus movilizaciones, sus proclamas? ¿O es que solo les interesa el sueldo? En esto no les aplaudo.
Hace unos años, en una mesa redonda que yo moderaba, un profesor de filosofía del derecho defendía la eutanasia argumentando que la libertad humana era absoluta. Qué disparate. ¿Cómo ha de ser absoluta una dimensión de un ser limitado y contingente como es el hombre? ¿Acaso nos hemos dado la vida, hemos decidido en qué lugar y hora nacer? ¿Acaso somos inmortales? La libertad del hombre es finita como finito es el hombre, y está al servicio de la razón. Un ser humano puede decidir suicidarse, jamás exigir que se le ayude a hacerlo. ¿O se busca en la ley la aquiescencia que la conciencia no puede dar? Y si la libertad de un hombre es absoluta, también la es de todos los demás hombres, que pueden negarse a satisfacer la petición de su congénere. ¿O es que el Estado debe subvenir a cualquiera necesidad emanada de una pretendida libertad absoluta? ¿Y si la libertad absoluta proclama la necesidad de eliminar a los judíos o a los propietarios, también el Estado ha de complacer a nazis y comunistas?
Un partido que promueve la eutanasia es un partido totalitario, que en lugar de gobernar, dirigir la nave, se erige en Leviatán, absorbe el papel de sumo pontífice y pontifica y decide sobre la vida y la muerte. Y los votantes de estos partidos son responsables. Si conscientes, por conscientes; si inconscientes, por borregos, tontos útiles de una partitocracia deplorable, revestida de democracia.
La eutanasia es una ley gravemente injusta. Legislarla sin escuchar a expertos (como ha hecho el Parlamento español) es antidemocrático. Aprobarla en tiempo de pandemia es obsceno. Injustos, antidemocráticos y obscenos son calificativos atribuibles también a los votantes de esos partidos, si no exigen una rectificación.
Blog de Juan Pardo |
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