La prepotencia de algunos miembros del Gobierno sólo es comparable a su ignorancia o a su incompetencia. He ahí el caso de la vicepresidenta cuarta Teresa Ribera, titular de una cartera perfectamente prescindible, la de Transición Ecológica. Y más prescindible aún en sus manos. Ribera es una digna representante de la izquierda lerda, la de la «emergencia climática» que naufraga ante una auténtica emergencia.
Como dijo el profesor Quintana Paz en una reciente entrevista para El Mundo, estos venían encantados de ponerse a abordar sainetes como que un camarero sirva una cerveza a un chico y un refresco a la chica, aunque lo hayan pedido al revés; y se han encontrado con una tragedia de verdad, 20.000 muertos.
Entiendo su shock. Y que quieran negar la realidad (oponiéndose, por ejemplo, a declarar luto oficial). Si venías a abordar problemitas, se comprende que seas incapaz de abordar un problemón.
No se puede explicar mejor.
No se puede explicar mejor.
Por razones que sólo Pedro Sánchez debe conocer, Ribera ha sido la encargada de diseñar el plan de desescalada. Ya saben, ese plan que tiene cuatro fases en el que cada una de las tres fases dura dos semanas y la fase cero se llama fase uno, la fase uno, fase inicial de preparación de la fase dos, que es la fase intermedia antes de la tercera fase o fase avanzada, que es la última hasta recuperar la nueva normalidad, según dijo literalmente ese coloso de la comunicación que es el presidente del Gobierno.
El caso es que la autora de semejante disparate por etapas respondió ante las críticas de comerciantes y hosteleros haciendo gala de una tremenda empatía ante las dificultades por las que están pasando dichos sectores con la siguiente frase: «El que no se sienta cómodo, que no abra». Esa es Ribera, flexibilidad, cercanía, diálogo y comprensión.
Se trata de la misma ministra que daba cuenta de su estulticia en El País al dejar huella impresa este domingo de dislates como que España está en «la gama alta de éxito» en la lucha contra el coronavirus. «A ver a quién no le han engañado o no le han fallado o no se les ha retrasado algún transporte», decía también para explicar lo de las mascarillas churras y los test falsos.
Más lo del caso de Portugal, que, ojo al piojo, Ribera explicaba así: «Venía del este [el coronavirus] y ellos están un poco más al oeste y entonces pudieron parar un poco antes».
Pero esta ministra no es precisamente el componente («miembra», que diría la tremenda pensadora Irene Montero) más atrabiliario e ignaro del Gobierno de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. Ahí está la titular de Trabajo, Yolanda Díaz, tratando de diferenciar entre un ERTE y un ERE, o Pedro Duque, ministro de Ciencia e Innovación, poca broma, convertido en un teleñeco junto a esa eminencia de Fernando Simón para explicar en TVE que el Ratoncito Pérez tiene un salvoconducto para saltarse el confinamiento. O el mismo ministro de Interior, Fernando Grande-Marlaska, quien aseguraba el pasado 5 de abril, en todo lo alto del pico, que el Gobierno no tenía ningún motivo para arrepentirse de nada.
Por cierto, y hablando de Grande-Marlaska, magnífica su gestión personal para que la Guardia Civil le quitara la multa al diputado bildutarra Jon Iñarritu, un tío estupendo del club de los «no sabe usted con quién está hablando», amigo del Gobierno que se topó con un control de la Benemérita al regresar a su pueblo tras una comisión de Sanidad con Illa Maravilla. Se conoce que cuando le llamó don Jon, el ministro estuvo en plan López Vázquez en el filme Atraco a las 3: «Aquí Fernando Grande-Marlaska, un admirador, un amigo, un esclavo, un siervo». En cambio, los soldados que trabajan desinfectando residencias de mayores arriesgan una multa de seiscientos euros si al acabar el servicio quieren regresar a sus casas.
Es lo que hay y lo que tiene este Gobierno, que prefiere chantajear a la oposición antes que presionar a sus socios separatistas para que le aprueben el estado de excepción, ese régimen bolivariano tan majo que les está quedando a base de amenazas, bulos y medidas arbitrarias.
Pablo Planas ( Libertad Digital
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