Ya se ve que, a pesar de que, gracias al empeño de Sánchez, España se ha incorporado a Oceanía —aclaro que me refiero al inmenso Estado colectivista ideado por George Orwell en 1984—, aquí las cosas no funcionan igual que en la Franja Aérea 1.
Para empezar, el PSOE no es como el Ingsoc, incluso después de los esfuerzos desplegados por Sánchez para depurar las disidencias, premiar las lealtades y acallar las voces discrepantes. Debe de ser que en este país hay demasiada influencia cultural del Mediterráneo y que eso relaja la disciplina.
Aquí tenemos la funesta manía de pensar cada uno por nuestra cuenta, de opinar sobre cualquier cosa y, sobre todo, de cachondearnos de la ostentación del poder, más aún si éste desciende de los cielos, sea en Falcon o en helicóptero, aun cuando vaya vestido con pajarita, como pasó el otro día a las puertas del Palacio de los Deportes de Málaga, cuando Sánchez accedió a la gala de los Goya.
Por eso, quizás, ni los proles obedecen órdenes ni los miembros del círculo interior del partido parecen dispuestos a estar doblando el espinazo todos los días, salvo que pertenezcan a esa minoría ombliguista que todos los años se congrega en la mencionada gala para su autoalabanza y para, de paso, seguir reclamando subvenciones al Estado con el fin de seguir viviendo cómodamente en nombre de la cultura popular.
El caso es que, aun estando en Oceanía, las tribulaciones del presidente Sánchez se acumulan a tal ritmo que en veinte días parece que han pasado veinte trimestres. No es cosa de recordar aquí el catálogo de sus adversidades, pues todo el mundo las tiene presentes, pero sí conviene destacar que de ellas se desprende un tufo de infortunio que hace pensar que lo gafa todo.
Que si va a nombrar a la fiscal general del Estado, pues se le rebela el Poder Judicial al completo. Que si va a derogar la reforma laboral, pues parece que le mira un bizco desde los aledaños del poder económico y ya no se atreve. Que si va a subir el salario mínimo para hacer ricos a los pobres, y la cosa se le queda en la mitad.
Que viene Guaidó, y queda fatal porque prefiere subirse en un helicóptero de la Guardia Civil retirándolo de sus labores humanitarias. Que aparece doña Delcy Rodríguez –aunque sin su príncipe homónimo– y Ábalos monta un carajal de «sucesivas versiones ampliadas», como dicen en El País para inspirar a Cristina Narbona, que acaba en un mar de confusión. A Sánchez, por no funcionarle no le funciona ni siquiera el Ministerio de la Verdad que ha montado en Moncloa bajo la supervisión de su todopoderoso jefe de gabinete.
En Oceanía, el Ministerio de la Verdad es fundamental porque sólo con él puede aparentarse la total transparencia de las mentiras que se transforman en verdades, de las falsedades que se trastocan en genuinos hechos auténticos, de las trampas que se mudan en geniales virtuosismos de la política.
Pero a Sánchez parece que todo se le queda en la primera parte, y entonces es tildado de mentiroso, falso y tramposo. A este paso, como no encuentre a alguien que le gestione ese ministerio con británica eficacia, va a quedar sumido en la fatal desventura de quien acaba siendo tan sólo un personaje de chirigota carnavalesca.
Mikel Buesa
No hay comentarios:
Publicar un comentario