No hay razones para dudar de que cuando Pedro Sánchez dijo que sólo pensar en Podemos en el gobierno le quitaba el sueño, estaba diciendo, por una vez, la verdad. Iglesias no es un hombre fácil excepto para quienes estén dispuestos no ya a hacer, sino a pensar lo que él piensa.
Lo ha demostrado en su corta, pero espectacular carrera política, tanto dentro como fuera de su partido. Si cuajó la fusión con los restos del naufragio comunista fue porque el desplome de la Unión Soviética les había condenado a la irrelevancia y porque su actual líder, Alberto Garzón, es hombre de firmes convicciones, pero acomodaticio en cuanto al liderato se refiere.
De haber continuado Anguita, que en paz descanse, no hubiera sido tan sencillo. Y lo que ya puede afirmarse categóricamente es que las relaciones entre comunistas y socialistas han sido tensas en épocas normales y enfrentadas a menudo.
A fin de cuentas, pescan en el mismo caladero de votos: el proletariado. A lo que cabe añadir que, en España, el predominio del PSOE sobre el PC ha sido absoluto menos en la Guerra Civil. De ahí que no extrañase la frase de Sánchez sobre su sueño y lo que sorprendiese fuera el gobierno de coalición que formaron.
Lo analistas más benévolos lo explicaban con el argumento de que dada la superioridad aplastante del PSOE sobre Podemos y las enormes ganas de Iglesias de alcanzar, si no el cielo, el gobierno, Sánchez no iba a tener mayores problemas con él en el gabinete, ya que aceptaría lo que le dieran y obedecería lo que le ordenasen. Una forma de domesticarle o matrimonio de conveniencia.
Pero desde el primer momento se vio que la relación iba a ser más estrecha y equilibrada. Por lo pronto, se dio a Iglesias una vicepresidencia de amplio radio y cinco ministerios. Pero más importante es que el programa de gobierno está más cerca de las tesis de Podemos que de las del PSOE.
La primera campanada la dio Iglesias anunciando que derogarían la reforma laboral del PP. También parece que se aceptará la tasa Google, un impuesto a las transacciones financieras y a las grandes empresas.
El presupuesto será el campo de batalla, pues seguimos con el de Montoro. Y la gran incógnita, cómo obtener los fondos europeos para la recuperación, 140.000 millones de euros, sin los que no habrá forma de tapar el enorme agujero dejado por el Covid-19.
Bruselas exige planes detallados de los gastos e inversiones dirigidas a paliar los desgarrones de la epidemia, al tiempo que unas cuentas claras, sin trapicheos.
Lo que significa que ese dinero, la mitad del cual es a fondo perdido, y la otra mitad a devolver a largo plazo e interés mínimo, no estará a disposición del gobierno Sánchez para lo que le de la gana, sino para los fines establecidos: que España se recupere.
El eurodiputado alemán Manfred Weber, líder del PPE, lo ha dicho sin rebozo: «No es para financiar las reformas de Podemos».
Donde puede romperse el matrimonio de conveniencia.
José María Carrascal ( ABC )
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