jueves, 26 de marzo de 2020

SON ELLOS


Se lo dijo el General de la UME a los extremeños devastados por las
bofetadas de la naturaleza. «No os preocupéis, porque cuando creáis que no
os queda nada, siempre tendréis a la UME». A la UME, a la Legión, la
BRILAT, a la BRIAC, a la BRIPAC, a la Infantería de Marina, a los
intendentes de la PCAMI, a los médicos y soldados de la BRISAN, a los
MOE, a los Infantes, a los Caballeros, a los Artilleros, a los Ingenieros, a
los Marinos, a los Aviadores, y a todos los que componen ese milagroso
conjunto de españoles vocacionalmente dedicados a distribuir el bien sin
pensar en compensaciones económicas. Son ellos, todos ellos, de Tierra, de
Mar y de Aire, entregados a la defensa y el bienestar de sus compatriotas.
Son ellos, de una casta diferente. Casta huida de las ambiciones personales,
los enriquecimientos, las ambiciones y los elogios. La Casta de verdad, la
de los españoles que renuncian al oro para darnos el oro de la lealtad, el
sacrificio y la abnegación. Oro macho en los soldados, Oro mujer en las
soldados. Cada año, mayor mengua en presupuestos, y mayor entrega,
trabajo y sacrificio para suplir la disminución de sus posibilidades en
beneficio de subvenciones a chiringuitos, talleres de masturbación,
producciones de un cine que no sirve para nada, golfos de la gorronería, y
toda suerte de generosidades con quienes convierten en asco de estercolero
el esfuerzo impositivo de los españoles. Los medios audiovisuales han
invertido más tiempo en recrear una cacerolada comunista contra el Rey
–peronismo y boliviarianismo-, que en elogiar la insuperable ayuda de las
Fuerzas Armadas en un episodio tan trágico como el que transcurrimos. Y
no dedico mi elogio a la ministra de Defensa, Margarita Robles, del antiguo
PSOE, por no perjudicarla, porque entre ella y la ministra Calviño se
compenetra la eficacia y honorabilidad de este Gobierno de España
entregado al comunismo del socio principal y la infecciosa novia del socio
principal, responsables de muchas muertes por la imposición de unas
manifestaciones de lelas entregadas a la demagogia menos presentable. Así
de claro.
Son ellos. Ya desplegados por toda España. Se ocupan de los ancianos, les
llevan víveres, levantan hospitales y campamentos y no pierden ni un
minuto de concentración ni la oportunidad de animar a los que sufren con
una sonrisa. No pierden el tiempo en discursos ni mentiras. Para un militar, la mentira es una mancha en su uniforme. Si Sánchez vistiera un uniforme militar, de Tierra, de Mar o de Aire, tendría que llevarlo todos los días a la tintorería para que lo limpiaran de lamparones y adherencias indeseables.
Sucede que los militares no están para medir de la mentira y la indignidad
del Gobierno. Se limitan a cumplir con su deber y trabajar por sus
compatriotas sin mostrar desprecios ni rencores. Por eso, son ellos la buena
Casta. La otra la rechazan sin necesidad de reconocerlo.
Ya han fallecido guardias civiles, y ya, muchos militares siguen trabajando
a sabiendas de que se contagiarán en los próximos días. Muchos de ellos
han sobrevivido a peligrosas misiones en el exterior, y saben tratar con
naturalidad la cercanía de la muerte. Cuando todo termine, ellos volverán a
sus unidades orgullosos de su espíritu, como si no hubieran hecho nada.
Retomarán su día a día, su instrucción, la dureza de sus entrenamientos, la
búsqueda de la excelencia en sus deberes, y renovarán su promesa de servir
hasta el agotamiento y la muerte a los españoles, incluidos los que les
insultan, minimizan y rechazan. No dudarían en arriesgar su vida por salvar
la del concejal de la CUP que desea toser en sus rostros para contagiarlos.
Dicen los periodistas a sueldo de sus empresas y el Poder político que «los
militares han tomado las calles de las ciudades y pueblos del país», siempre
regateando el uso de las tres sílabas que conforman la palabra más bonita
de nuestro idioma, España. Los militares no han tomado ninguna calle, han
salido de sus unidades, brigadas y cuarteles cumpliendo una orden. Y lo
han hecho sin tomar nada, sino ocupando las calles de las ciudades y de los
pueblos que les pertenecen en igual medida que al resto de los españoles.
No para infectarlas, como las feminazis de Irene Montero, sino para
hacerlas respirables, sanas y tranquilas. Los gobernantes infectan y los
militares se juegan la vida para desinfectar lo que han podrido los
gobernantes.
Ellos, desde su decencia, conforman la Casta de los mejores. Sin
pretenderlo, nos dan la lección de la ejemplaridad cívica. No van a
encontrar excesivos elogios entre los comunicadores destruidos por su
sesgo y su desvergüenza. Porque están destruidos, por millonarios que
sean, lo saben y aprovechan los últimos días de su infectado prestigio.
Ellos , los militares, jamás les afearán su conducta. Trabajan, enferman y
mueren con la generosidad seca del deber cumplido. Con ellos se mantiene
la esperanza en España. Por su patriotismo orgulloso. Libres de la ambición
económica y sujetos a la grandeza de su constante servicio. Del más alto
General o Almirante al último soldado recién incorporado: Siempre gracias,
y siempre a vuestras órdenes. A la de todos. Por ellos
Alfonso Ussía

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