Desde 1980 España ha padecido siete leyes educativas, a cada cual más perversa y que solo han conseguido denigrar la formación de este país, situándonos en los últimos puestos en todos los ranking internacionales. La certeramente llamada Ley Celaá, será la octava ley educativa en poco más de 40 años, una ley que está llamada a batir todos los record de rechazo dentro de la sociedad española, cosa que parece no será ningún impedimento para que esta salga adelante. El espíritu de la ley está muy alejado de la búsqueda de la excelencia y la calidad en la educación, donde prima el adoctrinamiento muy por encima de la enseñanza y donde la adquisición de conocimientos es algo anecdótico, casi testimonial, frente al objetivo de creación de nuevas generaciones que acepten las verdades únicas que el régimen nuevo desea imponernos.
La Ley Celaá es un paso más en la escalada de lobotomizacion de la sociedad en su conjunto, es una pieza clave en el lavado de cerebro colectivo al que estamos siendo sometidos. Es la mejor garantía de apoderarse de la voluntad de las futuras generaciones que acabaran aceptando como normal aquello que no lo es, donde el debate y la sana discrepancia quedan relegados frente a la imposición del proyecto ideológico que con la excusa de que es lo correcto, cercenara y limitara toda posibilidad de libre elección de pensamiento. La Ley Celaá es la mejor garantía que tiene la izquierda para perpetuarse en el poder, una ley llamada a aumentar las diferencias sociales y de igualdad de oportunidades, una ley clasista, donde los que más tienen, serán los únicos que puedan optar a una educación de calidad. Una ley que elimina el fracaso escolar por decreto, donde el suspenso será la excepción y regalando títulos que carecerán de valor. Solo aquellos que puedan permitirse el lujo de optar a otro tipo de educación, fuera de las garras estatales, podrán formar parte de la elite. Una ley que nos convertirá en borregos, en soldados del nuevo régimen, donde la única lección importante que debemos aprender, es no poner en duda el proyecto ideológico que nos será inoculado. La adquisición de conocimientos, la cultura del esfuerzo y la meritocracia serán cosa de los seleccionados, de aquellos que se lo puedan permitir y que sin ninguna duda serán sus hijos, los llamados a sustituir a sus padres.
Esta ley es una maldición que viene a dar carta de naturaleza a las muchas aberraciones que de forma sibilina hemos ido aceptando casi sin rechistar. Una ley que nos roba a nuestros hijos, que secuestra su voluntad y que nos enfrentara con ellos. Una ley que sale adelante con el apoyo y el consenso generalizado de los que odian a España y a los españoles, por aquellos que desean lo peor para nosotros, donde no tienen cabida los centros de educación especial, simplemente porque en esa nueva sociedad que nos están construyendo, no habrá niños que la necesiten, donde el español desaparece como lengua común de todos nosotros y donde nuestras creencias religiosas, son nuevamente pisoteadas e insultadas por aquellos que nos proponen la adoración de nuevos ídolos terrenales y mas mundanos. Una ley que busca y persigue nuestra degradación como personas y como sociedad. Una ley llamada a certificar la muerte de la nación española, donde prima todo aquello que nos separa y nos diferencia, frente a lo que nos debería unir.
Cuarenta años después de la primera ley educativa, el círculo se cierra y el objetivo de deconstrucción de este país está más cerca de ser alcanzado. Nunca una nación milenaria trabajo con tanto ahincó por destruirse así mismo, nunca antes un país entrego a sus enemigos la posibilidad de que fueran estos los que decidieran sobre sus leyes más importantes y cruciales, sobre las leyes que más afecta a sus generaciones venideras y futuras. Resulta difícil de creer como los enemigos de España, aquellos que aplaudían los crímenes de bandas asesinas y la muerte de españoles, aquellos que deseaban ver España rota, sean el mejor soporte del gobierno de este país, para sacar adelante una ley de educación que nos afecta a todos.
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