“El mundo de la miseria ha llegado a nuestras casas”. Esta frase podría haberla dicho Gandhi porque, a pesar de pertenecer a una casta superior, conoció de cerca la pobreza extrema de unos ciudadanos que chapoteaban en el desamparo, el hambre y la suciedad sin ninguna esperanza, pero la ha pronunciado Gabriel Rufián en la que en mi opinión ha sido la mejor intervención de todos los grupos durante la sesión extraordinaria del Parlamento en la que se prorroga el estado de emergencia.
Mientras unos portavoces repetían sus antiguos reproches como si fuesen nuevos, y otros daban la respuesta el “ y tú más” en un inútil esfuerzo por equilibrar la densidad de las mutuas recriminaciones , Gabriel Rufián , que está temporalmente aplazando sus lamentos independentistas, ha señalado que sería bueno que dedicáramos un minuto a pensar en los condenados sin remisión de esta pandemia que sigue haciendo diferencias entre países pobres y países ricos.
Podemos estimar aproximadamente el número de fallecidos y contagiados del primer mundo, pero no tenemos ni puñetera idea de cuántos infectados y muertos está dejando este bicho en los países más necesitados de América Latina o de África, donde a la ausencia de libertades y de recursos se suma la inexistencia de una red hospitalaria y sanitaria adecuada. Todos, y yo el primero, estamos preocupados por nuestra gente más cercana, pero me imagino que si en Europa y Estados Unidos nos faltan mascarillas y respiradores, en Nigeria, en Uganda, en Sudán, en El Congo, en Haiti o en la Venezuela que fue rica, la esperanza de superar esta crisis es difícilmente imaginable.
Tal vez ahora estemos empezando a ver de cerca o a sentir en alma propia el dolor de los pobres que arriesgan sus vidas en pateras para llegar a un mundo que tiene lo que ellos nunca poseerán. Por eso me ha parecido bien que en un debate en nuestro parlamento se haya oído una voz recordándonos que cuando la miseria llama a nuestra puerta en el momento en el que también nos sentimos miserables, hay que pensar en hacer un mundo mejor cuando acabe todo esto.
La verdad es la verdad la diga Agamenón o su porquero
Diego Armario
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