Si algún socialista parece querer colaborar en ese relato, Otegi y los suyos estarían blanqueados para la historia y para el futuro. ¡Estaría bueno que, al final lo que quedara es que ETA mataba para defenderse frente al cruel PSOE!
Don Juan Carlos I, Suárez, Fraga, Carrillo, Peces Barba, Lavilla, Fernández-Miranda, Abril Martorell, González, Guerra, Gutiérrez Mellado, Pujol, Arzallus, Roca. De toda esa nómina, son muy pocos los que pueden mantener alto el espíritu de los que algunos denominan despectivamente el «régimen del 78».
Ese régimen, que yo reivindico por haber conseguido que los españoles estemos viviendo el mayor periodo de tiempo en libertad, se basa en la Monarquía parlamentaria. Nadie se atreve a propugnar la eliminación del parlamento porque, por el momento, en la Europa en la que nos encuadramos casan mal los regímenes autoritarios. Unos cuantos sí que desearían eliminar la Monarquía para que el régimen del 78 se desmoronara como una torre de naipes.
El PSOE
no debe dejarse llevar por ese derrotero que, desde los tiempos de la Restauración, viene dividiendo a los españoles, sino que debe situar el debate en donde debe estar: no en la forma de gobierno sino en los contenidos de ese gobierno.
Los ataques al anterior Rey no son más que el intento de deslegitimar la Monarquía, obviando que el juicio que hay que hacer ahora es sobre quien ocupa la institución monárquica y no sobre quienes la ocuparon.
Simultáneamente, se pretende derribar el honor de quien más y mejor representa en estos momentos al régimen del 78, el expresidente Felipe González; el resto de protagonistas o desgraciadamente han fallecido o se han retirado de la vida política o han desprestigiado sus trayectorias con conductas indeseables (caso de Jordi Pujol).
En este caso no se trata de atentar contra el régimen sino de blanquear a quienes desean convertirse en protagonistas del supuesto nuevo régimen si, acaso, consiguieran acabar con el vigente. Para eso se ha sacado a pasear al GAL y se ha querido montar una comisión de investigación para difamar, no a quien creó la guerra sucia contra ETA, sino a quien terminó con ella: Felipe González.
Quien fue presidente del Senado, el socialista Javier Rojo, dirigió un escrito a la Secretaria General de los socialistas vascos, recordando el acta que él mismo levantó tras la reunión que la dirección del PSE -a la que Rojo pertenecía- mantuvo en La Moncloa con el presidente González, tras el asesinato, en 1984, del senador socialista vasco Enrique Casas a manos de los terroristas etarras.
En ese acta puede leerse que «el Presidente del Gobierno le dijo a Ricardo García Damborenea, Secretario General de Vizcaya, después de escuchar toda una sarta de barbaridades por su parte, Felipe fue tajante y le manifestó, que mientras él tuviese responsabilidades tanto de Gobierno como de partido, no permitiría nunca, digo nunca, ninguna actuación que fuese contra la legalidad vulnerando el estado de derecho».
Levantar ahora este asunto no tiene otra intención que la de poder despistar a quienes, no habiendo vivido aquellos años de plomo, puedan llevarse la impresión de que Felipe González y los socialistas que con él llevamos a España a sus cotas más alta de progreso, igualdad y modernidad, fuimos los malvados, los que matábamos impunemente a los pobres etarras.
Si lo consiguen, y algún socialista parece querer colaborar en ese relato, Otegi y los suyos estarían blanqueados para la historia y para el futuro. ¡Estaría bueno que, al final lo que quedara es que ETA mataba para defenderse frente al cruel PSOE! ¿Será eso lo que pretenden? Y si es eso, ¿por qué algunos socialistas colaboran en la traición a nuestras siglas?
La historia de Felipe González es la historia de miles de militantes y millones de votantes socialistas. Ensuciar su imagen es ensuciar la nuestra, la de quienes seguimos creyendo que el PSOE debe ser un instrumento útil para la sociedad española.
Juan Carlos Rodríguez Ibarra es expresidente del Junta de Extremadura.
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