Cuando el extravagante charlatán que hace las veces de vicepresidente segundo del Gobierno comparece en ámbito público y entremezcla su papel institucional con el de presidente de su partido para teorizar sobre el carácter militar de la Guardia Civil, a nadie se le escapa que está definiendo una de las líneas argumentales de su chiringuito para acabar con el Instituto Armado, posiblemente la institución más valorada, o una de ellas, por los españoles.
Iglesias afirma, envuelto en supuesta beatería, que quisiera para los guardias unos derechos de los que no gozan, aparentemente, por la característica militar del Cuerpo. Convendría que no nos dejáramos engañar: abogar por la desmilitarización de la Guardia Civil es apostar claramente por su desaparición o, cuando menos, por la transformación en un grupo policial en el que ejercer abiertamente un control político.
La Guardia Civil es una policía integral. De carácter militar, lo que la hace dependiente del Ministerio del Interior, pero, también, del Ministerio de Defensa. El carácter militar garantiza una cohesión que no resulta tan fácil de alcanzar en otras estructuras. La jerarquía, la disciplina, definen su forma de actuar, y ello configura la esencia fundamental del Cuerpo. Guste más o menos, el carácter militar otorga una operatividad específica.
En ningún momento quiero que se desprenda de estas palabras que la esencia meramente civil y administrativa de la Policía Nacional, tan admirable, la haga sospechosa de nada: dan lo mejor de su esfuerzo y ofrecen todo su sacrificio por la paz y el orden, y resultan imprescindibles. Digo solo que la Guardia Civil forma, con los Ejércitos, una reserva activa que resulta esencial para la Defensa del Estado.
Una nada despreciable parte de la operatividad de la Defensa pasa por la GC. Eso no quiere decir que forme parte de las Fuerzas Armadas: es un Instituto Armado de naturaleza militar, y en esa naturaleza reside gran parte de su éxito, pero no es ningún Cuerpo de Ejército.
Es lo que es. Es lo que viene siendo desde mucho antes de que nacieran los bisabuelos del mamarracho que estos días anda alentando su conversión. Conversión que es la primera parte de su desaparición.
En ningún país de nuestro entorno conviven dos cuerpos policiales de estructura semejante. Ni Francia, ni Italia, ni Portugal tienen dos cuerpos policiales. Tanto la Gendarmería como los Carabinieri, por ejemplo, están estructurados militarmente, y conviven con sendos cuerpos policiales de manera más o menos armónica.
Si mañana un gobierno irresponsable desmilitariza la Guardia Civil, ésta se transforma en un apéndice de la Policía. Lo cual es probablemente lo que quieran aquellos que recelan de su independencia y su carácter difícilmente sobornable.
La Guardia Civil, con todos los defectos que queramos achacarle, es un baluarte contra la deformación del Estado que juraron defender. Aquellos que acarician la idea de subvertir la forma de gobernarnos que nos hemos dado los españoles desde el 78 saben que tienen un estorbo en los hombres y mujeres que siempre atenderán a la legalidad vigilando por los derechos de los ciudadanos.
De hecho, la han sabido todos los gobiernos que han convivido con los hijos del Duque de Ahumada, a los que la benemérita ha sido lealmente fiel. No debe extrañarnos que los que están por el desmontaje del Estado, la abolición de la Monarquía, el troceamiento inconstitucional de España y la configuración de nuestro país como una república bolivariana pobre y miserable, estén por la desaparición de la Guardia Civil.
Desmilitarizarla es el primer paso y el segundo transformarla en un reducto funcionarial más. El ejemplo dado por los miembros del Instituto fidelizando la legalidad y no dejándose manejar por estos sujetos es la prueba elemental de que resulta absolutamente necesario para los intereses de la mayoría.
Carlos Herrera ( ABC )
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